“Fuerte es como la muerte el amor”. Cantares 8:6.
ESTE amor tan poderoso como un conquistador de reino y como la muerte, destructora de la raza humana, ¿de quién puede ser? ¿No sería ridículo si dijera que se refiere a mi pobre, débil y apenas viviente amor por Jesús mi Señor? Yo amo a Jesús y, por su gracia, quizás hasta podría morir por él, pero en cuanto a mi amor en sí, difícilmente podría soportar una burla y, mucho menos, una muerte cruel. Sin duda, aquí se hace referencia al amor de mi Amado, el amor de Jesús, el incomparable amador de las almas. En realidad, su amor fue más fuerte que la muerte más espantosa, pues soportó triunfalmente la prueba de la cruz. Su muerte fue una muerte lenta, pero el amor sobrevivió al tormento; fue una muerte vergonzosa, pero el amor despreció la vergüenza; fue la muerte de un penado, pero el amor llevó nuestras iniquidades. Fue la muerte de un solitario y olvidado, de quien el eterno Padre ocultó su rostro, pero el amor soportó la maldición y se glorió sobre todos. Nunca hubo tal amor ni tal muerte. Fue un duelo terrible, pero el amor llevó la palma. ¿Qué dices a esto, corazón mío? Creyente, ¿no sientes emocionado tu corazón al contemplar tan celestial afecto? Sí, mi Señor, yo anhelo, ansío sentir dentro de mí tu ardiente amor. Ven tú mismo y alienta el ardor de mi espíritu.
¡Redentor! ¡Redentor!
Tierno, dulce nombre,
¡Oh, cuan grande el amor
De Jesús Dios-Hombre!
Con un amor tan fuerte como la muerte, ¿por qué tengo que desesperar del amoroso Jesús? El merece ese amor y yo lo deseo. Los mártires, aunque sólo eran carne y sangre, sintieron tal amor. Entonces, ¿por qué no lo he de sentir yo? Ellos lamentaron sus debilidades, pero, sin embargo, de débiles fueron hechos fuertes. La gracia les dio firme constancia. Esa misma gracia me es concedida a mí. Jesús, amado de mi alma, derrama ese amor, tu amor, en mi corazón esta noche.
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