"Vosotros me llamáis
Maestro y Señor y decís bien, porque lo soy... De cierto, de cierto os digo: El
siervo no es mayor que su señor", Juan 13:13-16
Tener un señor y un maestro no es lo mismo que ser dominado y enseñado. Tener un señor y un maestro significa que hay alguien que me conoce mejor que yo mismo, que es más íntimo que un amigo. Alguien que entiende las más remotas profundidades de mi corazón y puede satisfacerlas completamente. Alguien que me ha dado la seguridad de que ha encontrado y resuelto todas las dudas, incertidumbres y problemas de mi mente. Esto es tener un maestro, nada menos: "Uno es vuestro Maestro, el Cristo", Mateo 23:8.
El Señor nunca me obliga a obedecerlo, ni toma medidas para forzarme a hacer su voluntad. En ciertas oportunidades quisiera que Dios me dominara y obligara a hacer lo que Él quiere, pero no lo hace; y, en otras, que me dejara tranquilo, pero tampoco lo hace.
"Vosotros me llamáis Maestro y Señor", pero ¿realmente lo es? Las palabras, "Maestro y Señor" tienen poca cabida en nuestro vocabulario. Preferimos los términos Salvador, Santificación y Sanador. Amor es la única palabra que verdaderamente describe la experiencia de ser dominado, pero, sabemos muy poco del amor tal y como Dios lo revela en su Palabra. Esto es evidente por la manera como empleamos la palabra obedecer. En la Biblia la obediencia se fundamenta en una relación de igualdad, como la de un hijo con su padre, por ejemplo. Nuestro Señor no fue simplemente el siervo de Dios, sino su Hijo. "Y aunque era Hijo aprendió lo que es la obediencia", Hebreos 5:8. Ser conscientes de que nos están dominando, es una prueba de que no tenemos ningún maestro y señor. Si esa es nuestra actitud hacia Jesús, estamos muy lejos de la relación que Él desea con nosotros. Él nos quiere en una relación en la que fácilmente sea nuestro Maestro y Señor, sin que nos demos cuenta; una relación en la que todo lo que sabemos es que somos suyos para obedecerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario