“Mi pueblo habitará en morada de paz”. Isaías 32:18.
LA paz y el descanso no pertenecen a los irregenerados, sino a los creyentes y sólo a ellos. El Dios de paz da perfecta paz a aquellos cuyos corazones descansan en él. Cuando el hombre aún no había caído, Dios le dio la florida habitación del Edén como su morada de paz; pero, ¡ay! cuán pronto el pecado marchitó la hermosa mansión de la inocencia. En los días del juicio universal, cuando el diluvio barrió con la generación culpable, la familia elegida fue tranquilamente protegida en el refugio del arca, la cual la mantenía a flote, librándola del antiguo mundo condenado para que luego habitase la tierra del arco iris y del pacto, todo lo cual representa a Jesús, el arca de nuestra salvación. Israel descansó seguro en las habitaciones de Egipto, rociadas con sangre, cuando el ángel destructor hirió a los primogénitos; y en el desierto, la sombra de la columna de nube y el agua que salió de la roca, dieron a los cansados peregrinos dulce reposo. En este momento nosotros descansamos en las promesas de nuestro fiel Dios, conociendo que sus palabras están llenas de verdad y de poder; descansamos en las doctrinas de su palabra, que son consoladoras; descansamos en el pacto de su gracia, que es un cielo de placer. Nosotros nos sentimos mucho más favorecidos que David en Adullam o que Jonás bajo su calabacera, pues nadie puede invadir o destruir nuestro refugio. La persona de Jesús es el tranquilo refugio de su pueblo; y cuando nos acercamos a él, al romper el pan, al oír la palabra, al escudriñar las Escrituras, al orar o al cantar, hallamos en eso un medio de unirnos a él, que trae de nuevo la paz a nuestros atribulados espíritus.
¡Paz! ¡Paz! Cuán dulce paz
Es aquella que el Padre me da;
Yo le ruego que inunde por siempre mi ser
En sus ondas de amor celestial.
Charles Haddon Spurgeon.
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