“Yo, yo soy vuestro Consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor del
hombre, que es mortal, del hijo del hombre, que por heno será contado? Y haste
ya olvidado de Jehová tu Hacedor, que extendió los cielos y fundó la tierra; y
todo el día temiste continuamente del furor del que aflige, cuando se disponía
para destruir; mas ¿en dónde está el furor del que aflige?”
Que este mismo versículo
sea la porción de hoy. No es necesario amplificarlo. Creyente atemorizado,
léelo, créelo, cómelo y reclama su cumplimiento delante del Señor. El que temes
es solamente un hombre después de todo; mientras el que promete confortarte es
Dios, tu Hacedor y el Criador del cielo y de la tierra. Consuelo infinito
sobrepuja un peligro limitado.
“¿En dónde está el furor
del que aflige?” Está en la mano del Señor. Es solamente el furor de un hombre
mortal; furor que termina tan pronto como cesa el soplo de sus narices. ¿Por
qué entonces estamos atemorizados de uno tan débil como nosotros mismos? No
deshonremos a nuestro Dios haciendo un dios del hombre débil. Podemos hacer un
ídolo de un hombre, tanto por temerle excesivamente como por darle excesivo
amor. Tratemos a los hombres como hombres y a Dios como a Dios; y entonces
seguiremos tranquilamente la senda del deber, temiendo al Señor y no temiendo a
ningún otro.
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