"...aunque amándoos más, sea amado menos", 2 Corintios 12:15
El amor natural del ser humano espera ser correspondido, pero Pablo nos está diciendo: "No me importa
si me amas o no, de todas maneras estoy dispuesto a privarme completamente de todo, a empobrecerme
hasta la miseria, no solo por amor a ustedes sino para que los pueda llevar a Dios". "Ya conocéis la gracia
de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico", 2 Corintios 8:9. El
concepto que tenía Pablo sobre el servicio era similar al de nuestro Señor. Sin importarle qué tan alto
fuera el costo para si mismo, él estaba dispuesto a pagarlo con gusto. Y para él era un gozo. La noción
que tiene la iglesia institucional sobre un siervo de Dios no es como la de Jesucristo. La idea del Señor es
que lo sirvamos a Él siendo siervos de los demás. En realidad, Jesucristo es "más socialista” que los
socialistas. Él declaró que en su reino el mayor sería el siervo de todos (Mateo 23:11). La prueba real de
un santo no es que predique el evangelio, sino que lave los pies de los discípulos, es decir, que realice
aquellas tareas que no tienen importancia según la opinión de la gente, pero que valen todo desde el punto
de vista de Dios. Pablo se complacía en gastarse a sí mismo por causa de los intereses de Dios en otras
personas, sin importar cuánto le costara. Pero nosotros, antes de servirle nos detenemos a ponderar los
intereses personales y financieros. "Supongamos que Dios quiere que me traslade a otro lugar. ¿Qué de
mi salario? ¿Cómo es el clima? ¿Quién se encargará de mis necesidades? Uno tiene que pensar en estas
cosas". Todo lo anterior indica que servimos a Dios con restricciones. Pero el apóstol Pablo no tenía
ninguna condición ni reserva. Él centró su vida en el concepto de Jesucristo sobre un santo del Nuevo
Testamento: no alguien que simplemente proclama el Evangelio, sino quien se convierte en pan partido y
vino derramado en las manos de Jesucristo, por amor a otros.
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