«Mi hijo Salomón, pensaba David, es muy joven e inexperto, y el
templo que hay que construir para el Señor debe ser el más grande y famoso de
toda la tierra; por eso le dejaré todo listo». Así que antes de morir David
dejó todo listo. 1 Crónicas 22:5.
En los inicios de la
historia cristiana, hubo una preparación previa de la iglesia antes de que se
expandiera. Observa los obedientes discípulos sentados en el Aposento Alto,
esperando ansiosos. Cada corazón presente había sufrido la muerte del Señor, y cada
uno de ellos esperaba recibir el poder del Espíritu prometido. Allí, con un
corazón y una mente, esperaban y velaban en oración, hasta que vino el
Consolador, y con él fueron añadidas tres mil almas.
Un hombre que no
muestra sensibilidad ni compasión por otras almas puede ser usado en alguna
ocasión para ganar un alma. La buena palabra que predica no dejará de ser buena
porque el proclamador no tenga el derecho de declarar los estatutos de Dios.
Pero como regla general, los que traen las almas a Cristo son aquellos que
primero han sentido una agonía y un deseo ferviente de que las almas se salven.
En esto reflejamos el carácter de nuestro Maestro. Él es el gran Salvador de
los hombres, pero antes de que pudiera salvar a otros, aprendió en su carne a
solidarizarse con ellos. Lloró sobre Jerusalén, sudó gotas de sangre en
Getsemaní, fue y es un Gran Sacerdote que sufrió nuestros dolores. Como Capitán
de nuestra salvación, al traer muchos hijos a la gloria, los sufrimientos lo
perfeccionaron. Ni siquiera Jesús fue a predicar sin antes haber pasado noches
enteras orando e intercediendo y derramando lágrimas por la salvación de sus
oyentes.
A través de la Biblia en un año: Eclesiastés 9-12
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