NOTA DEL AUTOR:
¹ Lamentaría mucho si el lenguaje que acabo de usar acerca de los avivamientos se malentendiera. Para prevenirlo presentaré algunos comentarios para aclarar lo que quiero decir.
Nadie puede estar más profundamente agradecido que yo por los avivamientos auténticos en la fe cristiana. Dondequiera que sucedan y por los medios que sean les deseo de todo corazón que Dios los bendiga. "Si Cristo es predicado", me regocijo, cualesquiera que sean los predicadores. Si las almas son salvadas, me regocijo, cualquiera que sea la denominación de la iglesia donde se presenta la Palabra de vida.
Pero es una triste realidad que en un mundo como este, no se puede tener lo bueno sin lo malo. No vacilo en decir que una de las consecuencias del movimiento de avivamiento ha sido la aparición de un sistema teológico que me siento obligado a llamar defectuoso y malicioso, en extremo.
La característica principal del sistema teológico al que me refiero, es esta: Una exageración extravagante y desproporcionada de tres puntos de la religión, a saber: La conversión instantánea, la invitación a pecadores inconversos a venir a Cristo y la posesión de un gozo y paz interior como prueba de la conversión. Repito que estos tres grandes puntos (pues grandes son), incesantemente alcanzan algún público, exclusivamente en algunos sectores, donde causa grandes perjuicios.
La conversión instantánea, sin duda, debe ser algo para insistirle a la gente. Pero las personas no deben ser llevadas a suponer que no hay otra manera de convertirse y que, a menos que Dios las convierta súbita y poderosamente, no están convertidas.
El deber de venir inmediatamente a Cristo, "tal como somos", es algo que hay que insistirles a todos los oyentes. Es la piedra fundamental de la predicación del evangelio. Pero, de hecho, no se les debe decir que se arrepientan, al igual que crean. Hay que decirles por qué deben venir a Cristo, para qué venir y de dónde surge su necesidad de hacerlo.
La proximidad de paz y consuelo en Cristo debe ser proclamada a los hombres. Pero, de hecho, se les debe enseñar también que tener grandes manifestaciones de gozo y entusiasmo exagerado no es esencial en la justificación y que puede haber fe y paz auténtica sin sentimientos tan eufóricos. El gozo solo, no es evidencia segura de la gracia.
Los defectos del sistema teológico que tengo en mente son estos: (1) La obra del Espíritu Santo en la conversión de pecadores se confina demasiado a un solo método. No todos los conversos verdaderos se convierten instantáneamente como Saulo y el carcelero de Filipos. (2) No se instruye suficientemente a los pecadores acerca de la santidad de la ley de Dios, la profundidad de sus pecados y la verdadera culpabilidad del pecado. Estar diciéndole incesantemente al pecador que "venga a Cristo" es de poco provecho, a menos que se le diga por qué necesita venir y se le muestren claramente sus pecados. (3) No se explica suficientemente qué es la fe. En algunos casos se les enseña que fe es solo sentir. A otros se les enseña que si creen que Cristo murió por los pecadores tienen fe. ¡Decir eso es decir que también los demonios son creyentes! (4) Poseer gozo y seguridad interior es predicado como esencial. No obstante, la seguridad no es la esencia de una fe salvadora. Puede haber fe cuando no hay seguridad. Insistir que todos los creyentes se "regocijen" en cuanto creen, es sumamente peligroso. Estoy seguro de que algunos se regocijarán in creer, mientras que otros que creen no podrán regocijarse inmediatamente. (5) Por último, pero no por eso menos importante, demasiadas veces se pasa por alto la soberanía de Dios en salvar a pecadores y la absoluta necesidad de una gracia ordenada de antemano. Muchos hablan como si las conversiones se pudieran fabricar cuando el hombre quiere y como si no hubiera una prueba como esta: "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia" (Ro. 9:16).
Estoy convencido de que es muy grande el daño que hace este sistema teológico al cual me refiero. Por una parte, a muchos cristianos humildes se les presiona tanto que los acobardan. Creen que no son objeto de gracia porque no pueden alcanzar los niveles y sentimientos superiores que tanto se les insiste que alcancen. Por otro lado, muchas personas, que no son objeto de la gracia, porque les hacen pensar equivocadamente que están "convertidos" y por la presión de una emoción carnal y sentimientos temporales, son conducidos a profesarse cristianos. Y, mientras tanto, los insensatos e impíos observan con desprecio y encuentran nuevas razones para hacerle caso omiso a la fe evangélica.
Los antídotos para este estado de cosas son simples y pocos. (1) "Sean enseñados todos los consejos de Dios". Esa es la proporción bíblica: No dejando que dos otres doctrinas preciosas del evangelio le hagan sombra a todas las demás verdades. (2) El arrepentimiento sea enseñado en su totalidad, al igual que la fe, y no confiar en los antecedentes. El Señor Jesucristo y San Pablo siempre enseñaban ambos. (3) Sea enunciada y admitida la variedad de las obras del Espíritu Santo y, aunque se les recalque a los hombres la conversión instantánea, que no se enseñe como una necesidad. (4) Sean advertidos claramente los que profesan haber encontrado una paz incuestionable, que se pongan a prueba y que recuerden que sentimiento no es fe. El Señor Jesús dijo: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos". Esa es la gran prueba de la fe auténtica (Jn. 8:31). (5) Sea el gran deber de "calcular el costo", algo que les insista constantemente a los que se disponen a hacer una profesión de fe y que se les diga, sincera y claramente, que hay guerra, al igual que paz, una cruz, al igual que una corona en la obra del Señor.
Estoy seguro de que lo que más hay que temer en la religión es esa emoción malsana porque, a menudo, termina en una reacción fatal que arruina el alma y resulta en una absoluta falta de vida. Y cuando las multitudes caen súbitamente bajo el poder de sensaciones religiosas, es casi seguro que a esto le sigue una excitación malsana.
No tengo mucha confianza en la validez de conversiones que suceden en masa y al por mayor. No me parece que esté en armonía con los tratos generales de Dios en esta dispensación. Me parece que el plan común de Dios es llamar a los individuos uno por uno. Por eso, cuando escucho que se han convertido gran número de personas, súbitamente y todos de una vez, lo tomo con menos esperanza que algunos. Los éxitos más sanos y más permanentes en los campos misioneros no han sido aquellos en que los naturales del lugar se "hacen cristianos" en masa. La obra más satisfactoria y firme aquí no siempre me parece ser la obra realizada en "campañas de evangelización".
Hay dos pasajes en las Escrituras que me gustaría ver que los que predican el evangelio y, especialmente los que tienen algo que ver con reuniones de evangelización, explicaran con frecuencia y exhaustivamente. Uno es el pasaje de la parábola del sembrador. Esa parábola no aparece tres veces sin buena razón y significado profundo. El otro pasaje es la enseñanza de nuestro Señor acerca de "calcular el costo" y las palabras que dijo a las "grandes multitudes" cuando lo seguían. Él veía lo que ellos necesitaban. Les dijo que estuvieran quietos y "calcularan el costo" (Lc. 14:25, etc.). No estoy seguro de que algunos predicadores modernos hayan tomado este curso de acción.