“Sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo”. Miqueas 5:2.
EL Señor Jesús tuvo salidas para su pueblo como su representante delante del trono, mucho antes de que este tuviese existencia. Fue “desde los días del siglo” que Jesús firmó el pacto con su Padre que lo comprometía a pagar sangre por sangre, sufrimiento por sufrimiento, agonía por agonía y muerte por muerte a favor de su pueblo. Fue “desde los días del siglo” que él se dio a sí mismo sin proferir palabra, para que desde la cabeza hasta los pies sudase grandes gotas de sangre, para que fuese escupido, herido, burlado y quebrantado bajo los dolores de la muerte. Sus salidas como nuestro fiador fueron desde la eternidad. ¡Detente, alma mía, y admírate! Tú tuviste salidas en la persona de Jesús “desde los días del siglo”. Cristo te amó no sólo cuando naciste en el mundo, sino que su delicia fue con los hijos de los hombres antes de que estos existiesen. El pensó en ellos a menudo. De eternidad a eternidad puso en ellos su afecto. ¡Qué!, alma mía, tanto tiempo estuvo él ocupado en tu salvación, ¿y ahora no la cumplirá? Ha salido él desde la eternidad para salvarme, ¿y ahora me dejará perder? ¡Qué!, me ha llevado en sus manos como preciosa joya, ¿y ahora me dejará escurrir entre sus dedos? Me eligió antes que salieran los montes o se cavaran los canales del abismo, ¿y ahora me rechazará? ¡Imposible! Estoy seguro que no me habría amado tanto si no hubiese sido un inmutable Amador. Si él pudiese cansarse de mí, se hubiera cansado hace mucho tiempo. Si no me hubiese amado con un amor tan profundo como el infierno y tan fuerte como la muerte, hace mucho que se habría apartado de mí. ¡Oh! gozo sobre todos los gozos saber que soy su eterna e inalienable herencia, dada a él por su Padre. El perdurable amor será la almohada para mi cabeza esta noche.
Charles Haddon Spurgeon.
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