Versículo para hoy:

jueves, 31 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Me atrevo a decir que sería bueno que se enseñara con más frecuencia de lo que se enseña, la obligación de "calcular el costo" de seguir a Cristo. Actuar con apuro e impaciencia es la orden del día para muchos que pretenden ser religiosos. Las conversiones instantáneas y una paz razonable inmediata parecen ser los únicos resultados que quieren obtener del evangelio. Comparados con estos, todo lo demás queda a la sombra. Obtenerlas es, aparentemente, el gran fin y objetivos de sus obras. Digo sin vacilar que este modo intrascendente y parcial de enseñar el cristianismo es extremadamente malicioso.

Nadie se equivoque sobre lo que digo. Apruebo totalmente que se ofrezca a los hombres una salvación en Cristo total, inmediata, presente y gratuita. Apruebo totalmente que se le insista al hombre sobre la posibilidad y el deber de una conversión inmediata y al instante. No cuestiono a nadie con respecto a esto. Pero lo que sí digo es que estas verdades no deben ser presentadas sin esencia, aisladas y como únicas. Tienen que presentarse diciendo sinceramente lo que están aceptando, si profesan el deseo de salir del mundo y servir a Cristo. Las personas no deben ser presionadas a sumarse a las filas de las huestes de Cristo sin haberles dicho lo que implica la guerra. En una palabra, se les debe decir sinceramente que "calculen el costo".

La práctica de "calcular el costo"

¿Se pregunta alguno cuál fue la práctica de Jesús en este asunto? Lea esta descripción de Lucas. Nos dice que en cierta ocasión: "Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo" (Lc. 14:25-27). Me es necesario decir directamente que no puedo reconciliar este pasaje con los procedimientos de muchos maestros religiosos modernos. Y esto, a pesar de que la doctrina referente a esta cuestión es clara como el sol en su cenit. Nos muestra que no debemos apurar a los hombres para que profesen ser discípulos, sin advertirles claramente que "calculen el costo".

¿Se pregunta alguno cuál ha sido la práctica de los mejores y más insignes predicadores del evangelio en el pasado? Me atrevo a decir que todos, a una, dan testimonio de la sabiduría con que el Señor trató con las multitudes a las cuales me acabo de referir. Lutero, Latimer, Baxter, Wesley, Whitefield, Berridge y Rowland Hill estaban profundamente conscientes de lo engañoso que es el corazón del hombre. Sabían perfectamente que no todo lo que brilla es oro, que convicción no es conversión, que emoción no es fe, que sentimiento no es gracia y que no todo lo que florece llega a ser fruto. "No seáis engañados", era el clamor constante de los predicadores de antaño. (Dt. 11:16; Lc. 21:8). "Considera bien lo que haces. No corras antes de que seas llamado. Calcula el costo".

Si queremos hacer las cosas bien, nunca nos avergoncemos de seguir los pasos de nuestro Señor Jesucristo. Trabajemos intensamente en pro de las almas de otros, si queremos y si tenemos la oportunidad. Instémosles a considerar sus caminos. Constriñámosles con santa intensidad a venir, a dejar sus armas y a entregarse a Dios (Mt. 11:12). Ofrezcámosles salvación, una salvación inmediata, lista, gratuita y plena. Mostrémosles a Cristo y todos los beneficios que tendrán cuando lo acepten. Pero en todo lo que hagamos, digamos la verdad y toda la verdad. No nos rebajemos a usar los ardides vulgares de un sargento recluta. No hablemos sólo del uniforme, la paga y la gloria; hablemos también de los enemigos, la batalla, la armadura, la necesidad de velar, las marchas y las prácticas. No presentemos sólo un lado del cristianismo. No dejemos de hablar de "la cruz", en la que murió Cristo por nuestra redención. Incluyamos la importancia de negarse a sí mismo; cuando hablemos de la cruz expliquemos todo lo que implica el cristianismo. Instemos a los hombres a que se arrepientan y acudan a Cristo; pidámosles, a la vez, que "calculen el costo".

miércoles, 30 de octubre de 2024

Cómo la Reforma protestante recuperó la doctrina del Espíritu Santo - Sugel Michelén • Seminario Bíblico William Carey

«La predicación de la Palabra es el instrumento designado por Dios para que el Espíritu Santo lleve a cabo Su obra de salvación»

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

NOTA DEL AUTOR:

¹ Lamentaría mucho si el lenguaje que acabo de usar acerca de los avivamientos se malentendiera. Para prevenirlo presentaré algunos comentarios para aclarar lo que quiero decir.

