“¿Entiendes lo que lees?” Hechos 8:30.
SERÍAMOS maestros más capaces y menos propensos a ser llevados por todo viento de doctrina, si practicáramos tener una comprensión más inteligente de la Palabra de Dios. Como el Espíritu Santo, Autor de las Escrituras, es el único que nos puede iluminar correctamente para entenderlas, debiéramos constantemente suplicarle que nos instruya y nos guíe a toda verdad. Cuando el profeta Daniel deseaba interpretar el sueño de Nabucodonosor, ¿qué hizo? Oró fervientemente para que Dios le revelara la visión. El apóstol Juan en su visión en Patmos vio un libro sellado con siete sellos que ninguno era digno de abrir ni mirar. El libro fue más tarde abierto por el León de la Tribu de Judá, quien prevaleció para abrirlo. Pero está escrito primero: “Yo lloraba mucho”. Las lágrimas de Juan, que eran sus oraciones líquidas, fueron para él las sagradas llaves que abrieron el libro cerrado. Por tanto, si para tu provecho y el de otros, deseas ser “lleno del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabiduría y espiritual inteligencia” (Col. 1:9), recuerda que la oración es el mejor medio de estudio. Como Daniel entenderás el sueño y su interpretación, cuando hayas buscado a Dios; y como Juan, verás los siete sellos de preciosa verdad desatados, después que hayas llorado mucho. Las piedras no se rompen sino con fuertes martillazos, y el rompedor de piedras debe estar de rodillas. Usa el martillo de la diligencia, y dobla tus rodillas en oración; y entonces no habrá en la Biblia una doctrina que te sea útil entender que no se aclare bajo el ejercicio de la oración y de la fe. Ante el poder de la oración ceden las más grandes dificultades. Las reflexiones y los razonamientos son como simples cuñas, pero la oración es como una poderosa palanca que abre el cofre del sagrado misterio para que nos apropiemos de los tesoros que contiene.
Charles Haddon Spurgeon.
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