3- TIEMPOS QUE REQUIEREN UN CUIDADO ESPECIAL DEL CORAZÓN
La corrupción y depravación del hombre es tal, que unos se han convertido en lobos o tigres para otros. Y tal como los hombres son por naturaleza crueles y opresivos unos con otros, los impíos conspiran para abusar y hacer mal al pueblo de Dios. "Destruye el impío al más justo que él" (Habacuc 1:13).
Cuando nos hacen mal y abusan de nosotros, es difícil guardar el corazón de inclinarse a la venganza y hacer que encomiende su causa a Aquel que juzga justamente. Es difícil evitar el ejercicio de cualquier emoción pecaminosa. Nuestro espíritu desea venganza, pero no debe ser así. Tenemos la elección de tomar las ayudas del Evangelio para evitar que nuestros corazones se inclinen a acciones pecaminosas contra nuestros enemigos, y para endulzar nuestro amargo espíritu.
¿Cómo puede un cristiano guardar su corazón de emociones vengativas bajo las grandes injurias y abusos de los hombres? Cuando encontremos que el corazón comienza a inflamarse con sentimientos de venganza, reflexionemos inmediatamente en lo siguiente:
EN PRIMER LUGAR, pongamos sobre nuestro corazón las severas prohibiciones contra la venganza que encontramos en la ley de Dios.
A pesar de lo gratificante que pueda ser la venganza para nuestras inclinaciones corruptas, recordemos que está prohibida. Escuchemos la Palabra de Dios: "No digas: Yo me vengaré" (Proverbios 20:22). No digamos que haremos a alguien lo mismo que nos ha hecho a nosotros. "No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor" (Romanos 12:19), por el contrario: "Si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber" (Romanos 12:20).
La prohibición de la venganza, que está tan de acuerdo con nuestra naturaleza, solía ser un argumento utilizado por los cristianos para probar que su fe era pura y sobrenatural. Y sería deseable que este argumento no fuese desechado.
Impresionemos nuestro corazón con la autoridad de Dios en las Escrituras, y cuando la razón carnal diga: "Mi enemigo merece ser odiado", dejemos que la conciencia replique: "¿Pero acaso Dios merece ser desobedecido?". Cuando diga "me ha hecho esto y lo otro, y me ha ofendido", digamos "Pero ¿Qué me ha hecho Dios para que le ofenda?". Si mi enemigo se atreve a quebrantar la paz descaradamente, ¿seré yo tan impío como para quebrantar el precepto? Si él no teme ofenderme, ¿no debería yo temer el ofender a Dios?
Permitamos que el temor de Dios restrinja y calme nuestros sentimientos de esta forma.
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