Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen.
Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el
Justo. 1 Juan 2:1.
El apóstol dice: «si
alguno peca». El «si» podría escribirse en letras tan pequeñas como quisieras
porque la suposición es una cuestión de certeza. «¿Si alguno peca?» La mano
gentil del discípulo amado usa términos muy suaves, poniéndolo como una
suposición, como si fuera algo asombroso que pecásemos luego de tanto amor,
misericordia y bondad. Sin embargo, Juan sabía muy bien que todos los santos
pecan porque él mismo ha declarado que si algún hombre dice que no peca, es un
mentiroso y no hay verdad en él. Los santos todavía son, sin excepción,
pecadores. Fue la gracia quien produjo un cambio tan grande, no habría gracia
en lo absoluto de no haber sido así. Es bueno advertir este cambio. El
cristiano ya no ama el pecado, este es el objeto de su más severo horror; él ya
no lo considera como algo insignificante, ni juega con él ni habla de este con
despreocupación. Lo mira como a una serpiente venenosa, cuya misma sombra debe
evitarse. Ya no se aventurará más de manera voluntaria a llevar la copa a sus
labios como el hombre que una vez casi perdió su vida al beber veneno. El
corazón del cristiano no da ánimo al pecado aunque este no se expulse. El
pecado puede entrar al corazón y luchar por el dominio, pero no puede ocupar el
trono.
A través de la Biblia en un año: 1
Reyes 17-19
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