“A los que justificó a estos también glorificó”. Romanos 8:30
CREYENTE, aquí hay una preciosa verdad para ti. Puedes ser pobre, estar sufriendo o ser desconocido, pero, anímate haciendo memoria de tu llamamiento y recordando sus consecuencias, especialmente aquella de la cual se habla en este pasaje. Tan cierto como tú eres hoy un hijo de Dios, tus pruebas pronto acabarán, y serás rico en todos los sentidos de la bienaventuranza. Aguarda un momento y tu cansada cabeza ostentará la corona de gloria y tu mano tomará la palma de la victoria. No lamentes tus pruebas, sino más bien regocíjate de que pronto estarás donde “no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. Los carros de fuego están a tu puerta, y en un momento te llevarán a la gloria. El eterno canto está cerca de tus labios. Los portales del cielo están abiertos para dejarte pasar. No pienses que puedas dejar de entrar en el reposo. Si Él te ha llamado, nada te puede apartar de su amor. La angustia no puede romper el vínculo; el fuego de la persecución no puede quemar el eslabón; el martillo del infierno no puede romper la cadena. Tú estás seguro; aquella voz que te llamó al principio te llamará otra vez para que vayas de la tierra al cielo, de las lóbregas tinieblas de la muerte al inefable esplendor de la inmortalidad. Descansa seguro, el corazón del que te justificó, late por ti de infinito amor. Pronto estarás con los glorificados, donde está tu parte.
Lo único que estás esperando aquí es ponerte en condiciones para gozar de la herencia; una vez que esto se realice, las alas de los ángeles te llevarán lejos al monte de la paz, del gozo y de la felicidad, donde, apartado de un mundo de aflicción y de pecado, y en eterna comunión con Dios, descansarás para siempre.
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