UNA áurea verdad está implícita en el hecho de que el Salvador apartó de sus labios el vino mezclado con mirra. El Hijo de Dios estuvo en las alturas desde el principio y, al mirar desde allí nuestro globo, midió como Salvador su profundo descenso a las honduras de la desdicha humana. Calculó la suma total de todas las agonías que la expiación requería, no descontando nada, y solemnemente llegó a la conclusión de que para ofrecer un sacrificio expiatorio suficiente, debía recorrer todo el camino desde lo más alto a lo más bajo, desde el trono de la augusta gloria hasta la cruz de profundo dolor. Esta copa de mirra, con su efecto soporífico, lo hubiese detenido a corta distancia del límite extremo de su sufrimiento; por eso lo rehusó. El no quería dejar de sufrir nada de todo lo que se había propuesto sufrir a favor de los suyos. ¡Ah!, cuántos de nosotros hemos ansiado vehementemente un alivio a nuestros dolores, alivio que nos hubiese resultado perjudicial. Lector, ¿nunca rogaste con impaciente y porfiada avidez que Dios te librara de dura servidumbre o de sufrir? La providencia te quitó de golpe el deseo de tus ojos (Ezequiel 24. 16). Di, cristiano: si se te hubiera dicho: “Si así lo quieres, ese ser amado vivirá; pero Dios no será glorificado”, ¿habrías en ese caso desechado la tentación y dicho: “Sea hecha tu voluntad”? ¡Oh! Es agradable poder decir: “Señor mío, aun cuando por otras razones no necesito sufrir, sin embargo, si con el sufrimiento y con la pérdida de lo que me es querido puedo glorificarte más, entonces que así se haga. Rehúso el consuelo si este obstruye el camino de tu glorificación”. ¡Oh!, que podamos andar más en las pisadas de nuestro Señor, soportando alegremente las pruebas por su causa, desechando pronto y voluntariamente el pensar en nosotros mismos y en el consuelo, cuando este no nos permita terminar la obra que él nos dio para hacer. Mucha gracia nos es necesaria, pero también mucha gracia nos es concedida.
Charles Haddon Spurgeon.
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