Lo que la Reforma nos dice, pues, a nosotros hoy es que Dios ha hablado y su Palabra se halla registrada en las Escrituras. Y Dios por medio de esta Palabra suya nos ha dicho algo tanto de lo que está "arriba" como en relación a lo de "abajo". Dios habló en una auténtica revelación que de sí mismo hizo concerniente a las "cosas celestiales", y habló también en una verdadera revelación acerca de la naturaleza, es decir: el cosmos y el hombre. Por consiguiente, la Biblia ofrece una solución al problema que atormentó a Leonardo da Vinci; la única solución. Los cristianos de la Reforma hallaron esta solución y tuvieron una auténtica unidad de conocimiento. Simplemente, ¡se ahorraron el problema del Renacimiento; el problema de la naturaleza y la gracia! Ellos poseyeron una verdadera unidad, no porque fueran más inteligentes, sino porque buscaron esta unidad en lo que Dios había revelado en ambas áreas del conocimiento. En contraste con el humanismo que había sido soltado por Tomás de Aquino, y por la forma católico-romana del mismo, no hubo para la Reforma ninguna porción autónoma.
No significa esto que no hubiera libertad para el arte o la ciencia. Ocurrió precisamente todo lo contrario; porque los reformados se encontraron con la posibilidad de verdadera libertad dentro de las formas de la revelación. Aunque el arte y la ciencia tengan libertad, no son actividades autónomas: el artista y el cintífico se hallan también bajo la revelación de las Escrituras. Como vamos a comprobar, cuando el arte o la ciencia han intentado ser realizaciones autónomas, se ha manifestado un cierto principio, siempre, que lleva en sí el germen de la destrucción: la naturaleza "se come" a la gracia y el arte y la ciencia pronto comienzan a ser cosas sin sentido, vacías de significado auténtico.
La Reforma tuvo consecuencias extraordinarias e hizo posible la cultura que muchos de nosotros amamos: aunque nuestra generación quiera ahora echarla por la borda. La Reforma nos confronta con un Adán que, para usar una expresión contemporánea, era un hombre no programado: no una simple pieza de algún sistema de computadores. Una de las cosas que caracterizan al hombre del siglo XX es que no tiene discernimiento para darse cuenta de esto, dado que se halla empapado por un concepto de determinismo. Pero la postura bíblica resulta clara: es imposible explicar el ser humano como totalmente condicionado y determinado, y esta postura es la que vindicó el concepto de la dignidad del hombre. La gente hoy intenta aferrarse a la dignidad humana, pero no sabe cómo, porque ha perdido la verdad de que el hombre es hecho a imagen de Dios. El hombre que describe la Biblia, el hombre que presentó la Reforma, es el Adán que, pese a sus pecados, es un ser humano no programado, un hombre con significado inmerso en una historia con significado, un hombre, en suma, que puede cambiar la historia.
En el pensamiento reformado tenemos, pues, un hombre que es alguien. Mas, al mismo tiempo, se trata de un hombre que se ha rebelado: y se ha rebelado realmente; no es la suya una "contestación" para "hacer teatro". Ahora bien, por cuanto es un ser no programado y se ha rebelado realmente, tiene verdadera responsabilidad moral. Es éticamente culpable. Y de ahí que los reformadores comprendieran algo más. Tenían una comprensión bíblica de la obra de Cristo. Entendieron que Jesucristo murió en la cruz como sustituto y como propiciación para salvar a los hombres de su culpa verdadera. Hemos de comprenderlo bien: tan pronto como comenzamos a minimizar el concepto bíblico de la culpa moral auténtica, bien sea mediante contemporizaciones psicológicas, o teológicas o de cualquier otra clase, nuestras opiniones sobre la obra de Jesús no serán ya más bíblicas. Cristo murió por un hombre que tenía verdadera culpa moral, por cuanto había hecho una elección real y verdadera.
Fragmento tomado del libro HUYENDO DE LA RAZÓN de Francis A. Schaeffer
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