Versículo para hoy:

“[Nuevamente Jesús anuncia su muerte][(Mr. 10.32-34; Lc. 18.31-34)]Subiendo Jesús a Jerusalén, tomó a sus doce discípulos aparte en el camino, y les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará.” -Mateo 20: 17-19

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martes, 1 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. "Yo conozco tus obras"

    Digo una vez más que repasemos con frecuencia las siete "epístolas a las iglesias". En segundo lugar, les pido a mis lectores que noten que en cada epístola el Señor Jesús dice: "yo conozco tus obras". Esta expresión que se repite una y otra vez es muy impresionante. Es por algo que leemos estas palabras siete veces.

    A una iglesia el Señor Jesús dice "tu arduo trabajo y tu paciencia", a otra "tu tribulación y tu pobreza", a la tercera "tu amor, y fe, y servicio". En cambio, a todas les dice las palabras que ahora estamos enfocando: "Yo conozco tus obras". No dice: "Yo conozco la fe que profesas, tus anhelos, tus decisiones", sino que dice obras. Yo conozco tus obras.

    Las obras de un cristiano profesante son de gran importancia. No pueden salvar su alma. No pueden justificarlo. No pueden limpiarlo de sus pecados. No pueden librarlo de la ira de Dios. Pero porque no puedan salvarlo, no significa que no sean importantes. Tenga cuidado, no sea que se le ocurra creer esto. La persona que lo cree está terriblemente engañada.

    A menudo, pienso que con gusto moriría por defender la doctrina de la justificación por la fe sin las obras de la ley. Pero mantengo firmemente que, por lo general, las obras del hombre son evidencia de su fe. Si se denomina usted cristiano, tiene que demostrarlo en su diario vivir y su comportamiento cotidiano. Recuerde que la fe de Abraham y la de Rahab se comprobó por sus obras (Stg. 2:21-26). Recuerde que no le sirve a usted ni me sirve a mí profesar que conozco a Dios, si nuestras obras lo desdicen (Tito 1:16). Recuerde las palabras de nuestro Señor Jesús: "Porque cada árbol se conoce por su fruto" (Lc. 6:44).

    Además, sean las que fueren las obras de un cristiano profesante, dice la Palabra: "Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos" (Pr. 15:3). Nunca ha realizado usted una acción, por más privada que haya sido, que el Señor no viera. Nunca dijo una palabra, no, ni siquiera un susurro, que Jesús no oyera. Nunca escribió una carta, aun a su amigo más querido, que Jesús no haya leído. Nunca ha tenido un pensamiento, por más secreto que haya sido, que Jesús no sabía. Sus ojos son como fuego que arde. La oscuridad no es oscuridad para él. Todas las cosas le son manifiestas. Le dice a cada uno: "Yo conozco tus obras".

    (a) El Señor Jesús conoce las obras de todas las almas impenitentes e incrédulas y, un día, las castigará. No son olvidadas en el cielo, aunque se olviden en la tierra. Cuando el gran trono blanco esté preparado y los libros sean abiertos, los impíos muertos serán juzgados "según sus obras" (Ap. 20:12-13).

    (b) El Señor conoce las obras de su propio pueblo y las pesa. "A él le toca pesar las acciones" (1 S. 2:3). Él conoce el por qué y el para qué de las obras de todos los creyentes. Ve las motivaciones de cada paso que dan. Discierne cuánto se realiza en su nombre y cuánto para ser alabado. ¡Ay! Muchas cosas que hacen los creyentes nos parecen muy buenas a usted y a mí, pero Cristo les da una calificación muy baja.

    (c) El Señor Jesús conoce las obras de todos los que pertenecen a su pueblo y, un día, las recompensará. Nunca pasa por alto una palabra cariñosa ni una buena obra realizada en su nombre. A él le pertenecen todos los frutos de la fe, aun los más pequeños; y los declarará ante el mundo el día de su venida. Si ama usted al Señor Jesús y le sigue, puede estar seguro de que sus obras para el Señor no serán en vano. Las obras de los que mueren en el Señor "con ellos siguen" (Ap. 14:13). No irán antes que ellos, ni a su lado, sino que los siguen y serán los elementos para su balance el día de la venida de Cristo. La parábola de las minas se hará realidad (Lc. 19:12-27). "Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor" (1 Co. 3:8). El mundo no lo conoce a usted porque no conoce a su Hacedor. Pero Jesús ve y sabe todo. "Yo conozco tus obras".

    Reflexione acerca de la advertencia solemne que hay aquí para todo el que profesa una religión mundana e hipócrita. Lea, subraye y digiera estas palabras. Jesús le dice: "Yo conozco tus obras". Usted puede engañarme a mí y a otros pastores; es fácil hacerlo. Usted puede recibir de mis manos el pan y la copa y, no obstante, estar aferrándose a la iniquidad en su corazón. Puede asistir a la iglesia semana tras semana y escuchar con seriedad las palabras del predicador y, sin embargo no creerlas. Pero recuerde que no puede engañar a Cristo. Aquel que descubrió lo muerta que estaba la iglesia en Sardis y lo tibia que era la de Laodicea, lo conoce a usted de pies a cabeza, y lo expondrá en el día final, a menos que se arrepienta.

    Oh, créame, la hipocresía siempre pierde. Nunca da resultado parecer una cosa  ser otra, ni llamarse cristiano y no serlo. Puede estar seguro de que si le remuerde la conciencia en este sentido, también su pecado será descubierto. Los ojos que vieron a Acán robar un lingote de oro y esconderlo, están sobre usted. El libro que registró las obras de Giezi, Ananías y Safira, está registrando sus obras. Jesús, en su misericordia, le envía hoy una advertencia. Dice: "Yo conozco tus obras".

    Por otro lado, piense en el aliento que hay aquí para cada creyente sincero y auténtico. También a usted le dice Jesús: "Yo conozco tus obras". Usted no ve nada especial en ninguna de sus acciones. Todo le parece imperfecto, manchado y deshonroso. A veces, se siente mal por sus propias faltas. A menudo, siente que toda su vida es un gran error y que cada día es un espacio en blanco o un manchón. Pero sepa ahora que Jesús puede ver algo de hermosura en todo lo que hace con el anhelo consciente de complacerle. Sus ojos pueden discernir la excelencia, aun en lo más pequeño, que es fruto de su propio Espíritu. Él puede sacar las pepitas de oro de la escoria de sus acciones y separar la cizaña del trigo en todos sus quehaceres. Todas sus lágrimas van en su redoma (Sal. 56:8). Sus esfuerzos por ayudar a los demás, por más pequeños que sean, están escritos en su libro memorial. La copa más pequeña de agua, dada en su nombre, recibirá su recompensa. El Señor no olvida sus obras y trabajos de amor, aunque el mundo no los valore.

    Parece demasiado maravilloso y sí, lo es. A Jesús le encanta honrar la obra del Espíritu en su pueblo y de pasar por alto sus flaquezas. Toma en cuenta la fe de Rahab, pero no su mentira. Felicita a sus apóstoles por permanecer con él durante sus tentaciones y no tiene en cuenta su ignorancia y falta de fe (Lc. 12:28). "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen" (Sal. 103:13). Y de la misma manera como un padre de familia se complace con las más pequeñas y dignas acciones de sus hijos, de las cuales los extraños nada saben, se complace el Señor con nuestros débiles esfuerzos por servirle.

    Es todo muy maravilloso. Puedo comprender por qué los justos en el Día del Juicio dirán: "¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?" (Mt. 25:37-39). ¡Les parecerá increíble e imposible haber hecho algo digno de mencionar en aquel gran día! No obstante, así es. Cobren aliento por esto, todos los creyentes. El Señor dice: "Yo conozco todas tus obras". Esto debe hacerle humilde, pero no temeroso.

lunes, 31 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

14. Advertencia a las iglesias visibles

"El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias". Apocalipsis 3:22

    Me supongo que puedo contar con que cada uno de mis lectores pertenece a alguna iglesia visible de Cristo. No le pregunto si es usted episcopal, presbiteriano o independiente. Lo único que supongo es que no le gustaría que lo llamaran ateo o incrédulo. También supongo que asiste al culto público de un cuerpo visible, particular o nacional de cristianos que profesan serlo exteriormente.

    Ahora bien, sea cual fuere el nombre de su iglesia, le invito a prestar especial atención al versículo bíblico que tiene ante sus ojos. Le encargo que tenga en mente que las palabras de ese versículo le conciernen a usted. Fueron escritas para su conocimiento y para todos los que se consideran cristianos. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias".

    En el segundo y tercer capítulo del libro de Apocalipsis, este versículo se repite siete veces. En estos capítulos, el Señor envía, por la mano de Juan, una carta a cada una de las siete iglesias de Asia. Siete veces termina sus cartas diciendo las mismas palabras solemnes. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias".

    Todo lo que el Señor Dios hace es perfecto. No hace nada por casualidad. No causó que ninguna parte de las Escrituras se escribiera por casualidad. En todos sus tratos, podemos encontrar un designio, propósito y plan. Hubo un diseño en el tamaño y órbita de cada planeta. Hay un designio en la forma y estructura del ala de la mosca más diminuta. Hay una intención en cada versículo de la Biblia. Hay un objetivo en cada repetición de un versículo, sea donde sea que aparezca. Hay un propósito en las siete repeticiones del versículo que estamos enfocando. Significa algo y la intención es que le demos nuestra atención.

    Estos versículos piden la atención especial de todos los cristianos auténticos de las siete "cartas a las iglesias".  Estoy convencido de que su intención es hacer que los creyentes tomen nota, en particular, de los asuntos que estas siete epístolas tratan.

    Procuraré señalar ciertas verdades principales que me parece que estas siete epístolas enseñan. Son verdades para nuestra época, verdades que nunca se pueden conocer demasiado bien y que nos beneficia conocerlas y percibirlas mucho mejor de lo que lo hacemos.

