“Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salud; cantará mi lengua tu justicia”. Salmo 51:14.
EN esta solemne confesión, es placentero observar que David claramente nombra su pecado. No lo llama homicidio casual ni se refiere a él como un acto de imprudencia por el cual un desafortunado accidente ocurrió a un hombre digno, sino lo llama por su verdadero nombre: homicidio. En realidad, David no mató al esposo de Bathsheba, pero, sin embargo, fue en su corazón donde se fraguó la muerte de Urías y, así, delante de Dios fue un asesino. Aprende en la confesión a ser sincero con Dios. No des nombres hermosos a los inmundos pecados. Aunque los llames como quieras, no por eso tendrán olor más agradable. Procura ver el pecado como lo ve Dios, y, con sinceridad de corazón, reconoce su carácter real. Observa que David se sentía evidentemente oprimido con la enormidad de su pecado. Es fácil usar palabras, pero difícil valorar su significado. El Salmo 51 es una fotografía de un espíritu contrito. Busquemos el mismo quebrantamiento de corazón, porque, aunque nuestras obras fueran excelentes, si nuestros corazones no son conscientes de que el pecado merece el infierno, no podemos esperar hallar perdón. Nuestro texto contiene una ardiente oración dirigida al Dios de la salvación. Perdonar es su prerrogativa. Salvar a los que buscan su rostro es su fama y función. Más aún, el texto lo llama Dios de mi salvación. Sí, bendito sea su nombre, mientras estoy yendo a él por medio de la sangre de Cristo, puedo regocijarme en el Dios de mi salvación.
El salmista termina con un loable voto: si Dios lo libra, él cantará; sí, más, él cantará en voz alta. ¿Quién puede cantar de otra manera de tal bondad? Pero notemos el tema del canto: “tu justicia”. Debemos cantar de la obra consumada por el precioso Salvador, y el que conoce mucho del amor perdonador, cantará más fuerte.
Charles Haddon Spurgeon.
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