Marcos 1:35 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.
Después de todo un día, ¡y qué día tan completo fue, qué ministerio tan pesado realizó ese día nuestro Señor, con todas las sanidades que hizo aquella tarde!, Marcos cuenta que por la mañana temprano, antes de que amaneciese, Jesús fue al monte y, estando allí solo, oró. Pero ni siquiera allí estaba seguro. Sus discípulos interrumpieron esta comunión diciéndole que todo el mundo le estaba buscando. Y Jesús revela el corazón y la sustancia de Su oración en lo que dice como contestación: “Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí”. Era acerca de esto sobre lo que estaba orando, para que Dios le guiase, para que se abrieran puertas y los corazones estuviesen preparados en los pueblos a los que iría a continuación.
¿Por qué buscó Jesús el rostro del Padre de este modo, durante estas horas de presión? La única contestación que podemos dar es que deseaba dejar claro que la autoridad que Él tenía procedía del Padre. Esto es lo que nuestro Señor está intentando comunicarnos a nosotros continuamente en las Escrituras, que no actuaba conforme a Su autoridad, sino que la había recibido del Padre.
Yo no conozco ninguna doctrina más confusa en el cristianismo hoy, una que ha privado a las Escrituras de su autoridad y poder en las mentes y los corazones de un sinnúmero de personas, la idea de que Jesús actuó en virtud del hecho de que era el Hijo de Dios, que la autoridad y el poder que demostró era por Su propia deidad. Pero Él mismo realiza enormes esfuerzos por decirnos que no es ese el caso. “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo” (Juan 5:19). ¿Por qué hacemos caso omiso a Su explicación e insistimos en que es Él, actuando como el Hijo de Dios? Él nos dice: “el Padre, que vive en mí, él hace las obras” (Juan 14:10b). Y todo el poder que manifestó Jesús, tuvo que recibirlo constantemente de Aquel que moraba en Él.
Jesús enfatizó esto porque es lo que Él desea que aprendamos. Nosotros debemos actuar sobre la misma base. Nuestra respuesta a las exigencias normales y corrientes de la vida, y el poder para enfrentarnos con estas exigencias, debe de proceder de la confianza en Él obrando en nuestro interior. Este es el secreto: Todo el poder para vivir la vida cristiana no viene de nosotros, esforzándonos al máximo por servir a Dios, sino de Él, que nos lo concede momento tras momento cuando nosotros nos enfrentamos con la exigencia. El poder se le concede a aquellos que siguen, que obedecen. El Padre está obrando en el Hijo, y el Hijo está obrando en nosotros. Al aprender nosotros esto, se nos concede poder para hacer frente a las exigencias y a las necesidades que nos esperan en el ministerio futuro.
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Aplicación a la vida |
¿Cuál es la fuente de la autoridad y el poder que necesitamos para responder a las exigencias corrientes y extraordinarias de la vida? ¿Podemos nosotros intentar franquearlas o debemos orar esperando este don? |
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