I. Cuestiones relacionadas con doctrinas, prácticas, advertencias y promesas

    En primer lugar, les pido a mis lectores que noten que, en las siete epístolas, el Señor Jesús no habla más que de doctrinas, prácticas, advertencias y promesas. Les pido que lean estas siete epístolas en silencio y a su propio ritmo; cuando lo hagan, comprenderán lo que quiero decir.

    Observarán que, a veces, el Señor Jesús habla de falsas doctrinas, personas impías y prácticas erradas, y las reprende con vehemencia. También notarán que, a veces, elogia altamente la fe, paciencia, obra, labor y perseverancia. Lo verán, otras veces, rogando que se arrepientan, corrijan, regresen a su primer amor, que renueven su fe en él y cosas así.

    También quiero que noten que, en ninguna de las epístolas, el Señor habla del gobierno ni las ceremonias de la iglesia. No dice nada de sacramentos ni de ordenanzas. No menciona liturgias ni procedimientos o formas. No le indica a Juan que escriba ni una palabra sobre el bautismo, la Cena del Señor ni de una sucesión apostólica. En suma, los principios principales de lo que podríamos llamar "el sistema sacramental", no aparece en ninguna de las siete epístolas.

    ¿Por qué señalo esto? Lo hago porque muchos profesantes cristianos, en la actualidad, quieren hacernos creer que estas cosas son de primera, primordial y capital importancia. Son muchos los que opinan que no puede haber una iglesia sin un obispo, ni piedad sin liturgia. Parece que creen que enseñar el valor de los sacramentos es la primera obligación del pastor y que la continuidad de la iglesia local es la tarea de las personas.

    Ahora bien, nadie me malinterprete cuando digo esto. Nadie se vaya con la idea de que no le doy ninguna importancia a los sacramentos. Al contrario, los considero de gran bendición para todos los que participan de ellos "correcta, dignamente y con fe". No crea que no le doy ningún valor al gobierno episcopal, la liturgia y al sistema parroquial. Al contrario, considero que una iglesia bien administrada que cuenta con estas tres cosas, además de un ministerio evangélico es una iglesia mucho más completa y provechosa que una en la que no se encuentran. Pero afirmo que los sacramentos, el gobierno de la iglesia, el uso de una liturgia, las ceremonias y procedimientos no son nada en comparación con la fe, el arrepentimiento y la santidad. Y mi autoridad para decir esto es todo el tenor de las palabras de nuestro Señor Jesucristo a las siete iglesias.

    Me es imposible creer que si cierta forma de gobierno eclesiástico fuera tan importante como algunos afirman, la gran Cabeza de la Iglesia no la hubiera mencionado aquí. Encontraríamos algo sobre esto dirigido a Sardis y Laodicea. Pero no encuentro absolutamente nada. Creo que ese silencio es algo para tener muy en cuenta.

    No puedo menos que mencionar que fue lo mismo con las palabras de despedida de Pablo a los ancianos efesios (Hch. 20:27-35). Se estaba despidiendo para siempre. Esta dando sus últimas instrucciones sobre la tierra, escribiendo como alguien que no volverá a ver los rostros de sus oyentes. No obstante, no hay ninguna instrucción sobre los sacramentos ni el gobierno de la iglesia. Si alguna vez hubo necesidad de hablar de estos, fue en esa ocasión. Pero el apóstol no dijo absolutamente nada y creo que su silencio fue intencional.

    Y esa es la razón por la cual nosotros, los llamados (para bien o para mal) clero evangélico, no predicamos sobre obispos, el Libro de Oraciones y las ordenanzas más de lo que lo hacemos. No es porque no las valoremos en el lugar, la proporción y manera que les corresponde. Las valoramos tanto y verdaderamente como cualquiera, y damos gracias a Dios por ellos. No obstante, creemos que el arrepentimiento ante Dios, la fe en nuestro Señor Jesucristo y una conversación santa son temas mucho más importantes para el alma. Sin estos, nadie puede ser salvo. Estas son las cuestiones más importantes y de más peso y, por ello, estas son las que enfatizamos.

    Aquí tenemos una razón por la cual, a menudo, instamos a las personas que no se contenten con la parte externa de la religión. Usted habrá observado que le advertimos con frecuencia que no confíe en el hecho de ser miembro de la iglesia y los privilegios de la iglesia. Le advertimos que no se crea que todo anda bien porque usted asiste a la iglesia los domingos y participa de la Cena del Señor.

    Con frecuencia, le instamos que recuerde que no es un cristiano el que lo es solo exteriormente, sino el que ha "nacido de nuevo", el que tiene una "fe que obra por amor" y es una "nueva creación" por el Espíritu en su corazón. Lo hacemos porque pensamos que es la mente de Cristo. Este es el tipo de cosas que él enfatiza cuando escribe a las siete iglesias. Creemos que si lo imitamos a él no cometeremos errores graves.

    Sé que nos acusan de tener "puntos de vista deficientes" sobre los temas a los cuales me he referido. Poco importa si alguien piensa que nuestros puntos de vista son considerados "deficientes" siempre y cuando nuestra conciencia nos diga que son bíblicos. Los pensamientos elevados, como los llaman, no siempre son terreno seguro sobre el cual transitar. Nuestra respuesta debe ser lo que dijo Balaam: "Lo que hable Jehová, eso diré" (Nm. 24:13).

    La verdad simple y llana es que hay dos sistemas cristianos diferentes y separados en Inglaterra hoy día. Es inútil negarlo. Su existencia es una gran realidad y eso hay que entenderlo claramente.

    Según uno de los sistemas, la religión es sólo una cuestión corporativa. Uno tiene que pertenecer a cierto grupo de personas. En virtud de ser miembro de este grupo o cuerpo, a uno le son conferidos vastos privilegios, tanto en el tiempo como en la eternidad. Poco importa lo que uno es y lo que siente. No tiene que ponerse a prueba en base a sus sentimientos. Si uno es miembro de una gran corporación eclesiástica, entonces cuenta con todas sus concesiones y privilegios. ¿Pertenece usted a una corporación visible auténtica? Este es el quid de la cuestión.

    Según el otro sistema, la religión es principalmente un asunto personal entre usted y Cristo. Ser miembro de algún cuerpo eclesiástico no le salvará el alma, no importa lo sano que sea ese cuerpo. El solo hecho de ser miembro no le limpiará ni un pecado ni le dará seguridad en el Día del Juicio. Tiene que haber una fe personal en Cristo, una relación personal entre usted y Dios, una comunión personal sentida entre su corazón y el Espíritu Santo. ¿Tiene usted esta fe personal? ¿Siente en su alma la obra del Espíritu Santo? Este es el quid de la cuestión. Si su respuesta es negativa, usted está perdido.

    Este último sistema es al que se aferran y enseñan los que se denominan pastores evangélicos. Lo hacen porque están seguros de que este es el sistema que enseñan las Sagradas Escrituras. Lo hacen porque están convencidos de que cualquier otro sistema produce consecuencias muy peligrosas y tienen el fin de engañar fatalmente a los hombres en cuanto a su verdadero estado. Lo hacen porque creen que es el único sistema que Dios ha de bendecir y que ninguna iglesia prosperará tanto como aquella en la que el arrepentimiento, la fe, la conversión y la obra del Espíritu son los temas primordiales de los sermones del pastor.

miércoles, 26 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicaciones prácticas

    Ahora concluiré este capítulo con unas palabras de aplicación práctica.

    (a) Las primeras serán en forma de una pregunta. ¿Cuál será esa pregunta? ¿Qué preguntaré? Regresaré al punto con el que comencé. Iré a la primera frase de este capítulo, personalizándola. Pregunto: ¿Es usted miembro de la única Iglesia verdadera de Cristo? ¿Es usted, en el mejor sentido, un "hombre de iglesia" a los ojos de Dios? Ahora ya sabe lo que quiero decir. Miro mucho más allá de la Iglesia Anglicana. No estoy hablando de una denominación o grupo en particular. Hablo de "la Iglesia edificada sobre la Roca". Le pregunto con toda seriedad: ¿Es usted miembro de esa Iglesia? ¿Está usted unido al gran Fundamento? ¿Está cimentado sobre la Roca? ¿Ha recibido al Espíritu Santo? ¿Testifica el Espíritu a su espíritu de que usted es uno con Cristo y Cristo con usted? Le ruego, en el nombre de Dios, que tome a pecho estas preguntas y reflexione bien sobre ellas. Si no se ha convertido, no pertenece todavía a "la Iglesia sobre la Roca".

    Si no puede dar una respuesta satisfactoria a mis preguntas, tome en cuenta cada uno de mis lectores su propia condición. Tenga cuidado, tenga cuidado de no arruinar su alma para toda la eternidad. Tenga cuidado, no sea que al final de cuentas las puertas del infierno prevalezcan contra usted, que el diablo declare que usted le pertenece y sea echado fuera para siempre. Tenga cuidado de no ser arrojado al abismo desde la tierra donde hay tantas Biblias, que le hubieran podido ayudar a evitar su derrota, y a la vista del evangelio de Cristo que lo hubiera podido salvar. Tenga cuidado que no vaya a estar a la izquierda de Cristo en el día final, un episcopal perdido o un presbiteriano perdido o un bautista perdido o un metodista perdido, perdido debido a que por su celo por su propia denominación y su propia Cena del Señor, nunca se hizo miembro de la única Iglesia verdadera.

    (b) Mis segundas palabras de aplicación serán una invitación. Se las dirijo a todo el que todavía no es un verdadero creyente: Venga y súmese sin dilación a la única Iglesia verdadera. Venga y únase al Señor Jesucristo en un pacto eterno que nunca será olvidado.

