“No juntes con los pecadores mi alma”. Salmo 26:9.
EL temor hizo que David orara de esta manera, pues algo le decía: “Quizás, después de todo, tú seas juntado con los réprobos”. Ese temor, aunque desfigurado por la incredulidad, brota principalmente de la santa ansiedad, originándose en el recuerdo de los pecados pasados. Posiblemente aun el hombre perdonado pregunte: “¿Qué pasará si, al fin, mis pecados son recordados y yo soy eliminado de la lista de los salvados?” El tal recuerda su actual infructuosidad: ¡tan poca gracia, tan poco amor, tan poca santidad!, y, al mirar hacia el futuro, piensa en su debilidad y en las muchas tentaciones que lo asedian y teme que pueda caer y llegue a ser presa de los enemigos. Un sentido de su pecado y de su persistente maldad lo lleva a orar con temor y temblor: “No juntes con los pecadores mi alma”. Lector, si tú has elevado esta oración y si tu carácter está correctamente descrito en el Salmo donde se halla esta oración, no necesitas temer que seas juntado con los pecadores. ¿Tienes las virtudes que tenía David: el andar en integridad y el confiar en el Señor? ¿Estás descansando en el sacrificio de Cristo y puedes rodear el altar de Dios con humilde esperanza? Si es así, vive tranquilo, pues nunca serás juntado con los réprobos, ya que esa calamidad es imposible. En la siega que se hará en el juicio, cada uno será puesto con sus iguales. Dice la Palabra: “Juntad primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; mas recoged el trigo en mi alfolí”. Si, pues, tú eres semejante al pueblo de Dios, estarás con el pueblo de Dios. No puedes estar junto al réprobo, pues tú has sido comprado con mucho precio. Redimido por la sangre de Cristo, eres suyo para siempre; y donde él está tiene que estar su pueblo. Tú eres muy amado como para ser desechado con los réprobos. ¿Puede perecer uno a quien Cristo ama? ¡Imposible! ¡El infierno no te puede retener! ¡El cielo te reclama! ¡Confía en tu Fiador y no temas!
Charles Haddon Spurgeon.
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