II. "Yo conozco tus obras"
Digo una vez más que repasemos con frecuencia las siete "epístolas a las iglesias". En segundo lugar, les pido a mis lectores que noten que en cada epístola el Señor Jesús dice: "yo conozco tus obras". Esta expresión que se repite una y otra vez es muy impresionante. Es por algo que leemos estas palabras siete veces.
A una iglesia el Señor Jesús dice "tu arduo trabajo y tu paciencia", a otra "tu tribulación y tu pobreza", a la tercera "tu amor, y fe, y servicio". En cambio, a todas les dice las palabras que ahora estamos enfocando: "Yo conozco tus obras". No dice: "Yo conozco la fe que profesas, tus anhelos, tus decisiones", sino que dice obras. Yo conozco tus obras.
Las obras de un cristiano profesante son de gran importancia. No pueden salvar su alma. No pueden justificarlo. No pueden limpiarlo de sus pecados. No pueden librarlo de la ira de Dios. Pero porque no puedan salvarlo, no significa que no sean importantes. Tenga cuidado, no sea que se le ocurra creer esto. La persona que lo cree está terriblemente engañada.
A menudo, pienso que con gusto moriría por defender la doctrina de la justificación por la fe sin las obras de la ley. Pero mantengo firmemente que, por lo general, las obras del hombre son evidencia de su fe. Si se denomina usted cristiano, tiene que demostrarlo en su diario vivir y su comportamiento cotidiano. Recuerde que la fe de Abraham y la de Rahab se comprobó por sus obras (Stg. 2:21-26). Recuerde que no le sirve a usted ni me sirve a mí profesar que conozco a Dios, si nuestras obras lo desdicen (Tito 1:16). Recuerde las palabras de nuestro Señor Jesús: "Porque cada árbol se conoce por su fruto" (Lc. 6:44).
Además, sean las que fueren las obras de un cristiano profesante, dice la Palabra: "Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos" (Pr. 15:3). Nunca ha realizado usted una acción, por más privada que haya sido, que el Señor no viera. Nunca dijo una palabra, no, ni siquiera un susurro, que Jesús no oyera. Nunca escribió una carta, aun a su amigo más querido, que Jesús no haya leído. Nunca ha tenido un pensamiento, por más secreto que haya sido, que Jesús no sabía. Sus ojos son como fuego que arde. La oscuridad no es oscuridad para él. Todas las cosas le son manifiestas. Le dice a cada uno: "Yo conozco tus obras".
(a) El Señor Jesús conoce las obras de todas las almas impenitentes e incrédulas y, un día, las castigará. No son olvidadas en el cielo, aunque se olviden en la tierra. Cuando el gran trono blanco esté preparado y los libros sean abiertos, los impíos muertos serán juzgados "según sus obras" (Ap. 20:12-13).
(b) El Señor conoce las obras de su propio pueblo y las pesa. "A él le toca pesar las acciones" (1 S. 2:3). Él conoce el por qué y el para qué de las obras de todos los creyentes. Ve las motivaciones de cada paso que dan. Discierne cuánto se realiza en su nombre y cuánto para ser alabado. ¡Ay! Muchas cosas que hacen los creyentes nos parecen muy buenas a usted y a mí, pero Cristo les da una calificación muy baja.
(c) El Señor Jesús conoce las obras de todos los que pertenecen a su pueblo y, un día, las recompensará. Nunca pasa por alto una palabra cariñosa ni una buena obra realizada en su nombre. A él le pertenecen todos los frutos de la fe, aun los más pequeños; y los declarará ante el mundo el día de su venida. Si ama usted al Señor Jesús y le sigue, puede estar seguro de que sus obras para el Señor no serán en vano. Las obras de los que mueren en el Señor "con ellos siguen" (Ap. 14:13). No irán antes que ellos, ni a su lado, sino que los siguen y serán los elementos para su balance el día de la venida de Cristo. La parábola de las minas se hará realidad (Lc. 19:12-27). "Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor" (1 Co. 3:8). El mundo no lo conoce a usted porque no conoce a su Hacedor. Pero Jesús ve y sabe todo. "Yo conozco tus obras".
Reflexione acerca de la advertencia solemne que hay aquí para todo el que profesa una religión mundana e hipócrita. Lea, subraye y digiera estas palabras. Jesús le dice: "Yo conozco tus obras". Usted puede engañarme a mí y a otros pastores; es fácil hacerlo. Usted puede recibir de mis manos el pan y la copa y, no obstante, estar aferrándose a la iniquidad en su corazón. Puede asistir a la iglesia semana tras semana y escuchar con seriedad las palabras del predicador y, sin embargo no creerlas. Pero recuerde que no puede engañar a Cristo. Aquel que descubrió lo muerta que estaba la iglesia en Sardis y lo tibia que era la de Laodicea, lo conoce a usted de pies a cabeza, y lo expondrá en el día final, a menos que se arrepienta.
Oh, créame, la hipocresía siempre pierde. Nunca da resultado parecer una cosa ser otra, ni llamarse cristiano y no serlo. Puede estar seguro de que si le remuerde la conciencia en este sentido, también su pecado será descubierto. Los ojos que vieron a Acán robar un lingote de oro y esconderlo, están sobre usted. El libro que registró las obras de Giezi, Ananías y Safira, está registrando sus obras. Jesús, en su misericordia, le envía hoy una advertencia. Dice: "Yo conozco tus obras".
Por otro lado, piense en el aliento que hay aquí para cada creyente sincero y auténtico. También a usted le dice Jesús: "Yo conozco tus obras". Usted no ve nada especial en ninguna de sus acciones. Todo le parece imperfecto, manchado y deshonroso. A veces, se siente mal por sus propias faltas. A menudo, siente que toda su vida es un gran error y que cada día es un espacio en blanco o un manchón. Pero sepa ahora que Jesús puede ver algo de hermosura en todo lo que hace con el anhelo consciente de complacerle. Sus ojos pueden discernir la excelencia, aun en lo más pequeño, que es fruto de su propio Espíritu. Él puede sacar las pepitas de oro de la escoria de sus acciones y separar la cizaña del trigo en todos sus quehaceres. Todas sus lágrimas van en su redoma (Sal. 56:8). Sus esfuerzos por ayudar a los demás, por más pequeños que sean, están escritos en su libro memorial. La copa más pequeña de agua, dada en su nombre, recibirá su recompensa. El Señor no olvida sus obras y trabajos de amor, aunque el mundo no los valore.
Parece demasiado maravilloso y sí, lo es. A Jesús le encanta honrar la obra del Espíritu en su pueblo y de pasar por alto sus flaquezas. Toma en cuenta la fe de Rahab, pero no su mentira. Felicita a sus apóstoles por permanecer con él durante sus tentaciones y no tiene en cuenta su ignorancia y falta de fe (Lc. 12:28). "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen" (Sal. 103:13). Y de la misma manera como un padre de familia se complace con las más pequeñas y dignas acciones de sus hijos, de las cuales los extraños nada saben, se complace el Señor con nuestros débiles esfuerzos por servirle.
Es todo muy maravilloso. Puedo comprender por qué los justos en el Día del Juicio dirán: "¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?" (Mt. 25:37-39). ¡Les parecerá increíble e imposible haber hecho algo digno de mencionar en aquel gran día! No obstante, así es. Cobren aliento por esto, todos los creyentes. El Señor dice: "Yo conozco todas tus obras". Esto debe hacerle humilde, pero no temeroso.