    Considere bien lo que digo. Le encargo con toda seriedad que no malentienda el significado de mi invitación. No le pido que deje la iglesia visible a la cual pertenece. Aborrezco toda idolatría a los formulismos y partidismos. Detesto al espíritu proselitista. Pero sí le pido que acuda a Cristo y sea salvo. El día de decisión, tarde o temprano, tiene que llegar. ¿Por qué no hoy mismo, en este mismo momento? ¿Por qué no este día mientras el día dura? ¿Por qué no esta misma noche, antes de que claree la mañana? Venga a él, quien murió por los pecados en la cruz e invita a todos los pecadores que vengan a él por fe para ser salvos. Venga a mi Señor Jesucristo.

    Venga, le ruego, porque ya todo está preparado. La misericordia lo está. El cielo lo está. Los ángeles lo esperan para regocijarse por usted. Cristo lo recibirá con gozo y le dará la bienvenida entre sus hijos. Venga al arca. El diluvio de la ira de Dios se desatará pronto sobre la tierra, venga al arca y sea salvo.

    Entre en el bote salvavidas de la única Iglesia verdadera. ¡Este viejo mundo pronto se hará pedazos! ¿Oye usted sus temblores? El mundo no es más que un viejo barco encallado en un banco de arena. La noche ya está avanzada y las olas comienzan a subir, el viento comienza a soplar y la tormenta pronto destruirá el viejo barco naufragado. Pero el bote salvavidas ha sido echado al agua y nosotros, los ministros del evangelio, le rogamos que entre en el bote y sea salvo. Le rogamos que se levante ya y venga a Cristo.

    Se pregunta usted: "¿Cómo puedo venir? Mis pecados son demasiados. Todavía soy muy impío. No me animo a venir". ¡Fuera con ese pensamiento! Es Satanás que lo tienta. Venga a Cristo como un pecador. Venga tal como está. Reflexione en las palabras de aquel himno tan hermoso:

"Tal como soy, de pecador,
sin más confianza que tu amor,
ya que me llamas, acudí,
Cordero de Dios, heme aquí".

    Esta es la manera de venir a Cristo. No se quede esperando nada ni se demore por ninguna razón. Venga como un pecador hambriento que busca satisfacer su apetito, un pecador pobre para enriquecerse, un pecador sin méritos para vestirse de justicia. Si viene, Cristo lo recibe. Cristo dice: "Al que a mí viene, no le echo fuera". ¡Oh! Venga, venga a Jesucristo. Venga a la "Iglesia verdadera" por fe y sea salvo.

    (c) Por último, quiero dar una palabra de exhortación a todo creyente auténtico que tiene este escrito en sus manos.

    Procure vivir una vida santa. Ande como es dino de la Iglesia a la cual pertenece. Viva como un ciudadano del cielo. Haga que su luz brille delante de los hombres para que el mundo se beneficie por su conducta. Hágales saber a quién pertenece y a quién sirve. Sea una epístola de Cristo, conocida y leída por todos, escrita con letras tan claras que nadie pueda decir de usted: "No sé si este hombre es un miembro de Cristo o no". El que nada sabe de santidad real y práctica no es miembro de "la Iglesia sobre la Roca".

    Procure vivir una vida valiente. Confiese a Cristo delante de los hombres. Sea cual sea su posición, en esa posición confiese a Cristo. ¿Por qué habría usted de avergonzarse de él? Él no se avergonzó de usted en la cruz. Él está listo para confesarlo a usted ante su Padre en el cielo. ¿Por qué habría usted de avergonzarse de él en la tierra? Sea valiente. Sea muy valiente. El buen soldado no se avergüenza de su uniforme. El verdadero cristiano nunca debiera avergonzarse de Cristo.

    Procure vivir una vida gozosa. Viva como alguien que tiene esta bendita esperanza: La segunda venida de Jesucristo. Este es el acontecimiento que todos debemos esperar con expectación. No es tanto la idea de ir al cielo, sino que el cielo venga a nosotros lo que debiera llenar nuestra mente. "Vienen buenos tiempos" para todo el pueblo de Dios, buenos tiempos para toda la Iglesia de Cristo, buenos tiempos para todos los creyentes; malos tiempos para el impenitente y el incrédulo, pero buenos tiempos para el cristiano auténtico. Esperemos, velemos y oremos por esos buenos tiempos.

    El andamiaje pronto será quitado. La última piedra pronto será colocada. La piedra final será instalada en el edificio. Un poco más de tiempo y la belleza total de la Iglesia que Cristo está edificando será vista claramente.

    El gran Maestro Constructor pronto vendrá. El edificio sin ninguna imperfección será exhibido ante los mundos reunidos. El Salvador y los salvos se regocijarán juntos. Todo el universo reconocerá que en la edificación de la Iglesia de Cristo todo se hizo a la perfección. "Bienaventurados" se dirá en aquel día, si nunca fue dicho antes: "¡Bienaventurados todos los que pertenecen a la Iglesia sobre la Roca!"

martes, 25 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

V. La seguridad de la verdadera Iglesia de Cristo es confirmada

    Queda una cosa más para considerar y esta es la seguridad de que goza la Iglesia verdadera de Cristo. El Arquitecto hace una promesa gloriosa: "Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella".

    Aquel que no puede mentir, ha empeñado su palabra de que ni todos los poderes del infierno destruirán a su Iglesia. Esta continuará y permanecerá firme ante todos los ataques. Nunca será vencida. Todas las otras cosas creadas mueren y pasan, pero no la Iglesia edificada sobre la Roca.

    Imperios se han levantado y han caído en rápida sucesión. Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Tiro, Cartago, Grecia, Roma y Venecia. ¿Dónde están ahora? Todos tuvieron fundamentos humanos y han pasado. Pero la Iglesia verdadera de Cristo permanece.

    Las ciudades más poderosas han pasado a ser montones de escombros. Las grandes murallas de Babilonia se han hundido en el suelo. Los palacios de Nínive están cubiertos por capas de tierra. El centenar de puertas de Tebas, son sólo tema de la historia. Tiro es un lugar donde los pescadores cuelgan sus redes. Cartago es pura desolación. Pero durante todo este tiempo, la Iglesia verdadera ha permanecido. Las puertas del infierno nunca han prevalecido ni prevalecerán contra ella.

    En muchos casos, las primeras iglesias visibles han decaído y perecido. ¿Dónde está la iglesia de Éfeso y la de Antioquía? ¿Dónde están las iglesias de Alejandría y la de Constantinopla? ¿Dónde la de Corinto, la de Filipos y la de Tesalónica? Sí, ¿dónde están? Se apartaron de la Palabra de Dios. Esas iglesias se gloriaban de sus obispos, sus sínodos, sus ceremonias, su erudición y su antigüedad. No se gloriaban en la cruz de Cristo. No se mantuvieron aferradas al evangelio. No le concedieron al Señor Jesús el lugar que le correspondía. Están ahora entre las cosas del pasado. Su candelero les ha sido quitado de su lugar. No obstante, a través de los siglos, la Iglesia verdadera ha permanecido.

    ¿Ha sido oprimida la Iglesia verdadera en un país? Simple y sencillamente ha huido a otro. ¿Ha sido pisoteada en un territorio? Se ha arraigado y prosperado en otro. Ni fuego, espada, prisiones, sanciones, ni penalidades han podido destruir su vitalidad. Sus perseguidores han muerto e ido a su propio lugar, pero la Palabra de Dios ha vivido, crecido y multiplicado. Por más débil que parezca esta Iglesia verdadera a los ojos del hombre, es un yunque que ha roto a muchos martillos en el pasado y quizá rompa muchos más antes del fin, "porque el que os toca, toca a la niña de su ojo" (Zac. 2:8).

    La promesa de nuestro texto se aplica a todo el cuerpo de la Iglesia verdadera. Cristo nunca carecerá de testimonio en el mundo. Ha mantenido a su pueblo en las peores épocas. Tenía siete mil en Israel, aun en la época de Acab. Hay algunos ahora, si no me equivoco, en lugares oscuros de las iglesias romanas y griegas, que están sirviendo a Cristo. El diablo puede rugir con ferocidad. La Iglesia en algunos países puede ser muy débil. Pero las puertas del infierno nunca "prevalecerán" totalmente.

    La promesa de nuestro texto se aplica a cada miembro individual de la Iglesia. Algunos del pueblo de Dios han sido abatidos y se han inquietado tanto que han perdido la esperanza de su seguridad. Algunos lamentablemente han caído, como lo hicieron David y Pedro. Algunos se han apartado de la fe por un tiempo, como Cranmer y Jewell. Muchos han sido probados con crueles dudas y temores. Pero finalmente todos, desde los más jóvenes a los más ancianos, los más débiles, al igual que los más fuertes, arribaron seguros a su patria celestial. Y así será hasta el final de los tiempos. ¿Podemos impedir que mañana salga el sol? ¿Podemos impedir que suban y bajen las mareas del mar? ¿Podemos impedir que los planetas sigan su curso en sus respectivas órbitas? Cuando todo eso sea posible entonces, y solo entonces, alguien podrá impedir la salvación de un creyente. Por más débil que sea, toda "piedra viva" en la Iglesia verdadera está edificada sobre la Roca. Por más pequeña e insignificante que pueda parecer una piedra, estar sobreedificada en la Piedra angular le da la seguridad definitiva de su salvación.

