Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna
rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así
tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. Juan 15:4.
«Separados de mí no
pueden ustedes hacer nada», dijo nuestro Señor (Juan 15:5) y nosotros hemos
conocido la verdad de esa frase al ver los intentos desacertados que han
terminado en fracasos funestos; pero en el futuro recordemos esta verdad de
manera práctica. Nunca comencemos una obra sin buscar poder de lo alto. A
menudo realizamos el servicio cristiano como si nos sintiéramos a la altura del
mismo; oramos sin pedirle a Dios que nos prepare el corazón; cantamos –ay
hermanos, y cómo sucede esto a nivel mundial- sin suplicarle al Espíritu Santo
en lo absoluto que reanime nuestras alabanzas; y temo que algunos de nosotros
debemos confesar con pesar que en ocasiones predicamos como si la predicación
fuera obra nuestra y no obra del Espíritu Santo que está dentro de nosotros.
Hazlo todo con la
fortaleza del Maestro y ¡qué distinto será todo! Reconoce siempre que estés
trabajando que tu fortaleza solo proviene del Señor. Nunca permitas que te pase
por la mente que como un cristiano experimentado tienes una habilidad para el
trabajo que es particularmente tuya, de manera que puedes prescindir de las
oraciones pidiendo ayuda divina, algo tan necesario para los jóvenes. Nunca
imagines que porque durante muchos años has realizado un servicio con
aceptación, puedes, por lo tanto, hacerlo ahora sin una ayuda renovada. Esta es
la manera en la que el poder de Dios y la vitalidad de la piedad resultan tan
raras en las iglesias. Si no nos sentimos conscientes día tras día de la
debilidad que mora en nosotros y por consiguiente de la necesidad de fortaleza
fresca del Altísimo, pronto dejaremos de estar llenos de gracia.
A través de la Biblia en un año: Filipenses
1-2
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