Hazme justicia, Señor, pues he llevado una vida intachable; ¡en
el Señor confío sin titubear! Examíname, Señor; ¡ponme a prueba! Purifica mis
entrañas y mi corazón. Tu gran amor lo tengo presente, y siempre ando en tu
verdad. Salmo 26:1-3.
Me asusta la tendencia
de hacer la obra de Dios con un espíritu mecánico y frío, pero más allá de eso,
tiemblo al pensar que pueda sentir pasión por la obra de Cristo pero permanecer
frío ante el mismo Señor. Temo que tal condición del corazón es posible, que
podemos encender un gran fuego en las calles para que el público se caliente y
tener tan solo un leño medio encendido en nuestro corazón donde Jesús pueda
calentar sus manos. Cuando nos reunimos en la iglesia, la buena compañía nos
ayuda a calentar nuestros corazones, y cuando trabajamos para el Señor con
otros, ellos nos estimulan y hacen posible que renovemos toda nuestra energía y
fuerza, y entonces pensamos: «De seguro mi corazón tiene una posición saludable
ante Dios». Pero, amados, dicha emoción puede ser un pobre indicio de nuestro
estado real. Amo ese fuego apacible, santo, que crece en lo más íntimo de mi
cuarto cuando estoy solo, y ese es el punto que más me concierne, tanto por mí
como por ti, no sea que estemos haciendo la obra de Cristo sin Cristo, al tener
mucho que hacer pero sin pensar mucho en él;
ocupados en el mucho servicio pero olvidados de él. ¿Por qué? Porque muy pronto
eso nos conducirá a hacer un Cristo de nuestro propio servicio, un anticristo
de nuestra propia labor. Ama tu trabajo, pero ama más a tu Maestro; ama tu
rebaño, pero aun más ama al Gran Pastor, y permanece cerca de él, porque no
hacerlo será una señal de infidelidad.
A través de la Biblia en un año: Job9-12
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