    La Iglesia verdadera es el cuerpo de Cristo. Ni un hueso en ese cuerpo místico será jamás quebrado. La Iglesia verdadera es la esposa de Cristo. Los que Dios ha unido en un pacto eterno, nunca serán separados. La Iglesia verdadera es el rebaño de Cristo. Cuando vino el león y tomó uno de los corderos de la manada de David, David se levantó y lo liberó, sacándolo de la boca misma de la fiera. Cristo hará lo mismo. Él es el más grande de los descendientes de David. Ni un cordero enfermo de la manada de Cristo perecerá. Él le dirá al Padre en el día final: "De los que me diste, no perdí ninguno" (Jn. 18:9). La Iglesia verdadera es el trigo de la tierra. Puede ser cernido, aventado y zarandeado de acá para allá. La cizaña y la paja serán quemadas, pero el trigo será recogido en el granero. La Iglesia verdadera es el ejército de Cristo. El Capitán de nuestra salvación no pierde a ninguno de sus soldados. Sus planes nunca contemplan la derrota de su Iglesia. Sus provisiones nunca fallan. Cuando pase lista al final, el resultado será como al principio. ¡De los hombres que marcharon valientemente fuera de Inglaterra a la guerra de Crimea, muchos jamás regresaron! Los regimientos que, al son de la banda militar y con estandartes flameando en la brisa, marcharon fuertes y entusiastas a pelear, dejaron sus huesos en una tierra extraña y nunca regresaron a su patria. Pero no sucede así con el ejército de Cristo. Ni uno de sus soldados faltará al final. Él mismo declara: "No perecerán jamás" (Jn. 10:28).

    El diablo puede encarcelar a los miembros de la Iglesia verdadera. Puede matarlos, quemarlos en la hoguera, torturarlos y lincharlos. Pero después de matar el cuerpo, nada más puede hacer. No puede tocar el alma. Años atrás cuando las tropas francesas tomaron a Roma, encontraron en las paredes de una celda en una cárcel de la Inquisición, las palabras de un preso. No sabemos quién era, pero sus palabras merecen ser recordadas, ("aunque muerto, todavía habla"). Este prisionero escribió en las paredes, posiblemente después de un juicio injusto y una excomulgación más injusta aun: "Jesús bendito, no pueden echarme fuera de tu Iglesia verdadera". ¡Lo que escribió es muy cierto! Ni todo el poder de Satanás puede echar fuera de la Iglesia verdadera de Cristo ni a un solo creyente.

    Confío en que ninguno de mis lectores permita jamás que el temor le impida empezar a servir a Cristo. Aquel a quien le entrega su alma tiene todo poder en el cielo y en la tierra y lo mantendrá seguro. Nunca dejará que sea echado fuera. Su familia puede oponerse, los vecinos se pueden burlar. El mundo lo puede calumniar, ridiculizar, tomarlo a broma y despreciarlo. ¡No tema! Los poderes del infierno nunca prevalecerán contra su alma. Mayor es el que lo está cuidando a usted, que todos los que están en su contra.

    No tema por la Iglesia de Cristo cuando mueren los pastores y los santos son llevados a su morada eterna. Cristo puede mantener su propia causa siempre. Levantará mejores siervos y estrellas más luminosas. Tiene a las estrellas de la Iglesia en la palma de su mano (Ap. 1:20). Quítese los pensamientos ansiosos sobre el futuro. Ya no esté deprimido por las medidas que toman los estadistas o por los ardides de zorros vestidos de ovejas. Cristo siempre satisfará las necesidades de su propia Iglesia. Cristo se asegurará de que "las puertas del Hades" no prevalezcan contra ella. Todo va bien, aunque nuestros ojos no lo vean. Los reinos del mundo, aún pueden convertirse en reinos de nuestro Dios y de su Cristo.

lunes, 24 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

IV. Peligro implícito para la Iglesia

    En cuarto lugar, enfoquemos el peligro implícito para la Iglesia, al cual se refiere nuestro texto. Menciona "las puertas del Hades". Por esta expresión, entendemos que se refiere al príncipe del infierno, el diablo. (Compare con Sal. 9:13; 107:18; Is. 38:10).

    La historia de la Iglesia verdadera de Cristo siempre ha sido una de conflictos y guerras. Ha sido atacada constantemente por Satanás, enemigo mortal y príncipe de este mundo. El diablo detesta la Iglesia verdadera de Cristo con un aborrecimiento que no da tregua. Siempre está provocando oposición contra todos sus miembros. Continuamente incita a los hijos de este mundo a hacer su voluntad y a perjudicar y acosar al pueblo de Dios. Si no puede herir la cabeza, puede herir el calcañar. Si no puede robarles el cielo a los creyentes, les dificultar{a el camino.

    La lucha contra los poderes del infierno ha sido la experiencia de todo el cuerpo de Cristo desde hace seis mil años. Siempre ha sido una zarza ardiente que no se consume, una mujer que huye al desierto, pero no es devorada (Éx. 3:2; Ap. 12:6, 16). Las iglesias visibles tienen sus tiempos de prosperidad y temporadas de paz, pero para la Iglesia verdadera nunca ha existido una época de paz. Sus conflictos son perpetuos, sus luchas nunca cesan.

    La lucha con los poderes del infierno es la experiencia de cada miembro individual de la Iglesia verdadera. Cada uno tiene que luchar. ¿Qué son las vidas de todos los santos, sino historias de batallas? ¿Qué fueron hombres como Pablo, Santiago, Pedro, Juan, Policarpo, Crisóstomo, Agustín, Lutero, Calvino, Latimer y Baxter, sino soldados en constante lucha? A veces, la persona de los santos ha sido hostigada, otras veces, lo han sido sus bienes. A veces, han sido acosados con calumnias y mentiras y, a veces, con abierta persecución. De una forma u otra, el diablo ha estado siempre combatiendo contra la Iglesia. Las "puertas del Hades" o infierno han estado atacando sin cesar al pueblo de Cristo.

    Los que predicamos el evangelio, podemos ofrecer "preciosas y grandísimas promesas" a todos los que vienen a Cristo (2 P. 1:4). Le podemos ofrecer a usted sin reparos, en el nombre de nuestro Señor, la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. La Palabra ofrece misericordia, gracia y salvación total a todo el que acude a Cristo y cree en él. Pero no podemos prometer que tendrá paz con el mundo ni con el diablo. Al contrario, le advierto que tiene que haber lucha mientras está en el cuerpo. No quiero desalentarlo, ni desviarlo de servir a Cristo. Pero tiene usted que "calcular el costo" y comprender cabalmente lo que implica servir a Cristo. (Lc. 14:28).

    (a) No se sorprenda por la enemistad de las puertas del infierno. "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo" (Jn. 15:19). Mientras que el mundo y el diablo existan habrá luchas; por lo tanto, los creyentes en Cristo tienen que ser soldados. El mundo aborrecía a Cristo y el mundo aborrecerá a los cristianos auténticos mientras la tierra exista. Como dijo el gran reformador Lutero: "Caín seguirá matando a Abel mientras la Iglesia exista sobre la tierra".

    (b) Esté preparado para la enemistad de las puertas del infierno. Póngase toda la armadura de Dios (Ef. 6). De la torre de David colgaban mil escudos (Cnt. 4:4), listos para el uso del pueblo de Dios. Las armas de nuestra guerra son espirituales y han sido usadas por millones de pobres pecadores como nosotros, y nunca han fallado.

    (c) Tenga paciencia ante la enemistad de las puertas del infierno. Todo está obrando para el bien de usted (Ro. 8:28-29). La lucha tiende a santificar. Lo mantendrá despierto. Lo mantendrá humilde. Lo impulsará a acercarse más al Señor Jesucristo. Lo quitará del mundo. Le ayudará a orar más. Sobre todo, hará que ansíe más el cielo. Le enseñará a decir con su corazón, al igual que con sus labios: "¡Ven, Señor Jesús! Venga tu reino" (Ap. 22:20; Mt. 6:10).

    (d) No se desanime por la enemistad del infierno. La lucha del auténtico hijo de Dios es, tanto una señal de la gracia como de la paz interior que él disfruta. ¡Sin cruz no hay corona! ¡Sin conflictos no hay cristianismo salvador! "Bienaventurados sois", dijo el Señor Jesucristo, "cuando por mi causa os vituperen y os persigan". Si usted nunca ha sido perseguido en razón de su fe y todos hablan bien de usted, bien puede dudar si pertenece a "la Iglesia fundada sobre la Roca" (Mt. 5:11; Lc. 6:26).

sábado, 22 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


III. El Fundamento

    Paso al tercer punto que me propongo considerar: El Fundamento sobre el cual se edifica su Iglesia. El Señor Jesucristo nos dice: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia".

    ¿Qué quiso decir cuando habló de este fundamento? ¿Se refería al apóstol Pedro con quien estaba hablando? Estoy seguro que no. No veo ninguna razón por qué, si se refería a Pedro, no dijo "sobre ti" edificaré mi Iglesia. Si se hubiera referido a Pedro, habría dicho "Sobre ti edificaré mi Iglesia" con la misma claridad que dijo: "Y a ti te daré las llaves". ¡No, no se trataba de la persona del apóstol Pedro, sino de la confesión correcta que el apóstol acababa de hacer! No era sobre Pedro, el hombre que fallaba y era inestable, sino la verdad portentosa que el Padre le había revelado a Pedro. Era sobre la verdad de que Jesucristo mismo es la roca. Era sobre Cristo como Mediador y Mesías. Era sobre la verdad bendita de que Jesús era el Salvador prometido, la Seguridad auténtica, el verdadero Intercesor entre Dios y el hombre. Esta era la Roca y este el fundamento sobre el cual la Iglesia de Cristo se construiría.

    El fundamento de la Iglesia verdadera se colocó a un costo enorme. Fue preciso que el Hijo de Dios tomara sobre sí nuestra naturaleza y, en esta naturaleza, vivir, sufrir y morir, no por sus propios pecados, sino por los nuestros. Era necesario que en esa naturaleza fuera al sepulcro y resucitara. Era necesario que en esa naturaleza de Cristo, ascendiera al cielo para sentarse a la diestra de Dios, habiendo obtenido redención eterna para todo su pueblo. Ningún otro fundamento podría haber satisfecho las necesidades de pecadores perdidos, culpables, corruptos, débiles e indefensos.

