“Gracia y gloria dará Jehová”. Salmo 84:11.
JEHOVÁ es generoso por naturaleza. Dar es su placer. Sus dones son indeciblemente preciosos y son otorgados tan generosamente como la luz del sol. El da gracia a sus elegidos porque le place; a sus redimidos, a causa del pacto; a los llamados, por las promesas; a los creyentes, porque la buscan, y a los pecadores, porque la necesitan. El la da abundante, oportuna, constante, pronta y soberanamente, encareciendo el valor de la dádiva con la forma de darla. Dios da gracias a los suyos generosamente y en todas las formas: confortándolos, preservándolos, santificándolos, dirigiéndolos, instruyéndolos y asistiéndolos sin cesar. Esto lo hará siempre ocurra lo que ocurriere. Si se presenta la enfermedad, el Señor dará gracia; si nos sobreviene la pobreza, gracia nos será concedida; si viene la muerte, la gracia encenderá el candil en la hora más oscura. Lector, cuán precioso es (a medida que van pasando los años y las hojas de los árboles empiezan de nuevo a caer) gozar de esta inmarcesible promesa: “Gracia dará Jehová”. La corta conjunción “y” es en este versículo un remache de diamante, que une el presente con el futuro. La gracia y la gloria siempre van juntas. Dios las ha unido en matrimonio y ninguna se puede divorciar de la otra. El Señor nunca negará gloria a aquella alma a la cual se le ha concedido generosamente vivir en la gracia. En realidad, la gloria no es otra cosa que la gracia vestida de fiesta, gracia en plena floración, gracia semejante a los frutos de otoño, madura y perfecta. Ninguno puede decir cuándo estará en la gloria. Quizás antes que termine este mes de abril veamos la Santa Ciudad. Pero sea ahora o sea más tarde, la verdad es que pronto seremos glorificados. El Señor, sin duda, dará a sus escogidos gloria, gloria celestial, gloria eterna, la gloria de Jesús. ¡Oh!, sorprendente promesa de un Dios fiel.
Charles Haddon Spurgeon.
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