“Y comenzándose a hundir, dio voces, diciendo: Señor, sálvame”.
LOS siervos del Señor, cuando se están hundiendo, recurren a la oración. Pedro olvidó la oración al emprender su atrevido viaje, pero cuando empezó a hundirse, el peligro lo hizo clamar, y su clamor, aunque se produjo tarde, no se produjo demasiado tarde. En las horas de dolores corporales y de angustia mental, nos sentimos naturalmente llevados a la oración como el náufrago es llevado a la costa por las olas. La zorra corre a su cueva para protegerse; el pájaro vuela al bosque para refugiarse, y, de la misma forma, el creyente probado va presuroso al trono de la gracia para hallar seguridad. La oración es el gran puerto de refugio celestial; miles de naves sacudidas por las tormentas hallaron allí un refugio; así que, cuando se acerque alguna tormenta, será prudente que nos dirijamos a ese puerto a toda vela. Las oraciones cortas tienen suficiente extensión. Sólo dos palabras tiene la petición que Pedro formuló, pero eran suficientes para su propósito. Lo deseable no es la extensión, sino el poder. Un sentido claro de nuestra sociedad puede enseñarnos a ser breves. Si nuestras oraciones tuviesen menos de las plumas de la cola, que indican jactancia, y más de las de las alas, serían mucho mejores. La verbosidad es a la oración, lo que el tamo es al trigo. Las cosas preciosas están colocadas en espacios reducidos, y todo lo que hay de verdadera oración en una larga plegaria, podría ser expresado en una petición tan corta como la de Pedro. Nuestras necesidades son las oportunidades de Dios. En cuanto un vivo sentido de peligro arranca de nosotros un ansioso clamor, el oído de Jesús oye en el acto (pues en él, el oído y el corazón van juntos) y su mano no tarda. Nosotros apelamos al Maestro en el último instante, pero su diligente mano compensa nuestra tardanza por una acción instantánea y efectiva. ¿Estamos a punto de ser arrastrados por las turbulentas aguas de la aflicción? Levantemos nuestras almas al Salvador y descansemos seguros de que él no permitirá que perezcamos. Cuando no podemos hacer nada, Jesús lo hace todo. Pongamos a nuestro lado su poderosa ayuda, y todo irá bien.
Charles Haddon Spurgeon.
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