    Ese fundamento, una vez colocado, es muy fuerte. Puede aguantar el peso de los pecados de todo el mundo. Ha cargado con el peso de todos los pecados de todas las piedras vivas que se han ido sobreedificando en el fundamento (1 P. 2:5). Los pecados de pensamiento, pecados de la imaginación, pecados del corazón, pecados de la mente, pecados que todos han visto y pecados que nadie ha visto, pecados contra Dios y pecados contra el hombre, pecados de toda clase y descripción, todos son pecados cuyo peso puede soportar la Roca portentosa sin desmoronarse.

    El oficio mediador de Cristo es el remedio suficiente para todos los pecados de todo el mundo.

    Cada miembro de la Iglesia verdadera está fijado a este fundamento. Los creyentes no están unidos y no concuerdan en muchas cosas, pero en cuanto al fundamento de su alma, todos coinciden. Ya sean episcopales o presbiterianos, bautistas o metodistas, todos los creyentes piensan lo mismo en esto. Todos están edificados sobre la Roca. Si les preguntamos de dónde viene la paz, esperanza y gozosa expectativa de las cosas que vendrán, nos dirán que todas proceden de una misma fuente poderosa: Cristo el Mediador entre Dios y el hombre, y del oficio de Cristo como Sumo Sacerdote y Garantía de los pecadores.

    Revise usted su fundamento si desea saber si es o no miembro de la única Iglesia verdadera. Sólo usted conoce la respuesta. Podemos verlo presente en el culto de adoración, pero no podemos ver si está personalmente edificado sobre la Roca. Podemos ver que participa de la Cena del Señor, pero no podemos ver si está unido a Cristo, si es uno con Cristo y Cristo uno con usted. Asegúrese de no equivocarse en cuanto a su propia salvación. Cerciórese de que su alma está cimentada sobre la Roca. Sin esto, lo demás no vale nada. Sin esto, usted no saldrá victorioso en el día del juicio. ¡Mil veces mejor ser encontrado en aquel día en una choza humilde edificada "sobre la Roca", que en un palacio construido sobre la arena!

viernes, 21 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

II. El Arquitecto

    Paso al segundo punto, al cual le invito a prestar atención. Nuestro texto contiene no sólo un edificio, sino también un Arquitecto. El Señor Jesucristo declara: "Edificaré mi iglesia".

    La verdadera Iglesia de Cristo es cuidada tiernamente por las tres Personas de la Santísima Trinidad. En el plan de salvación revelado en la Biblia, es indudable que Dios el Padre escoge, Dios el Hijo redime y Dios el Espíritu santifica a cada miembro del cuerpo místico de Cristo. Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo, tres Personas en un Dios colaboran para efectuar la redención de cada alma salvada. Esta es una verdad que nunca debe ser olvidada. Pero, por otro lado, hay un sentido especial en que el Señor Jesucristo está encargado de ayudar a la Iglesia. Él es especial y preeminentemente el Redentor y Salvador de la Iglesia. Por eso es que lo encontramos diciendo en nuestro texto: "Edificaré mi... La obra de edificar es mi tarea específica".

    Es Cristo quien llama a los miembros de la Iglesia en el tiempo preciso. San Pablo escribe a los Romanos diciéndoles que ellos son "llamados a ser de Jesucristo" (Ro. 1:6). Es Cristo quien les da vida. "Así también el Hijo a los que quiere da vida" (Jn. 5:21). Es Cristo quien los limpia de sus pecados. "Nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Ap. 1:5). Es Cristo quien les da paz. "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn.14:27). Es Cristo quien les da vida eterna. "Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás" (Jn. 10:28). Es Cristo quien les otorga arrepentimiento. "A este, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento" (Hch. 5:31). Es Cristo quien los capacita para ser hijos de Dios. "A los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Jn. 1:12). Es Cristo quien lleva adelante la obra dentro de ellos cuando la ha comenzado. "Porque yo vivo, vosotros también viviréis" (Jn. 14:19). En suma, "por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud" (Col. 1:19). Él es el autor de la fe. Él es la vida. Él es la cabeza. De él se nutre cada coyuntura y miembro del cuerpo místico formado por cristianos. A través de él reciben fuerza para no caer. Él los preservará hasta el final y con gran gozo los presentará sin mancha ante el trono del Padre. Él es todas las cosas en todos los creyentes.

    El poderoso agente por medio de quien el Señor Jesucristo realiza esta obra en los miembros de su Iglesia es, sin duda, el Espíritu Santo. Él es quien constantemente renueva, da vida, conduce a la cruz, transforma, saca del mundo piedra tras piedra y la agrega al edificio místico. Pero el gran y poderoso Arquitecto que se ha tomado la responsabilidad de llevar a cabo la gran obra de redención y consumarla es el Hijo de Dios, el "Verbo [quien] fue hecho carne" (Jn. 1:14). Es Jesucristo el que "edifica".

    Para edificar su Iglesia verdadera, el Señor Jesús se digna usar muchos instrumentos subordinados a él. El ministerio del evangelio, la distribución de las Escrituras, la exhortación amorosa, la palabra dicha a tiempo y la influencia de las aflicciones, son medios por medio de los cuales se vale para llevar a cabo su obra. Y luego el Espíritu da vida a las almas. Pero Cristo es el gran Arquitecto Supervisor, ordenando, guiando, dirigiendo todo lo que se realiza. Pablo puede plantar y Apolo regar, pero Dios es quien da el crecimiento (1 Co. 3:6). Los pastores pueden predicar, los escritores pueden escribir, pero sólo el Señor Jesucristo puede edificar. Y, a menos que él lo haga, la obra se detiene.

    ¡Grande es la sabiduría con la que el Señor Jesucristo edifica su Iglesia! Todo lo hace en el momento preciso y de la manera correcta. Pone cada roca según su turno justo en el lugar donde corresponde. A veces escoge grandes rocas y, a veces, pequeñas piedras. A veces la obra avanza con rapidez y, a veces, con lentitud. El hombre, a menudo, se impacienta y piensa que no está haciendo nada. Pero el tiempo del hombre no es el tiempo de Dios. Mil años son para él apenas un día. El gran Arquitecto no comete errores. Sabe lo que está haciendo. Ve el final desde el principio. Obra de acuerdo con un plan perfecto, inalterable y seguro. Las ideas más geniales de arquitectos como Miguel Ángel y Wren no son más que insignificancias y juegos de niños en comparación con los consejos sabios de Cristo concernientes a su Iglesia.

    ¡Grande es la condescendencia y misericordia que exhibe Cristo en la edificación de su Iglesia! Con frecuencia, escoge las rocas más insólitas y ásperas, y las acomoda en una obra excelente. No desprecia ni rechaza a nadie por sus pecados y transgresiones del pasado. A menudo, toma a ex fariseos y publicanos, y los convierte en columnas fundamentales de su casa.

    Le encanta mostrar misericordia. Con frecuencia, toma a los insensatos e impíos, y los transforma en capiteles labrados de su templo espiritual.

    ¡Grande es el poder que Cristo demuestra en la edificación de su Iglesia! Realiza su obra, a pesar de la oposición del mundo, la carne y el diablo. En las tormentas, en las tempestades, en tiempos difíciles, silenciosamente y en quietud, sin ruido, sin revuelo y sin excitación la edificación sigue adelante, como con el templo de Salomón: "Lo que hago yo", dijo el Señor, "¿quién lo estorbará?" (Is. 43:13).

    Los hijos de este mundo tienen poco o ningún interés en la edificación de esta Iglesia. No les importa en absoluto la conversión de las almas. ¿Qué son para ellos los corazones contritos y arrepentidos? ¿Qué es para ellos la convicción de pecado y la fe en el Señor Jesús? Para ellos, es todo "locura". Pero mientras los hijos de este mundo permanecen indiferentes, "hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente" (Lc. 15:10). Para preservar a la Iglesia verdadera, muchas veces tienen que ser suspendidas las leyes de la naturaleza. Para el bien de esa Iglesia, Dios organiza y pone en orden todos sus tratos providenciales en este mundo. Para bien de los escogidos, hace cesar las guerras y da paz a las naciones. Los estadistas, gobernantes, emperadores, reyes, presidentes y jefes de estado tienen sus designios y planes, y creen que son de suma importancia. Pero se está realizando otra obra de mucha mayor importancia, de modo que los planes de los hombres no son más que "hachas y sierras" delante de Dios (Is. 10:15). Esa obra es la edificación del templo espiritual de Cristo, la reunión de rocas vivas formando la única Iglesia verdadera.

    Tenemos que estar profundamente agradecidos de que la edificación de la Iglesia verdadera está a cargo de Aquel que es portentoso. Si la obra dependiera del hombre quedaría paralizada. Pero, ¡bendito sea Dios, la obra está en las manos de un Arquitecto que nunca deja de cumplir lo que diseñó para su Iglesia! Cristo es el Arquitecto todopoderoso. Realizará su obra, aunque las naciones y las iglesias visibles no conozcan sus obligaciones. Cristo nunca fallará. Lo que comenzó a hacer, lo "perfeccionará hasta el día de Jesucristo"(Fil. 1:6).

lunes, 17 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

13. La Iglesia que Cristo edifica

"Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella". Mateo 16:18

    ¿Pertenecemos a la Iglesia edificada sobre una roca? ¿Somos miembros de la única Iglesia verdadera en la cual nuestras almas pueden ser salvas? Estas son preguntas serias. Merecen una reflexiva consideración. Pido la atención de todos los que leen este escrito mientras procuro mostrar a la única Iglesia1 auténtica, santa y católica [universal] y guiar a todos al único redil seguro. "¿Qué es esta Iglesia? ¿Cómo es? ¿Cuáles son sus características? ¿A dónde podemos encontrarla?" Tengo respuestas para estas preguntas. Analizaré las palabras de nuestro Señor Jesucristo que encabezan este capítulo. El mismo Jesús declara: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella".

