LA palabra “conversación” no significa meramente el hablar con otros, sino el curso entero de nuestra vida y conducta en el mundo. La palabra griega incluye los hechos y los privilegios del ciudadano. Por eso se nos ordena procurar que nuestras acciones, como ciudadanos de la nueva Jerusalén, sean tales como conviene al Evangelio de Cristo. ¿Qué clase de conversación es esta? En primer lugar, el Evangelio es muy sencillo. Así los cristianos debieran ser sencillos y francos en sus costumbres. En nuestros modales, en nuestro hablar, en nuestro vestir, en toda nuestra conducta debiera haber aquella sencillez que es el alma misma de la belleza. El evangelio es preeminentemente verdadero, oro sin escoria; y la vida del cristiano no tendrá brillo ni valor sin la joya de la verdad. El Evangelio es muy intrépido, pues proclama valientemente la verdad, quiéranla o no los hombres. Nosotros debiéramos ser fieles como resueltos. Pero el Evangelio es también muy suave. Observa este espíritu en el Fundador: “La caña cascada no quebrará”. Algunos cristianos son más hirientes que un cerco de espinas; los tales no se asemejan a Jesús. Procuremos ganar a otros por la suavidad de nuestras palabras y de nuestros actos. El Evangelio es muy amoroso. El último mandamiento de Cristo a sus discípulos fue “amaos los unos a los otros”. Que Dios nos dé una unión más real y sincera y amor para con todos los santos; nos dé también una compasión más tierna para las almas de los hombres más malos y más viles. No debemos olvidar que el Evangelio de Cristo es santo. Nunca justifica el pecado. Lo perdona, pero sólo por medio de una expiación. Si nuestra vida va a asemejarse al Evangelio, debemos evitar no meramente los vicios más groseros, sino todo lo que pudiese impedir nuestra perfecta conformidad con Cristo. Por amor a Cristo, a nosotros mismos y a los demás, esforcémonos día a día para que nuestra conversación esté más de acuerdo con su Evangelio.
Charles Haddon Spurgeon.
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