“Hallé luego al que mi alma ama; trabé de él y no lo dejé”. Cantares 3:4.
¿NOS recibe Cristo cuando nos acercamos a él, no obstante toda nuestra pecaminosidad? ¿Nunca nos reprende él por haber probado primero todos los otros refugios? ¿Hay en la tierra alguno como él? ¿Es él el mejor entre todos los buenos y el más bello entre todos los hermosos? ¡Oh!, entonces alabémoslo. Hijas de Jerusalén, ensalzadlo con adufe y arpa. ¡Abajo con los ídolos! ¡Arriba con el Señor Jesús! Dejemos que los estandartes de pompa y orgullo sean hollados bajo los pies, pero que la cruz de Jesús, que el mundo burla y escarnece, sea levantada en alto. ¡Oh!, si tuviésemos un trono de marfil para nuestro Rey Salomón. Quiero que Jesús se siente en alto para siempre y que mi alma, en cambio, se siente en un escabel y bese sus pies y los lave con mis lágrimas. ¡Oh!, cuán precioso es Cristo. ¿Cómo puede ser que yo piense tan poco en él? ¿Cómo puedo yo alejarme en busca de gozo o de consuelo cuando él tiene tanta abundancia, es tan rico y tanto satisface? Compañero creyente, haz un pacto con tu corazón en el sentido de que nunca te apartarás de él, y, después, pide a tu Señor que lo ratifique. Pídele que te ponga en su dedo como un anillo y en su brazo como un brazalete. Pídele que te ciña a él así como la desposada se atavía con ornamentos y como el novio se pone sus joyas. Yo quisiera vivir en el corazón de Cristo. Mi alma quiere habitar eternamente en las hendiduras de aquella roca. “Aun el gorrión halla casa y la golondrina nido para sí donde ponga sus pollos en tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío y Dios mío”. Yo también quisiera hacer mi nido, mi casa, en ti, para que el alma de tu tórtola nunca más se aleje de ti, sino que haga su nido cerca de ti, oh Jesús, verdadero y único descanso mío.
Gloria, gloria, aleluya
Gloria, gloria a Jesús;
El me salva y me guarda;
¡Gloria, gloria a Jesús!
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