“Y me manifestaré a él”. Juan 14:21
EL Señor Jesús da a su pueblo especiales revelaciones de sí mismo. Aunque la Escritura no dijera esto, muchos hijos de Dios lo atestiguarían por propia experiencia. Ellos han tenido peculiares revelaciones de su Señor, que no hubieran podido conseguir ni leyendo ni oyendo. En las biografías de santos eminentes, hallarás muchos casos en los que Jesús se ha placido hablar a sus almas, en una manera muy especial, y revelarles las maravillas de su persona. Sí, sus almas fueron impregnadas de tanta felicidad que creyeron estar en el cielo. Y, mirando bien, estaban cerca de sus umbrales, pues cuando Jesús se manifiesta a los suyos, parece que el cielo está en la tierra y que la gloria ha empezado. Las especiales manifestaciones de Cristo ejercen santa influencia sobre el corazón del creyente. Uno de los efectos será humildad. Si alguien dice: “Yo he tenido tales y cuales revelaciones, soy un gran hombre”, es señal de que no ha tenido ninguna, pues “Dios atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos”. Él no necesita acercarse a ellos para conocerlos ni les concederá ninguna visita de amor. Otro de los efectos será felicidad, pues en la presencia de Dios hay deleites para siempre. Le sigue la santidad. El que no tiene santidad demuestra que nunca ha gozado de la manifestación del Señor. Algunos profesan ser grandes, pero no debemos creerles nada hasta que prueben con hechos lo que dicen. “No os engañéis, Dios no puede ser burlado”. El no da sus mercedes al impío. Al mismo tiempo que no desecha al hombre perfecto, tampoco atiende al malhechor. Habrá, pues, tres efectos de la estrecha amistad con Jesús: Humildad, felicidad y santidad. Quiera Dios dártelos, cristiano.
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