“Y levantándose en la misma hora, tornáronse a Jerusalén… Entonces
ellos contaban las cosas que les habían acontecido y cómo había sido conocido
de ellos”. Lucas 24:33-35.
CUANDO los dos discípulos
llegaron a Emmaús y se estaban refrigerando con la comida de la tarde, el
misterioso extranjero que los había deleitado en el camino tomó pan, lo partió
y se hizo conocer por ellos y, después, “desapareció de los ojos de ellos”.
Estos discípulos lo habían constreñido a que quedara con ellos, porque el día
había declinado; pero ahora, aunque era mucho más tarde, el amor de ellos era
una lámpara a sus pies, sí, y alas también. Se olvidaron de la oscuridad de la
noche, no sentían más el cansancio, e inmediatamente desandaron los sesenta
estadios para hacer conocer las alegres nuevas del Señor resucitado que les
había aparecido en el camino. Llegaron adonde estaban los cristianos de
Jerusalén, y fueron recibidos con una explosión de gozosas nuevas, antes que
ellos pudiesen contar las suyas. Estos primitivos cristianos hablaban de la
resurrección de Cristo y proclamaban lo que sabían de él con gran ardor. Todos
tenían experiencias comunes. Que el ejemplo de ellos quede profundamente
impreso en nosotros esta noche. Nosotros también debemos testificar de Jesús.
El relato de Juan en cuanto al sepulcro tuvo que ser suplido por el de Pedro, y
María pudo añadir algo más. Todo esto combinado hace que tengamos un testimonio
completo del cual nada puede ser quitado. Cada uno de nosotros tiene dones
peculiares y manifestaciones especiales, pero el único objeto que Dios tiene en
vista es la perfección del entero cuerpo de Cristo. Debemos, por lo tanto,
traer nuestras posesiones espirituales y ponerlas a los pies de los apóstoles y
distribuir a todos lo que Dios nos ha dado a nosotros. No ocultes nada de la
preciosa verdad, sino di lo que sabes y da testimonio de lo que has visto. Que
ni el cansancio, ni la oscuridad, o la posible incredulidad de tus amigos pese
por un momento en la balanza. ¡Arriba!, y marcha al lugar del deber y allí
cuenta cuán grandes cosas Dios ha revelado a tu alma.
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