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 [Nota del editor: "Iglesia" va en mayúscula cuando se refiere a la verdadera Iglesia de Dios universal, la Iglesia universal compuesta de todos los creyentes auténticos de Jesucristo. Se distingue de la iglesia visible compuesta por todos los que profesan ser miembros de una iglesia y relacionado con edificios e instituciones religiosas. Esta "iglesia" exterior visible también va en mayúscula cuando se usa como nombre propio, por ejemplo: Iglesia Anglicana].
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    Hay cinco factores en este pasaje que demandan nuestra atención:

    I. Un edificio: "Mi Iglesia".

    II. Un Arquitecto. Cristo dice: "Edificaré mi Iglesia".

    III. Un fundamento: "Sobre esta roca edificaré mi Iglesia".

    IV. Peligro implícito: "Las puertas del Hades".

    V. Seguridad confirmada: "Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella".

    La totalidad del tema requiere especial atención en la actualidad. La santidad, no olvidemos, es la característica destacada de todo aquel que pertenece a la Iglesia verdadera.

I. El edificio

    En primer lugar tenemos que el texto menciona un edificio. El Señor Jesucristo dice: "Mi iglesia".

    Ahora bien, ¿qué es esta iglesia? Hay pocas preguntas más importantes que esta. Por no darle la debida importancia, han surgido muchos y grandes errores en el mundo.

    La Iglesia de nuestro texto no es un edificio material. No es un templo hecho de madera, ni ladrillo, ni piedra ni mármol. Es un conjunto de hombres y mujeres con características especiales. No es una iglesia particularmente visible en la tierra. No es la Iglesia Oriental ni la Iglesia Occidental. No es la Iglesia Anglicana ni la Escocesa. Sobre todo, no es la Iglesia de Roma. La Iglesia de nuestro texto tiene mucho menos impacto que cualquier iglesia visible a los ojos del hombre, pero es de mucha más importancia a los ojos de Dios. 

    La Iglesia de nuestro texto está conformada por todos los verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo, todos los que son realmente santos y convertidos. Incluye a todo el que se ha arrepentido de pecado y acudido a Cristo por fe y, por ende, es nueva criatura en él. Consta de todos los escogidos de Dios, de todos los que han recibido la gracia de Dios, de todos los que han sido lavados en la sangre de Cristo, de todos los que se han vestido de la justicia de Cristo, de todos los que han nacido de nuevo y han sido santificados por el Espíritu de Cristo. Tal clase de personas de toda raza, rango, nación, pueblo y lengua componen la Iglesia de nuestro texto. Este es el cuerpo de Cristo. Este es el rebaño de Cristo. Es la novia. Es la esposa del Cordero. Esta es la "Santa Iglesia Católica y Apostólica" de la cual hablan el Credo de los Apóstoles y el Credo de Nicea. Esta es "la Iglesia sobre la roca".

    No todos los miembros de esta iglesia adoran al Señor de la misma manera, ni se rigen por la misma forma de gobierno eclesiástico. Algunas son gobernadas por obispos y otras por ancianos. Algunas usan un libro de oraciones cuando se reúnen para el culto público y otras no. El artículo trigésimo cuarto de la Iglesia Anglicana declara sabiamente: "No es necesario que las ceremonias sean iguales en todas partes". No obstante, todos los miembros de esta Iglesia se presentan ante un mismo Trono de Gracia. Todos adoran con un mismo corazón. Todos son guiados por un mismo Espíritu. Todos son real y verdaderamente santos. Todos pueden decir "Aleluya" y todos pueden responder "Amén".

    Esta es aquella Iglesia a la cual todas las iglesias visibles sobre la tierra sirven. Ya sean episcopales, independientes o presbiterianas, todas sirven a los intereses de la misma Iglesia verdadera. Son el andamiaje usado para ir levantando el edificio. Son la cáscara dentro de la cual crece el grano. Tienen diversos grados de utilidad. La mejor y más digna es la que capacita a mayor cantidad de personas para que lleguen a ser miembros de la Iglesia verdadera de Cristo. Pero ninguna iglesia visible tiene derecho a decir: "Nosotros somos la única iglesia verdadera. Nosotros somos el pueblo, y la sabiduría morirá con nosotros" (Job 12:2). Ninguna iglesia visible debe atreverse a decir: "Vamos a permanecer para siempre. Las puertas del infierno nunca prevalecerán contra nosotros".

    Hablamos de aquella Iglesia a quien el Señor hizo las promesas de preservar, continuar, proteger y dar gloria final por su gracia. Dice Hooker: "Lo que leemos en las Escrituras con respecto al amor sin fin y la misericordia salvadora que Dios demuestra a sus iglesias, se refiere a esta Iglesia, que correctamente llamamos el cuerpo místico de Cristo". Por más pequeña y desdeñable que sea la Iglesia verdadera en este mundo, es preciosa y honorable a los ojos de Dios. El templo de Salomón con toda su gloria era poca cosa y despreciable en comparación con la iglesia edificada sobre una roca.

    Confío en que lo que acabo de decir penetre en la mente de cada uno de mis lectores. Asegúrese usted de que esta sea su doctrina sobre "la Iglesia". Un concepto equivocado puede llevar a errores peligrosos que arruinan el alma. La Iglesia que está formada por verdaderos creyentes es la Iglesia a la que los pastores han sido especialmente llamados a predicar. La Iglesia que incluye a todos los que se arrepienten y creen en el evangelio es la Iglesia a la cual anhelamos pertenecer. La obra no está terminada hasta que el corazón de los pastores esté convencido de que usted es una nueva criatura y miembro de la única Iglesia verdadera. Fuera de la Iglesia "edificada sobre la roca" no puede haber salvación.

sábado, 15 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


Aplicaciones prácticas

    Ahora, sólo me falta pedirles a mis lectores que lleven a la práctica las lecciones que les he presentado. Recién han  leído cinco cosas...

    Primero, que servir a Cristo no es garantía de que no tendrán problemas. Los santos más ilustres los tienen.

    Segundo, que Cristo es tanto Hombre como Dios.

    Tercero, que los creyentes pueden tener muchas debilidades y trastornos y, aun así, ser creyentes auténticos.

    Cuarto, que Cristo tiene todo poder y

    Quinto, que Cristo es sumamente paciente y bondadoso con su pueblo.

    Recuerde estas cinco lecciones y andará bien.

    Présteme atención un ratito más, mientras digo unas pocas palabras para grabar más profundamente en su corazón las verdades que ha estado leyendo.

    (a) Es muy probable que este escrito lo estén leyendo algunos que no saben nada de Cristo mismo o que no conocen su obra por experiencia.

    Son demasiados los que no tienen interés alguno en los temas de los cuales he estado escribiendo. Su tesoro está aquí en la tierra. Todo su interés está en las cosas del mundo. No les importa en absoluto los conflictos, luchas, problemas, dudas y temores del creyente.

    Les importa poco si Cristo hizo milagros o no. Para ellos, todo esto es cuestión de palabras, nombres y procedimientos que no les conciernen. Están sin Dios en este mundo

    Si acaso es usted uno de estos, sólo puedo advertirle seriamente que su trayectoria actual no puede durar. No vivirá para siempre. Habrá un final. Las canas, la vejez, las enfermedades, la declinación y la muerte son partes de la vida que un día todos tendremos que enfrentar. ¿Qué hará usted cuando le llegue ese día?

    Recuerde mis palabras hoy. No tendrá consolación cuando enfrente la enfermedad y la muerte, a menos que Jesucristo sea su amigo. Descubrirá, para su tristeza y confusión, que no importa cuánto digan y se enaltezcan los hombres, no pueden arreglárselas sin Cristo cuando están en su lecho de muerte. Pueden mandar a buscar al ministro de Dios y pedirle que les lea oraciones y les den la eucaristía, o buscar al sacerdote para que les lea oraciones y les de la extrema unción. Puede usted participar de cada rito y ceremonia religiosa. Pero si insiste en seguir viviendo una vida mundana y despreocupada, despreciando a Cristo en la mañana de su vida, no se sorprenda si Cristo no está con usted en sus últimos momentos. ¡Ay! Estas son palabras solemnes y, con frecuencia, tristemente ciertas: "También yo me reiré de vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis" (Pr. 1:26).

    Venga pues hoy y reciba el consejo de alguien que ama su alma. Deje de hacer el mal. Aprenda a hacer lo bueno. Apártese de las cosas intrascendentes y tome el sendero del entendimiento. Eche fuera ese orgullo en su corazón y busque al Señor Jesús mientras puede ser hallado. Eche fuera la indolencia que ha paralizado su alma y decídase a tomar en serio su Biblia, sus oraciones y sus domingos. Apártese de un mundo que nunca los satisfará y busque ese tesoro único que es verdaderamente incorruptible. ¡Oh, quiera el Señor que sus palabras conmuevan su corazón! "¿Hasta cuando, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores desearán el burlar, y los insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros" (Pr. 1:22-23). Creo que el peor pecado de Judas Iscariote fue que no buscó perdón y no se volvió a su Señor. Tenga cuidado de no cometer el mismo error.

    (b) Este escrito quizá caiga en las manos de algunos que aman al Señor Jesús y creen en él, pero quieren amarlo más. Si usted es uno de ellos, acepte esta exhortación y aplíquela a su corazón.

    Para empezar, tenga siempre presente como verdad sempiterna que el Señor Jesús es realmente un Persona viva y trátelo como tal.

    Es lamentable ver que, en la actualidad, muchos que profesan ser creyentes no tienen una idea cabal de la personalidad de nuestro Señor. Hablan más de salvación que del Salvador, de redención más que del Redentor y más de la obra de Cristo que de la persona de Cristo. Esto es un gran error y eso explica el carácter desabrido y trivial de muchos que profesan el cristianismo.

