"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él", 2 Corintios 5:21
La visión moderna de la muerte de Jesús es que Él murió por nuestros pecados por compasión. Sin
embargo, el concepto neotestamentario asegura que Él llevó nuestro pecado sobre sí mismo, no por
conmiseración, sino porque se identificó con nosotros. Él fue hecho pecado. Nuestras maldades son
perdonadas debido a su muerte, y lo único que la explica es la obediencia al Padre, no su compasión por
nosotros. Somos aceptados por Dios, no por haber obedecido o porque prometimos renunciar a ciertas
cosas, sino únicamente por la muerte de Cristo. Decimos que Él vino a revelar la paternidad y la
benevolencia de Dios, pero el Nuevo Testamento dice que vino "a quitar ¡el pecado del mundo!", Juan
1:29. La revelación de Dios como Padre es solamente para quienes Jesucristo les ha sido presentado como
Salvador. Nuestro Señor nunca habló de sí mismo ante el mundo como alguien que revelaba al Padre,
sino como una piedra de tropiezo (ver Lucas 20.-17-J8). En Juan 14:9, cuando Jesús dijo: "El que me ha
visto a mí ha visto al Padre", les estaba hablando a sus discípulos.
El Nuevo Testamento nunca enseña que Cristo murió por mí y por lo tanto estoy completamente libre de
castigo. Enseña que Él murió por todos (no que "murió mi muerte") y que por mi identificación con su
muerte puedo ser liberado del pecado y tener su justicia, la cual se me imparte como un don. La
sustitución que enseña el Nuevo Testamento es doble: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en Él. Cristo no es para mí, a menos que yo haya
tomado la determinación de que Él se forme en mí.
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