“Pon asimismo tu delicia en Jehová, y Él te dará las peticiones de tu
corazón”. Salmo 37:4.
El poner nuestra delicia
en Jehová nos transforma y nos levanta por encima de los deseos carnales de
nuestra naturaleza caída. La delicia en Jehová no tan sólo es dulce en sí, sino
que endulza toda nuestra alma, hasta que los deseos del corazón vienen a ser
tales que el Señor con seguridad puede prometer cumplirlos. ¿No es esa una
delicia grande que amolda nuestros deseos hasta que son como los deseos de
Dios?
Nuestra manera insensata
de proceder es desear primero y después trabajar para conseguir lo que
deseamos. No obramos conforme a la voluntad de Dios, que consiste en buscarle
primeramente y después esperar que todas las cosas nos serán añadidas. Si
nuestro corazón está lleno de Dios hasta que rebosa de delicia, entonces el
Señor mismo se encargará de que no nos falte ningún bien. En vez de salir fuera
en busca de la alegría, quedémonos con Dios y tomemos las aguas de nuestra
propia fuente. Él puede hacer mucho más por nosotros que todos nuestros amigos.
Es mejor contentarse con Dios que entristecerse deseando las trivialidades de
este siglo y de los sentidos. Por un rato podremos tener contratiempos; pero si
estos nos traen más cerca del Señor, debieran ser de grande estima, porque al
fin nos asegurarán el cumplimiento de todos nuestros buenos deseos.
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