Al oír esto, rechinando los dientes montaron en cólera contra
él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la
gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios. Hechos 7:54-55.
Los últimos momentos de
Esteban estuvieron llenos de calma, paz, confianza y gozo. Nunca se retractó
ante aquella furiosa audiencia. Les dijo la verdad completa, con tanto denuedo
como si hubiera estado pronunciando un discurso agradable a sus oídos. Cuando
ellos se encolerizaron, no les tuvo miedo; sus labios no temblaron, no se
retractó ni suavizó una sola de sus expresiones, sino que las punzó hasta el
corazón con mayor fidelidad. Con la valentía de un hombre de Dios, puso su
rostro como un pedernal. Consciente de que estaba predicando su último sermón,
empuñó la espada de dos filos que es la Palabra de Dios, clavándola en sus
mismas almas. No le importaba cuánto fruncían el ceño, o cómo crujían sus
dientes. Estaba tan calmado como el cielo que se abría encima de él y a pesar
de que lo habían echado de la ciudad, continuó haciendo su trabajo. Cuando lo
sacaron fuera de las puertas y le quitaron su ropa para ejecutarlo, no
pronunció una sola expresión de temor ni un grito de miedo; permaneció firme y
encomendó su alma a Dios con toda calma, y cuando las primeras piedras asesinas
lo derribaron a tierra cayó sobre sus rodillas, no para pedir misericordia ni
para lanzar un gemido, sino para pedirle al Señor que tuviera misericordia de
los que lo asesinaban. Luego cerró sus ojos como un niño cansado de jugar en un
día de verano que se queda dormido en el regazo de su madre: y «durmió».
Cristiano, cree entonces que si permaneces en Jesús, eso mismo sucederá
contigo.
A través de la Biblia en un año: Salmos 115-118
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