Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor
del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era
millares de millares y millones de millones. Cantaban con todas sus fuerzas:
«¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza
y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!» Apocalipsis 5:11-12.
De nada sirve que un
hombre diga, refiriéndose a un monarca: «Siento un gran respeto por el monarca
en cuanto a su carácter en particular. No haría nada para dañarlo, hasta podría
tenerle respeto. Pero como rey nunca le rendiré homenaje, nunca lo obedeceré.
De hecho, haré todo lo que pueda para quitar la corona de su cabeza». ¿Pudiera
el rey considerar a esa persona como otra cosa que no fuera su enemigo? Sería
en vano que el hombre dijera: «En privado puedo ser tu amigo». El rey diría:
«Oh, pero yo estimo mi corona tanto como mi vida». Así mismo el Señor Jesús no
puede separar su derecho a la corona de su deidad. Él, «siendo por naturaleza
Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse» (Filipenses 2:6), y es llamado «Dios sobre todas las cosas. ¡Alabado sea por siempre!»
(Romanos 9:5). Aquel que caminó sobre las olas del mar de Galilea, cuya voz
hizo a la muerte soltar su presa, aquel que abrió las puertas del paraíso para
que entrara el ladrón moribundo, dice ser igual al Padre Eterno, y así como él
es «Dios sobre todas las cosas»; por tanto, es en vano que digas que respetas
su carácter como hombre si no lo aceptas en su deidad. A menos que lo aceptes
en su carácter oficial como Salvador de los pecadores, serás contado entre sus
enemigos.
A través de la Biblia en un año: Isaías 53-56
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