Nadie puede estar más profundamente agradecido que yo por los avivamientos auténticos en la fe cristiana. Dondequiera que sucedan y por los medios que sean les deseo de todo corazón que Dios los bendiga. "Si Cristo es predicado", me regocijo, cualesquiera que sean los predicadores. Si las almas son salvadas, me regocijo, cualquiera que sea la denominación de la iglesia donde se presenta la Palabra de vida.

Pero es una triste realidad que en un mundo como este, no se puede tener lo bueno sin lo malo. No vacilo en decir que una de las consecuencias del movimiento de avivamiento ha sido la aparición de un sistema teológico que me siento obligado a llamar defectuoso y malicioso, en extremo.

La característica principal del sistema teológico al que me refiero, es esta: Una exageración extravagante y desproporcionada de tres puntos de la religión, a saber: La conversión instantánea, la invitación a pecadores inconversos a venir a Cristo y la posesión de un gozo y paz interior como prueba de la conversión. Repito que estos tres grandes puntos (pues grandes son), incesantemente alcanzan algún público, exclusivamente en algunos sectores, donde causa grandes perjuicios.

La conversión instantánea, sin duda, debe ser algo para insistirle a la gente. Pero las personas no deben ser llevadas a suponer que no hay otra manera de convertirse y que, a menos que Dios las convierta súbita y poderosamente, no están convertidas.

El deber de venir inmediatamente a Cristo, "tal como somos", es algo que hay que insistirles a todos los oyentes. Es la piedra fundamental de la predicación del evangelio. Pero, de hecho, no se les debe decir que se arrepientan, al igual que crean. Hay que decirles por qué deben venir a Cristo, para qué venir y de dónde surge su necesidad de hacerlo.

La proximidad de paz y consuelo en Cristo debe ser proclamada a los hombres. Pero, de hecho, se les debe enseñar también que tener grandes manifestaciones de gozo y entusiasmo exagerado no es esencial en la justificación y que puede haber fe y paz auténtica sin sentimientos tan eufóricos. El gozo solo, no es evidencia segura de la gracia.

Los defectos del sistema teológico que tengo en mente son estos: (1) La obra del Espíritu Santo en la conversión de pecadores se confina demasiado a un solo método. No todos los conversos verdaderos se convierten instantáneamente como Saulo y el carcelero de Filipos. (2) No se instruye suficientemente a los pecadores acerca de la santidad de la ley de Dios, la profundidad de sus pecados y la verdadera culpabilidad del pecado. Estar diciéndole incesantemente al pecador que "venga a Cristo" es de poco provecho, a menos que se le diga por qué necesita venir y se le muestren claramente sus pecados. (3) No se explica suficientemente qué es la fe. En algunos casos se les enseña que fe es solo sentir. A otros se les enseña que si creen que Cristo murió por los pecadores tienen fe. ¡Decir eso es decir que también los demonios son creyentes! (4) Poseer gozo y seguridad interior es predicado como esencial. No obstante, la seguridad no es la esencia de una fe salvadora. Puede haber fe cuando no hay seguridad. Insistir que todos los creyentes se "regocijen" en cuanto creen, es sumamente peligroso. Estoy seguro de que algunos se regocijarán in creer, mientras que otros que creen no podrán regocijarse inmediatamente. (5) Por último, pero no por eso menos importante, demasiadas veces se pasa por alto la soberanía de Dios en salvar a pecadores y la absoluta necesidad de una gracia ordenada de antemano. Muchos hablan como si las conversiones se pudieran fabricar cuando el hombre quiere y como si no hubiera una prueba como esta: "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia" (Ro. 9:16).

Estoy convencido de que es muy grande el daño que hace este sistema teológico al cual me refiero. Por una parte, a muchos cristianos humildes se les presiona tanto que los acobardan. Creen que no son objeto de gracia porque no pueden alcanzar los niveles y sentimientos superiores que tanto se les insiste que alcancen. Por otro lado, muchas personas, que no son objeto de la gracia, porque les hacen pensar equivocadamente que están "convertidos" y por la presión de una emoción carnal y sentimientos temporales, son conducidos a profesarse cristianos. Y, mientras tanto, los insensatos e impíos observan con desprecio y encuentran nuevas razones para hacerle caso omiso a la fe evangélica.

