“No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo”.
Algunas veces contenderá,
o no sería un padre sabio para hijos tan pobres y errantes como somos nosotros.
Su reprensión es muy penosa a los que son verdaderos, porque sienten cuánto la
merecen y cuán malo es de su parte haberle entristecido. Sabemos lo que significa
esta reprensión, y nos doblegamos delante del Señor, lamentando que le hemos
hecho enojarse con nosotros.
¡Pero qué consuelo
hallamos en estas líneas! “No contenderá para siempre”. Si nos arrepentimos y
volvemos a Él con corazones quebrantados por el pecado, y que dejan el pecado,
Él nos sonreirá en seguida. No le agrada mirar con reprensión hacia los que ama
con todo su corazón; es su gozo que nuestro gozo sea cumplido.
Venid, busquemos su
rostro. No hay motivo para la desesperación, ni aun para el temor. Amemos a un
Dios que reprende, y antes de mucho estaremos cantando: “Tu furor se apartó y
me has consolado”. ¡Fuera presentimientos tristes, que sois cuervos del alma!
¡Entrad, esperanza humilde y memoria grata, palomas del alma! El que nos perdonó
hace mucho tiempo como juez, nos perdonará otra vez como padre, y nos gozaremos
en su amor tierno e inmutable.
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