“Me sacarás de la red que han escondido para mí; porque tú eres mi fortaleza”. Salmo 31:4.
NUESTROS enemigos espirituales son la generación de la serpiente y buscan engañarnos con astucia. La oración de este versículo supone la posibilidad de que el creyente sea cazado como un pájaro. Tan astutamente el cazador hace su obra que los simples caen pronto en la red. En el texto se suplica que aún de las redes de Satanás el cautivo sea librado; es esta una petición conveniente que puede ser concedida. De entre las quijadas del león y de las entrañas del infierno puede el amor eterno rescatar al santo.
Quizás sea necesario un fuerte tirón para salvar un alma de la red de la tentación; y un violento tirón para desenredar a una persona de las trampas de un malicioso ardid; pero el Señor es el mismo para todas las necesidades y, por lo tanto, las redes del cazador más habilidoso nunca podrán atrapar a sus elegidos. ¡Ay de aquellos que son hábiles en poner trampas! Los que tientan a otros se destruirán a sí mismos. “Porque tú eres mi fortaleza”. ¡Qué indecible dulzura hallamos en estas breves palabras! ¡Con cuánto gozo podemos combatir las redes y cuán alegremente soportar los sufrimientos cuando nos asimos de la fortaleza celestial! El poder divino hará pedazos todas las redes de nuestros enemigos, confundirá su astucia y frustrará sus maliciosas estratagemas. El que tiene de su lado tan incomparable poder es feliz. Nuestras propias fuerzas serán de poco valor cuando estemos en aprieto, en las redes de vil artimaña, pero la fortaleza del Señor es siempre eficaz. Sólo tenemos que invocarla y la hallaremos cerca. Si por fe estamos dependiendo sólo de la fortaleza del poderoso Dios de Israel, podemos usar nuestra santa confianza como argumento en la súplica.
Mi mano ten, Señor, tan flaco y débil,
Sin ti no puedo riesgos afrontar;
Tenla, Señor, mi vida el gozo llene,
Al verme libre así de todo azar.
Charles Haddon Spurgeon.
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