Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre
misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras
tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido,
también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. 2 Corintios 1:3-4.
Nuestro Dios no quiere
que sus hijos sean infelices y por lo tanto, él mismo, en la tercera persona de
la bendita Trinidad, ha asumido el cargo de Consolador. ¿Por qué lleva tu
rostro colores tan lúgubres? Dios puede consolarte. Tú que estás bajo la carga
del pecado, es verdad que ningún hombre puede ayudarte para darte paz, pero el Espíritu
Santo sí puede. ¡Oh, Dios, a todo el que busca y no ha logrado encontrar
reposo, concédele tu Santo Espíritu! Pon tu Espíritu dentro de él y él
descansará en Jesús. Y tú, querido pueblo de Dios, que estás preocupado,
recuerda que la preocupación y el Espíritu Santo se contradicen entre sí.
«Pondré mi Espíritu en ustedes» quiere decir que te convertirás en alguien
apacible, tranquilo, resignado y conforme con la voluntad divina. Entonces
tendrás fe en Dios de que todo está bien. ¿Puedes tú decir: «Dios mío, Dios
mío»? ¿Quieres algo más? ¿Puedes concebir algo más allá de tu Dios?
¡Omnipotente para hacerlo todo eternamente! ¡Infinito para dar! ¡Fiel para
recordar! Él es todo lo que es bueno. Él solo es la luz: «En él no hay
oscuridad». El Espíritu Santo nos hace entender esto cuando está dentro de
nosotros. En él nuestra felicidad a veces se eleva a grandes olas de regocijo,
como si saltara a la gloria.
A través de la Biblia en un año: Romanos
13-14
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