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Una de las experiencias más
corrientes en la vida es actuar basándonos en la palabra o el testimonio de
otra persona. Hacemos las cosas más asombrosas como respuesta a la sencilla
declaración de una persona a la que nunca habíamos visto con anterioridad. Yo
tuve el privilegio de guiar a un grupo de peregrinos en Tierra Santa. Eramos
personas inocentes en el extranjero. La mayoría de nosotros no habíamos
estado allí nunca con anterioridad y no sabíamos con qué nos íbamos a
enfrentar. Pero nos habían asegurado, por medio de una carta de una persona
en Nueva York, que alguien se encontraría con nosotros en cada lugar que
aterrizásemos y nos ayudaría con todas las complicaciones con las que nos
pudiésemos encontrar en un país extraño. Basándonos en la aseveración de esta
carta, unos veinticinco de nosotros pusimos nuestra confianza a la
misericordia de una persona a la que no conocíamos y descubrimos que todo
había resultado ser cierto. Lo que se había dicho en la carta había resultado
ser verdad, y sobre esa base nos entregamos a una aventura considerablemente
arriesgada. ¿No es Dios más digno de nuestra
confianza que las personas? Si usted está dispuesto a aceptar la palabra de
un extraño y actuar sobre ella, ¿no puede usted creer en la Palabra de Dios,
especialmente cuando el testimonio haya quedado escrito por los testigos de
estos sucesos? Pero además, cuando ponemos en práctica la fe sobre la base de
ese testimonio objetivo, se nos ofrece una confirmación del Espíritu en
nuestro interior que hace que sea totalmente creíble. ¿No puede usted tener
fe sobre esta base? Juan dice: “Si os negáis a hacer esto, estáis tratando a
Dios como si Él fuese mentiroso”. El Dr. H. A. Ironside acostumbraba
a contar acerca de un hombre que tenía dudas sobre si era realmente cristiano.
Se puso de rodillas y dijo: “Ahora Padre, quiero resolver esta cuestión.
Muéstrame si tengo o no vida eterna”. Y abriendo su Biblia, sus ojos se
encontraron con este versículo de 1 Juan 5. Dijo en su oración: “Padre no
quiero convertirte en mentiroso, y aquí dice que si no creo en el testimonio
que Tú das acerca del Hijo, te estoy haciendo mentiroso, pero eso no es lo
que deseo hacer. ¿Cuál es el testimonio?” Y leyó la próxima parte: “Y este es
el testimonio”, y se detuvo justo ahí. Se sintió tan rendido que puso su dedo
pulgar sobre el resto del versículo y dijo: “Señor, aquí dice que si no creo
en el testimonio que Tú has dado acerca de Tu Hijo, Te estoy convirtiendo en
mentiroso, y no quiero que eso suceda. Yo creo en lo que dice este
testimonio, que tengo justo debajo de mi dedo pulgar aquí, y voy a levantar
el dedo y lo voy a leer y, Señor, ayúdame a creerlo, porque no quiero hacerte
quedar como mentiroso”. Con gran temblor, levantó el dedo pulgar y leyó:
“Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo” (5:11). De repente
lo entendió con toda claridad: “El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (5:12). Tenga lo que tenga, por muy
religiosa que sea la persona, si no ha recibido al Hijo, no tiene la vida.
Entonces sintió paz y se convirtió en predicador de esta gran verdad. Padre, te doy gracias por este
poderoso recordatorio de que mi salvación está asegurada porque Tú no puedes
mentir. Concédeme la fe de aceptar Tu promesa tal y como aparece aquí. |
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Aplicación a la vida |
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¿Nos resulta fácil creer en un
amigo en el que confiamos o incluso en un extraño o en los medios de
comunicación diarios, pero dudamos de lo que dice Dios en Su Palabra?
¿Estamos haciendo que Dios parezca mentiroso? |
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Versículo para hoy:
viernes, 29 de mayo de 2020
29 de mayo - ¿Miente Dios? - Ray Stedman
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