El amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores. 1 Timoteo 6:10.
Yo creo solemnemente que de todos los hipócritas, los peores son aquellos cuyo dios es el dinero. Tal vez pienses que un borracho es peor, pero gracias a Dios hemos visto muchos de ellos que, luego de volver a su vicio en la condición de cristianos caídos, han abandonado su vicio por segunda vez y han regresado. Sin embargo, me temo que han sido muy pocas las veces que hemos visto a hombres avaros alcanzar la salvación, tan pocas veces que pudiéramos escribirlo en la uña de un dedo. Este es un pecado que el mundo no condena, el ministro más fiel escasamente pudiera golpearlo en la frente. Dios es testigo de la dureza con que he tratado a hombres cuya riqueza está en este mundo y que, sin embargo, pretenden ser seguidores de Cristo, pero ellos siempre dicen: «Eso no es conmigo». Lo que yo llamo avaricia ellos lo llaman prudencia, discreción, economía, etc.; y harán acciones que me harían escupir, mientras que ellos piensan que sus manos están limpias luego de llevarlas a cabo, y que pertenecen al pueblo de Dios, y escuchan lo que escucha el pueblo de Dios, y piensan que luego de haber vendido a Cristo por una ganancia irrisoria, todavía irán al cielo. ¡Ay, almas, almas, almas, manténganse alertas, más que todo, de la avaricia! La raíz de toda clase de males no es el dinero, ni la falta de él, sino el amor al dinero. No es el hecho de ganarlo, ni siquiera de ahorrarlo. Es el hecho de amarlo, de convertirlo en tu dios, de considerarlo como lo mejor, y no considerar la causa de Cristo, ni la verdad de Cristo, ni la santidad de Cristo, sino que sacrificas todo lo que posees por obtener ganancias.
A través de la Biblia en un año: Salmos 85-88
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