    Si anhela crecer en la gracia y tener gozo y paz en sus creencias, tenga cuidado de no caer en este error. Deje de considerar al evangelio sólo como una colección de doctrinas prohibicionistas. En cambio, considérelo como la revelación de un ser poderoso y viviente bajo cuya mirada amorosa usted vive todos los días. Deje de considerarlo sólo como una serie de proposiciones abstractas y reglas y principios obtusos. En cambio, haga de cuenta que le presentaron a Jesús como un Amigo glorioso y personal. Esta es la clase de evangelio que predicaban los apóstoles. No iban por el mundo de aquí para allá hablando a la gente abstractamente del amor, la misericordia y el perdón. El tema principal de todos sus mensajes era el amor de un Cristo real y vivo. Esta es la clase de evangelio que promueve la santificación y la idoneidad para la gloria. No hay nada que nos prepare mejor para ese cielo que gozar de comunión con Cristo como una Persona real y viviente aquí en la tierra. Si gozamos de esa comunión desde ahora, estaremos preparados para estar donde la presencia personal de Cristo lo será todo y en esa gloria donde veremos a Cristo cara a cara. Hay una diferencia fundamental entre una idea y una persona.

    Además, procure recordar siempre como una verdad permanente que el Señor Jesús no cambia

    El Salvador en quien usted confía es el mismo ayer, hoy y por los siglos. En él "no hay mudanza, ni sombra de variación" (Stg. 1:17). Aunque está sentado a la diestra de Dios en las alturas, tiene el mismo corazón que tenía hace casi 2000 años aquí en la tierra. Recuerde esto y andará bien.

    Trace todos los viajes de Jesús por Palestina. Tome nota de cómo recibía a todos y no rechazaba a nadie. Subraye cómo él prestaba oído a todas las historias de dolor, extendía una mano para ayudar a todos los angustiados y cómo su corazón se conmovía ante todo el que necesitaba compasión. Dibuje un cuadro de este Jesús en su mente y dígase: "Este mismo Jesús es mi Señor y Salvador. El lugar y el tiempo no lo han cambiado en absolutamente nada. Lo que era, hoy es, y lo será siempre".

    Quiera Dios que este pensamiento dé vida y realidad a la práctica cotidiana de su fe. Quiera Dios que este pensamiento dé sustancia y forma a su expectativa de lo bueno por venir. Quiera el Señor que el hecho de haber leído acerca de Aquel que anduvo treinta y tres años sobre la tierra y cuya vida es relatada en los Evangelios, provoque en usted una gozosa reflexión. Él es el mismo Salvador en cuya presencia pasaremos la eternidad.

    Las últimas palabras de este capítulo serán igual que las primeras. Quiero que las personas lean los Evangelios más de lo que lo hacen. Quiero que sepan más de Cristo. Quiero que el inconverso conozca a Jesús para que, por él, tenga vida eterna. Quiero que los creyentes conozcan mejor a Jesús para que sean más felices, más santos y más dignos de recibir la herencia de los santos. El más santo de los hombres es el que puede decir con Pablo: "Para mí el vivir es Cristo" (Fil. 1:21).

viernes, 14 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


V. El Señor Jesús trata tiernamente al creyente débil

    Aprendamos, en último lugar, con cuánta ternura y paciencia trata el Señor Jesús al creyente débil.

    Vemos esta verdad en las palabras que dirigió a sus discípulos cuando el viento se había calmado y todo estaba tranquilo. Podía haberlos reprendido con fuerza. Podía haberles recordado todas las maravillas que había realizado para ellos, y reconvenirles por su cobardía y desconfianza. En cambio, no hay enojo en las palabras del Señor. Sencillamente les pregunta: "¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?" (Mr. 4:40).

    Todo el comportamiento de nuestro Señor para con sus discípulos en la tierra, merece mucha atención. Arroja una esplendorosa luz sobre su compasión y paciencia. Nunca hubo un maestro con alumnos tan lentos como los apóstoles para aprender sus lecciones. Tampoco hubo alumnos con un maestro tan paciente y compasivo como Cristo. Reúna todas las evidencias que hay acerca de esto a través de los Evangelios y verá que tengo razón.

    Durante el ministerio de nuestro Señor, en ningún momento, los discípulos evidencian haber comprendido plenamente la razón de su venida al mundo. La humillación, la expiación y la crucifixión eran cosas desconocidas para ellos. No habían captado las palabras tan sencillas y las advertencias tan claras de su Maestro acerca de lo que le iba a suceder. No entendieron. No percibieron. Sus ojos no lo captaron. En cierta ocasión, Pedro hasta trató de disuadir a nuestro Señor de pasar por el sufrimiento. "Señor, ten compasión de ti", le dijo, "en ninguna manera esto te acontezca" (Mt.16:22; Lc. 9:45).

    A menudo observamos cosas en el espíritu y la actitud de ellos que no son dignas de emular. Nos dice la Palabra que un día discutían entre ellos quién sería el mayor (Mr. 9:34). Otro día ni tuvieron en cuenta sus milagros y sus corazones se endurecieron (Mr. 6:52). En una ocasión dos de ellos desearon que cayera fuego del cielo sobre una aldea porque no los habían recibido (Lc. 9:54). En el Getsemaní los tres discípulos más destacados se durmieron cuando el Señor les había pedido que velaran y oraran. Cuando Judas lo entregó, los demás lo abandonaron y huyeron. Y lo peor de todo fue que Pedro, el más decidido de los doce, negó bajo juramento tres veces a su Maestro.

    Incluso, aun después de su resurrección, vemos en ellos la misma incredulidad y dureza de corazón. Aunque vieron a su Señor con sus propios ojos y lo tocaron con sus manos, aun así, algunos dudaban. ¡Así de débil era su fe! Por eso el Señor mismo les reprendió diciendo: "¡Oh insensatos, y tardos para creer todo lo que los profetas han dicho!" (Lc. 24:25). Así de tardos eran para entender el significado de las palabras, las acciones, la vida y la muerte de nuestro Señor.

    En cambio, ¿qué vemos en el comportamiento de nuestro Señor hacia estos discípulos a lo largo de su ministerio? No vemos más que compasión, bondad, ternura, paciencia, resignación y amor. No los echa fuera por su estupidez. No los rechaza por su incredulidad. No los impugna para siempre por cobardes. Les enseña todo lo que tienen la capacidad de entender. Los conduce paso a paso, como una niñera lo hace con el infante que recién empieza a caminar. En cuanto resucitó de los muertos, les envió mensajes amables. "Id", le dijo a las mujeres, "dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán" (Mt. 28:10). Los reúne alrededor de él una vez más. Restaura a Pedro a su posición anterior y le pide: "Apacienta mis ovejas" (Jn. 21:17). Condesciende a acompañarlos durante cuarenta días antes de ascender finalmente al cielo. Los comisiona para que vayan como sus mensajeros y para que prediquen el evangelio a los gentiles. Los bendice al partir y los alienta con esta promesa llena de su gracia: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:20). Ciertamente, este es un amor que sobrepasa todo entendimiento. Esto no es cosa de humanos.

    Sepa todo el mundo que el Señor Jesús es muy compasivo y tiernamente misericordioso. No quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que humea. Como un padre se compadece de sus hijos, se compadece él de los que le temen. Como consuela una madre a sus hijos, consuela él a su pueblo (Stg. 5:11; Mt. 12:20; Sal. 103:13; Is. 66:13). Él cuida a los corderitos de su manada, al igual que a sus ovejas mayores. Cuida a los enfermos y débiles de su rebaño, al igual que a los fuertes. Está escrito que los llevará en su seno y que no perderá a ninguno de ellos (Is. 40:11). Cuida a los miembros más insignificantes de su cuerpo, al igual que a los más importantes. Ama a los infantes de su familia, al igual que a los adultos. Cuida las plantitas más tiernas en su jardín, al igual que al cedro del Líbano. Todos están en su libro de la vida y todos están bajo su cuidado. Todos le fueron dados a él en un pacto perpetuo y se ha hecho cargo, a pesar de todas las debilidades, de llevar a cada uno seguro a su patria celestial. Aprópiese el pecador de Cristo por fe y, entonces por débil que sea, Cristo le promete: "No te desampararé, ni te dejaré" (He. 13:5). Es posible que, por amor, algunas veces lo corrija con gentileza; pero nunca, nunca, lo abandonará. El diablo nunca lo arrancará de las manos de Cristo.

    Sepa el mundo que el Señor Jesús nunca echará fuera a su pueblo creyente por sus faltas y debilidades. El marido no echa fuera a su esposa porque encuentra defectos en ella. La madre no abandona a su infante porque sea débil, flojo e ignorante. Y el Señor Cristo no echa fuera a los pobres pecadores que han puesto su alma en sus manos por ver en ellos manchas e imperfecciones. ¡Oh, no! Es su gloria pasar por alto las faltas de su pueblo y sanar sus caídas, complacerse en sus débiles gracias y perdonar sus muchas faltas. El capítulo once de Hebreos es maravilloso. Es sobrecogedor observar cómo el Espíritu Santo habla de los dignos, cuyos nombres están escritos en ese capítulo. En este caso, destaca la fe del pueblo de Dios para que la recordemos. Pero las faltas de muchos de estos, a las que podía haber hecho alusión y haber recordado, quedan fuera y ni siquiera se mencionan.

    ¿Quién de entre los lectores de este escrito anhela ser salvo, pero teme decidirse por temor de apartarse del camino tarde o temprano? Considere, le ruego, la ternura y paciencia del Señor Jesús y no vuelva a temer. Ese mismo Señor y Salvador que fue paciente con los discípulos está pronto y dispuesto a ser paciente con usted. Si tropieza, él lo levantará. Si se desvía, él lo traerá de vuelta con gentileza. Si desmaya, él lo reavivará. No lo ha sacado de Egipto para dejarlo morir en el desierto. Lo guiará seguro a la tierra prometida. Usted sólo entréguese a él y siga su camino y él lo llevará seguro a su patria celestial. Sólo escuche su voz y sígale; y nunca perecerá.

