Estaba él de pie junto a un muro construido a plomo, y tenía una
cuerda de plomada en la mano. Amós 7:7.
Todo lo que Dios
construye está construido con precisión, recto, cuadrado y justo. En la
naturaleza ves el cumplimiento de esa regla; en ella no hay nada fuera de
proporción. Los que entienden de estas cosas y las estudian te dirán que
incluso la forma y el tamaño de la tierra tienen relación con el brote de una
flor o la presencia de una gota de rocío en el borde de una hoja, y que si el
sol fuera más grande o más pequeño, o si el material que conforma la tierra
fuera más denso o diferente en algún sentido, entonces todo, lo más mayúsculo y
lo más diminuto, se desestabilizaría.
En los asuntos
espirituales es manifiesto que siempre que Dios trata con las almas, usa la
plomada. Al comenzar con nosotros, se da cuenta que el propio cimiento de
nuestra naturaleza está fuera de la línea perpendicular y, por lo tanto, no
intenta construir sobre él sino que comienza su operación quitándolo. La
primera obra de la gracia divina en el alma es derribar todo aquello que la
naturaleza ha construido. El hombre ha hecho grandes esfuerzos para
construirlo, pero todo tiene que derribarse, hasta que quede un gran hueco. A
la vista de Dios el hombre debe sentirse vacío, derribado y humillado, porque
si Dios va a ser el todo en él, entonces él mismo tiene que ser nada; y si
Cristo va a ser su Salvador, tiene que ser un Salvador completo, de principio a
fin. Así que Dios tiene que derribar y eliminar el cimiento del mérito humano
porque no puede construir bien sobre él.
A través de la Biblia en un año: Job17-20
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