“Si estuviereis en mí, y mis
palabras estuvieren en vosotros, pedid todo lo que quisiereis, y os será
hecho”. Juan 15:7.
Hay que notar bien que
tenemos que oír a Jesús hablar, si esperamos que Él nos oiga. Si no prestamos
atención a Cristo, Él no nos oirá. A medida que oímos, seremos oídos.
Además, lo que se oiga
tiene que permanecer y morar en nosotros, y continuar en nuestro carácter como
una energía moral y un poder. Tenemos que recibir las verdades que Jesús
enseñó, los preceptos que Él ordenó y los movimientos de su Espíritu dentro de
nosotros; o no tendremos poder delante del trono de la gracia.
Suponiendo que las
palabras de nuestro Señor sean recibidas, y que permanezcan en nosotros, ¡qué
espacio ilimitado de privilegio nos es abierto! Podemos tener nuestra voluntad
en la oración porque ya hemos entregado nuestra voluntad al mandato del Señor.
Así se prepara a los Elías para manejar las llaves del cielo y cerrar o soltar
las nubes. Un hombre tal vale más que mil cristianos ordinarios. ¿Deseamos
humildemente ser intercesores para la iglesia, para el mundo y, como Lutero,
obtener lo que queramos del Señor? Entonces tenemos que inclinar nuestro oído a
la voz del Bienamado, y atesorar sus palabras, y cuidadosamente obedecerlas.
Tiene que “oír atentamente” el que quiera orar eficazmente.
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