"Pues ellos salieron por amor del nombre de Él", 3 Juan 7
Nuestro Señor nos ha hablado sobre cómo el amor hacia Él se debe hacer manifiesto. "¿Me quieres?
Apacienta mis ovejas", ver Juan 21:17, esto es: "Identifícate con mis intereses en otras personas";
y no: "Identifícame a mí con tus intereses en otras personas". 1 Corintios 13:4-8 nos muestra las
características de este amor. En realidad, se trata de la manifestación del amor de Dios. La verdadera
prueba de mi amor por Jesús es de tipo práctico; todo lo demás es pura palabrería emocional.
La fidelidad a Jesucristo es producto de la obra sobrenatural de redención que efectúa en mí el Espíritu.
"El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado",
Romanos 5:5, y ese amor actúa eficazmente por medio de mí cuando entro en contacto con todas las
personas que me encuentro. Yo permanezco fiel a su nombre, aunque todo hecho racional aparentemente
lo desmienta y declare que Él no tiene más poder que la neblina matutina.
La clave para la devoción del misionero es que no se apegue a nada ni a nadie que no sea nuestro Señor.
Esto significa simplemente que nos separamos de las cosas externas que nos rodean. El Señor anduvo de
una manera notable en medio de las circunstancias ordinarias de la vida. Pero interiormente estaba
separado de todo, excepto de Dios. Con frecuencia el desprendimiento externo indica un apego interno
secreto y creciente hacia aquello de lo cual nos separamos exteriormente.
El deber de un misionero fiel consiste en mantener su alma abierta a la naturaleza del Señor Jesucristo y
concentrada en ella. Los hombres y las mujeres que nuestro Señor envía para llevar a cabo sus empresas
son comunes, muy humanos, pero controlados por la devoción a Él que produce el Espíritu Santo.
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