Si medito en la cruz de Cristo, no me volveré un devoto subjetivo, interesado únicamente en mi propia santidad, sino que me concentraré primordialmente en los intereses de Jesucristo. Nuestro Señor no fue un santo fanático que se internó para practicar la perfección espiritual. No se apartó de la sociedad, pero interiormente estuvo desconectado todo el tiempo. No se mantuvo alejado, pero vivió en otro mundo. De hecho, convivió de tal manera con el mundo ordinario que la gente religiosa de su época lo llamó comilón y bebedor. Sin embargo, nunca permitió que algo interfiriera en su poderosa consagración espiritual.
Mi consagración no es genuina cuando pienso que puedo negarme a ser utilizado por Dios para almacenar el poder espiritual y usarlo más adelante. Este es un error lamentable. El Espíritu de Dios ha liberado a una gran cantidad de personas de su pecado y, sin embargo, no están experimentando ninguna plenitud en su vida, ningún sentido de verdadera libertad. La clase de vida religiosa que hoy vemos a nuestro alrededor es completamente diferente de la vigorosa santidad en la vida de Jesucristo. "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal", Juan 17:15. Debemos estar en el mundo, pero no ser de él, estar separados interiormente, no por fuera, ver Juan 17:16.
Nunca debemos permitir que algo impida la consagración de nuestro poder espiritual. La consagración es nuestra parte, la santificación es la parte de Dios. Debemos tomar la determinación consciente de interesarnos solo en aquello que a Dios le interesa. Cuando enfrentamos un problema confuso, debemos tomar esa decisión preguntándonos: ¿Esto es lo que le interesa a Jesucristo, o es un interés de mi espíritu que se opone diametralmente a Él?
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