“Su oración llegó a la habitación de su santuario, al cielo”. 2 Crónicas 30:27.
LA oración es el refugio del cristiano que nunca falla, sea cual fuere la situación o el aprieto en que se halle. Cuando no puedas usar tu espada, puedes recurrir al arma de la oración ferviente. Tu pólvora puede mojarse y la cuerda de tu arco aflojarse, pero el arma de la oración ferviente nunca necesita estar fuera de uso. El leviatán se ríe de la jabalina, pero tiembla ante la oración. La espada y la lanza necesitan ser acicaladas, pero la oración nunca se embota. La oración es una puerta abierta que nadie puede cerrar. Los demonios pueden rodearte por todos los lados, pero el camino hacia arriba está siempre abierto, y mientras esa senda no esté obstruida, no caerás en las manos del enemigo. Mientras los socorros celestiales desciendan a nosotros por la escala de Jacob para socorrernos en los momentos de necesidades, nunca seremos tomados por bloqueo, por asalto, por mina o por ataque. La oración nunca está fuera de sazón. Tanto en verano como en invierno su mercancía es preciosa. La oración consigue audiencia en el cielo a altas horas de la noche, en medio de las ocupaciones diarias, al mediodía o al caer la tarde. El Dios del pacto recibirá complacido tus oraciones y las contestará desde su santo lugar, cualquiera sea tu condición: la pobreza, la enfermedad, la oscuridad, la calumnia o la duda. La oración nunca es vana. La genuina oración es siempre un verdadero poder. Quizás no siempre consigas lo que pides, pero siempre tus verdaderas necesidades quedarán suplidas. Cuando Dios no responde a sus hijos de acuerdo a la letra, les responde de acuerdo al espíritu. Si pides harina común, ¿te enojarás porque te dé la harina más fina? Si buscas sanidad física, ¿te lamentarás si, en lugar de eso, Dios hace que tu enfermedad física redunde en la sanidad de tus enfermedades espirituales? ¿No es mejor tener la cruz santificada en lugar de eliminada? No te olvides esta noche, alma mía, de ofrecer tu petición y solicitud, pues el Señor está pronto para concederte lo que deseas.
Charles Haddon Spurgeon.
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