CUANDO el creyente es adoptado en la familia de Dios, su relación con el viejo Adán y con la ley cesa enseguida; pero entonces está bajo una nueva autoridad y un nuevo pacto. Creyente, tú eres un hijo de Dios; tu primer deber es obedecer a tu Padre celestial. No tienes nada que ver con un espíritu servil, no eres un esclavo sino un hijo, y ahora, puesto que eres un amado hijo, estás obligado a obedecer el más insignificante deseo de tu padre, la más leve insinuación de su voluntad. ¿Te manda cumplir un sagrado mandato? Es peligroso que lo desatiendas, pues desobedecerías a tu Padre. ¿Te ordena que procures parecerte a Jesús? ¿No te gozas en hacer esto? ¿Te dice Jesús: “Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”? Entonces no porque la ley lo ordene sino porque tu Salvador te lo manda, debes esforzarte por ser perfecto en santidad. ¿Ordena él a sus santos que se amen unos a otros? Hazlo, no porque la ley diga “ama a tu prójimo”, sino porque Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”; y este es el mandamiento que os ha dado “que os améis los unos a los otros”. ¿Se te dice que repartas a los pobres? Cumple con eso, no porque la caridad sea una carga que no te atreves a esquivar, sino porque Jesús enseña “al que te pide, da”. ¿Dice la Biblia “ama a Dios con todo tu corazón”? Considera el mandamiento y replica: “¡Ah!, mandamiento, Cristo ya te ha cumplido; por lo tanto, yo no tengo necesidad de cumplirte para mi salvación, pero me gozo en obedecerte porque Dios ahora es mi Padre y tiene un derecho sobre mi que yo no quiero discutir”. Que el Espíritu Santo haga que tu corazón obedezca al irresistible poder del amor de Cristo, para que tu petición pueda ser: “Guíame por la senda de tus mandamientos; porque en ella tengo mi voluntad”. La gracia es la madre y el ama de la santidad y no la defensora del pecado.
Charles Haddon Spurgeon.
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