    ¿Quién entre los que leen este escrito se ha convertido y anhela hacer la voluntad de su Señor? Siga hoy el ejemplo de ternura y paciencia de su Maestro y aprenda a ser tierno y gentil con los demás. Trate con gentileza a los jóvenes que están dando sus primeros pasos. No espere que sepan todo y comprendan todo lo relativo a la salvación de una sola vez. Tómelos de la mano. Guíelos y aliéntelos. Crea todas las cosas y espere todas las cosas, en lugar de entristecer el corazón que el Señor no quiere entristecer.

    Trate con gentileza a los caídos. No les dé la espalda como si fueran casos perdidos. Use todos los medios lícitos, para restaurarlos. Piense en usted mismo y en sus frecuentes debilidades, y haga con las fallas de los demás lo que le gustaría que hicieran ellos con las suyas. Lamentablemente, hay una ausencia dolorosa de la mente del Maestro entre muchos de sus discípulos. Me temo que en la actualidad, pocas iglesias estarían dispuestas a restaurar a Pedro en su comunión. Tendrían que pasar muchos años después de que negó a su Señor para recibirlo de nuevo en su seno. Son pocos los creyentes prestos a hacer la obra de Bernabé, de tomar al recién convertido de la mano y animarle en sus primeros pasos. Queremos un derramamiento del Espíritu sobre los creyentes, casi tanto como lo deseamos sobre el mundo.

jueves, 13 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 (d) Estudiemos el tema en particular tal como se aplica a nosotros este día. Me atrevo a asegurar que, a veces, su corazón ha sido zarandeado de acá para allá como las olas en una tempestad. Se ha sentido usted agitado como las aguas en un mar embravecido cuando no se puede calmar. Venga y preste atención este día a Aquel que le puede dar descanso. Sea lo que sea que lo altera, Jesús le puede decir a su corazón: "¡Calla, enmudece!"

    ¿Qué, si su conciencia está abrumada por el recuerdo de incontables transgresiones y despedazada por cada ráfaga de tentación? ¿Qué, si la carga del recuerdo de algún aberrante libertinaje le parece grave y es intolerable? ¿Qué, si su corazón parece estar lleno de perversidad y el pecado parece arrastrarlo por donde quiere como si fuera su esclavo? ¿Qué, si la maldad se pasea por su alma como un conquistador diciéndole que es inútil resistirla, que no hay esperanza para usted? Le aseguro que está Aquel que le puede dar perdón y paz. Mi Señor y Maestro Jesucristo puede reprender los ataques del diablo, calmar los sufrimientos de su alma y decirle: "¡Calla, enmudece!" Él puede hacer desvanecer esa nube de culpa que ahora lo agobia. Puede ordenar a la desesperación que se retire. Puede espantar al temor. Puede quitar el espíritu de esclavitud y llenarlo con el espíritu de adopción. Satanás puede tener presa a su alma como si fuera un hombre fuertemente armado, pero Jesús es más fuerte que él y cuando él ordena, los prisioneros tienen que recobrar su libertad. ¡Oh, si algún lector atribulado quiere calma interior, acuda hoy mismo a Jesucristo y todo comenzará a ir bien!

    Pero ¿qué, si su corazón está bien con Dios, pero aun así está presionado con la carga de aflicciones terrenales? ¿Qué, si el temor a la pobreza lo está zarandeando de un lado a otro y parece que lo va a vencer? ¿Qué, si día tras día lo abruma algún dolor físico? ¿Qué, si súbitamente se ve obligado a dejar de trabajar y debido a alguna enfermedad tiene que estar inactivo y no hacer nada? ¿Qué, si la muerte ha visitado su hogar y se ha llevado a su Raquel, su José o Benjamín y se ha quedado solo, agobiado por el dolor? ¿Qué, si le ha sucedido algo de esto? En Cristo sigue habiendo consolación. Él puede dar paz a los corazones lastimados con la misma facilidad con que calmó al mar embravecido. Puede reprender a las voluntades rebeldes con el mismo poder con que reprendió al viento huracanado. Puede calmar las tempestades de la aflicción y silenciar las pasiones tumultuosas, igual como lo hizo con la tormenta galilea. Puede decirle a la peor ansiedad: "¡Calla, enmudece!" La avalancha de preocupaciones y tribulaciones puede ser arrasadora, pero Jesús se posa victorioso sobre las aguas y es más poderoso que las olas del mar (Sal. 93:4). Los vientos de los problemas pueden rugir a su alrededor, pero Jesús los tiene en sus manos y los puede acallar cuando él quiera. Oh, si algún lector de este escrito tiene el corazón destrozado, está agobiado por los problemas o triste, acuda a Jesucristo, clame a él y se calmará. "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt. 11:28).

    Invito a todos los que profesan ser cristianos que reflexionen seriamente en el poder de Cristo. Dude de lo que quiera, pero no dude del poder de Cristo. Aunque no ame usted secretamente al pecado, quizá tenga sus dudas. Aunque no se esté aferrando en la intimidad al mundo, quizá tenga sus dudas. Aunque el orgullo de su naturaleza no se esté rebelando a la idea de ser salvo por gracia como un pobre pecador, quizá tenga sus dudas. Pero no dude de una certidumbre y esa es que Cristo "puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios" y le salvará si acude a él. (He. 7:25).

miércoles, 12 de marzo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

IV. El poder del Señor Jesucristo

    Aprendamos, en cuarto lugar, acerca del poder del Señor Jesucristo.

    Tenemos un ejemplo impresionante de su poder en la historia que estamos enfocando. Las olas azotaban la barca en la que estaba Jesús. Los aterrados discípulos lo despertaron y clamaron a él. "Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza". Este fue un milagro maravilloso. Nadie que no fuera todopoderoso hubiera podido hacerlo.

    ¡Hacer cesar el viento con sólo dos palabras! Hay un dicho común que describe algo que es imposible: "¡Es como hablarle al viento!" Pero Jesús reprende al viento y se calma al instante. Esto es poder.

    ¡Calmar las olas con su voz! ¿Qué estudiante de la historia no sabe de aquel poderoso rey de Inglaterra que trató, en vano, de detener una creciente ola que subía del mar? Pero aquí tenemos al que le dice a las olas embravecidas en una tempestad: "Calla, enmudece" y se hizo la calma. Eso es poder.

    Es bueno que todos los hombres tengan una visión clara del poder del Señor Jesucristo. Sepa el pecador que el Salvador misericordioso al cual es invitado a acudir y confiar en él, es nada menos que el Todopoderoso que tiene potestad sobre toda carne para dar vida eterna a todos los que en él creen (Ap. 1:8; Jn. 17:2). Comprenda el simpatizante ansioso, que si confía en Jesús y toma su cruz, está confiando en Aquel que tiene todo poder en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18). Recuerde el creyente en su peregrinaje por el desierto que, a través de su Mediador, Abogado, Médico, Pastor y Redentor, el Señor de señores y Rey de reyes, todas las cosas son posibles (Ap. 17:14; Fil. 4:13). Estudiemos el tema, porque merece ser estudiado.

    (a) Estudiémoslo en sus obras de creación. "Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Jn. 1:3). Los cielos y todas las gloriosas huestes de habitantes, la tierra y todo lo que contiene, el mar y todo lo que en él hay, sí, toda la creación, desde el sol en las alturas hasta el gusano más pequeño debajo de la tierra, fueron obras de Cristo. Él habló y fueron creados. Lo ordenó y comenzaron a existir. Ese mismo Jesús, quien nació de una pobre mujer en Belén y vivió en la casa de un carpintero en Nazaret, fue el que formó todas las cosas. ¿No fue esto poder?

    (b) Estudiémoslo en las obras de su providencia y la continuación ordenada de todas las cosas en el mundo. "Todas las cosas en él subsisten" (Col. 1:17). El sol, la luna y las estrellas giran dentro de un sistema perfecto. Primavera, verano, otoño e invierno ocurren en un orden sucesivo perfecto. Ese orden sigue hasta este día y no falla, por orden de Aquel que murió en el Calvario (Sal. 119:91). Los reinos de este mundo se levantan, llegan a su apogeo, declinan y desaparecen. Los gobernantes de este mundo trazan planes, confabulan, dictan y cambian leyes, guerrean, vencen a unos y levantan a otros. Pero no tienen en cuenta que gobiernan únicamente por la voluntad de Jesús y que nada sucede sin el permiso del Cordero de Dios. ¿No saben que ellos y sus súbditos son como una gota en la mano del Crucificado y que es él quien prospera a las naciones  las reduce a la nada según su beneplácito?

    (c) Estudiemos el tema enfocando los milagros realizados por nuestro Señor Jesucristo durante sus tres años de ministerio aquí en la tierra. Conozcamos por las obras portentosas que realizó, que las cosas imposibles para el hombre son posibles para Cristo. Consideremos cada uno de sus milagros como un emblema y representación de cosas espirituales. Vemos en ellos una representación hermosa de lo que puede hacer por nuestras almas. Aquel que pudo levantar a los muertos con una palabra de su boca puede con la misma facilidad levantar al hombre muerto en pecado. Aquel que pudo dar vista al ciego, abrir los oídos del sordo y darle voz al mudo, puede hacer que el pecador vea el reino de Dios, oiga el sonido gozoso del evangelio y proclame alabanzas por el amor redentor. Aquel que pudo sanar al leproso con un toque de su mano, puede curar cualquier enfermedad del corazón. El que puede echar fuera demonios puede ordenar a cada pecado arraigado que ceda a su gracia. ¡Oh, comencemos a leer los milagros de Cristo viéndolos desde esta perspectiva! Por más inicuos, malos y corruptos que nos sintamos, animémonos sabiendo que sanar está dentro del poder de Cristo. Recordemos que en Cristo no sólo hay plenitud de misericordia, sino también plenitud de poder.