“El corazón de la cual abrió el Señor”. Hechos 16:14.
EN la conversión de Lidia hay muchos puntos interesantes, pues esa conversión fue obrada por circunstancias providenciales. Lidia era vendedora de púrpura en la ciudad de Tiatira, pero en el momento propicio para oír a Pablo, la hallamos en Filipos. La providencia, que es sierva de la gracia, la condujo al lugar conveniente. Además, la gracia estaba preparando su alma para la bendición. La gracia prepara para la gracia. Lidia no conocía al Salvador, pero, como judía, sabía muchas verdades que eran como excelentes peldaños para llegar a conocer a Jesús. Esta conversión se realizó con el uso de medios. Un día de sábado, Lidia fue al lugar donde solía ser la oración, y allí la oración fue oída. Nunca descuides los medios de la gracia. Dios puede bendecirnos cuando no estamos en su casa, pero tenemos mayor razón para esperar que querrá bendecirnos cuando estemos en comunión con sus santos. Observa las palabras, “el corazón de la cual abrió el Señor”. No fue ella la que abrió su corazón, ni lo fueron sus oraciones ni lo fue Pablo. Es el Señor el que tiene que abrir el corazón para que este reciba las cosas que tienen que ver con la paz. Solo el Señor puede poner la llave en la cerradura de la puerta y abrirla para poder entrar. El es el dueño del corazón como también su hacedor. La primera evidencia externa de que el corazón se había abierto fue la obediencia. Tan pronto como Lidia creyó en Jesús, fue bautizada. Demuestra tener un corazón humilde y quebrantado el hijo de Dios que desea obedecer un mandamiento que no es esencial para su salvación, que no le es impuesto por un egoísta temor de condenación, pero que, sin embargo, es un sencillo acto de obediencia y de comunión con su Señor. La otra evidencia fue el amor, que se manifiesta en actos de agradecido afecto para con los apóstoles. El amor a los santos fue siempre un signo de verdadera conversión. Los que no hacen nada por Cristo ni por su Iglesia dan sólo pobres evidencias de un corazón “abierto”. Señor, dame siempre un corazón abierto.
Charles Haddon Spurgeon.
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