“Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios”. 1 Samuel 15:22.
A Saúl se le había ordenado que destruyera completamente a todos los amalecitas y a su rebaño. En lugar de hacerlo así, Saúl preservó al rey y permitió que los que los seguían tomaran lo mejor de los bueyes y de las ovejas. Cuando fue llamado para dar cuenta de esto, declaró que lo había hecho con la intención de ofrecer sacrificio a Dios, pero Samuel lo refutó en seguida con el argumento de que el sacrificio no podía presentarse como excusa de un acto de manifiesta rebelión. El pasaje bíblico que estamos considerando es digno de que se imprima con letras de oro y sea colgado delante de los ojos de la actual generación idólatra, que se muestra muy afecta a los adornos del culto voluntario, pero que olvida por completo las leyes de Dios. Recuerda siempre esto: que el mantenerse rigurosamente dentro de la senda de los mandamientos del Salvador es mejor que cualquier acto religioso externo; y que el oír sus mandamientos con oído atento es mejor que traer sebo de carneros o cualquier otra cosa preciosa y colocarla sobre su altar. Si no estás guardando los más insignificantes mandamientos que Cristo dio a sus discípulos, te ruego que no sigas desobedeciendo más. Todas tus apariencias de adhesión a tu Señor y todos los actos de devoción que practicas, no pueden compensar la desobediencia. “El obedecer”, en las cosas más pequeñas y triviales, “es mejor que los sacrificios”, aunque estos sean pomposos. No hables de cantos gregorianos, de ropas suntuosas, de incienso y de pendones. Lo primero que Dios requiere de sus hijos es la obediencia. Y, cuando tú des tu cuerpo para ser quemado y todos tus bienes para alimentar a los pobres, si no atiendes a los preceptos del Señor, todas tus formalidades no te aprovecharán nada. Es una bendición tener la facilidad de un niño para aprender, pero es una bendición mayor el que cuando uno aprende la lección la ponga en práctica. ¡Cuántos adornan sus templos y engalanan a sus sacerdotes, pero rehúsan obedecer la palabra de Dios! Alma mía, no entres en el secreto de los tales.
Charles Haddon Spurgeon.
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