Los antídotos para este estado de cosas son simples y pocos. (1) "Sean enseñados todos los consejos de Dios". Esa es la proporción bíblica: No dejando que dos otres doctrinas preciosas del evangelio le hagan sombra a todas las demás verdades. (2) El arrepentimiento sea enseñado en su totalidad, al igual que la fe, y no confiar en los antecedentes. El Señor Jesucristo y San Pablo siempre enseñaban ambos. (3) Sea enunciada y admitida la variedad de las obras del Espíritu Santo y, aunque se les recalque a los hombres la conversión instantánea, que no se enseñe como una necesidad. (4) Sean advertidos claramente los que profesan haber encontrado una paz incuestionable, que se pongan a prueba y que recuerden que sentimiento no es fe. El Señor Jesús dijo: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos". Esa es la gran prueba de la fe auténtica (Jn. 8:31). (5) Sea el gran deber de "calcular el costo", algo que les insista constantemente a los que se disponen a hacer una profesión de fe y que se les diga, sincera y claramente, que hay guerra, al igual que paz, una cruz, al igual que una corona en la obra del Señor.

Estoy seguro de que lo que más hay que temer en la religión es esa emoción malsana porque, a menudo, termina en una reacción fatal que arruina el alma y resulta en una absoluta falta de vida. Y cuando las multitudes caen súbitamente bajo el poder de sensaciones religiosas, es casi seguro que a esto le sigue una excitación malsana.

No tengo mucha confianza en la validez de conversiones que suceden en masa y al por mayor. No me parece que esté en armonía con los tratos generales de Dios en esta dispensación. Me parece que el plan común de Dios es llamar a los individuos uno por uno. Por eso, cuando escucho que se han convertido gran número de personas, súbitamente y todos de una vez, lo tomo con menos esperanza que algunos. Los éxitos más sanos y más permanentes en los campos misioneros no han sido aquellos en que los naturales del lugar se "hacen cristianos" en masa. La obra más satisfactoria y firme aquí no siempre me parece ser la obra realizada en "campañas de evangelización".

Hay dos pasajes en las Escrituras que me gustaría ver que los que predican el evangelio y, especialmente los que tienen algo que ver con reuniones de evangelización, explicaran con frecuencia y exhaustivamente. Uno es el pasaje de la parábola del sembrador. Esa parábola no aparece tres veces sin buena razón y significado profundo. El otro pasaje es la enseñanza de nuestro Señor acerca de "calcular el costo" y las palabras que dijo a las "grandes multitudes" cuando lo seguían. Él veía lo que ellos necesitaban. Les dijo que estuvieran quietos y "calcularan el costo" (Lc. 14:25, etc.). No estoy seguro de que algunos predicadores modernos hayan tomado este curso de acción.

martes, 29 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Por no "calcular el costo", los que escuchan a poderosos predicadores evangélicos, a menudo sufren un final desventurado. Se conmueven y emocionan tanto que profesan lo que realmente no experimentan. Reciben la Palabra "gozosos" con tanta extravagancia que casi asustan a los viejos cristianos. Trabajan por un tiempo con tanta consagración y fervor que parece que van a sobrepasar a los demás. Hablan y trabajan con objetivos espirituales con tanto entusiasmo que hasta pueden avergonzar a los cristianos que ya tienen más tiempo en la iglesia. Pero cuando la novedad y la frescura de sus sentimientos han pasado, cambian totalmente. Dan prueba de haber sido terreno pedregoso. Son exactamente lo que describe el gran Maestro en la Parábola del Sembrador. "Al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza" (Mt. 13:21). Poco a poco su efímera consagración se esfuma y su amor se enfría. Tarde o temprano los asientos que ocupaban en los cultos están vacíos y, ni siquiera, son mencionados entre los cristianos. ¿Por qué? Porque nunca "calcularon el costo".

Por no "calcular el costo", centenares de personas que han hecho profesión de fe como fruto de "avivamientos religiosos", vuelven al mundo después de un tiempo y hacen quedar mal a la fe cristiana. Comienzan con una noción lamentablemente equivocada de lo que es el verdadero cristianismo. Se imaginan que no consiste de otra cosa más que levantar la mano cuando el predicador hace la invitación a "venir a Cristo" y sentir profundamente gozo y paz interior. Y entonces, después de un tiempo, cuando se enteran de que existe una cruz que hay que cargar, que nuestros corazones son engañosos y que hay un diablo ocupado siempre cerca de nosotros, se enfrían disgustados y vuelven a sus pecados de antes. ¿Y por qué? Porque nunca supieron realmente de qué se trataba el verdadero cristianismo. Nunca aprendieron que tenemos que "calcular el costo"¹.

Por no "calcular el costo", los hijos de padres cristianos, a menudo terminan mal y avergüenzan al cristianismo. Familiarizados desde sus primeros años con la forma y la teoría del evangelio, enseñados desde la infancia a decir de memoria los textos principales, acostumbrados a recibir enseñanzas acerca del evangelio o a enseñar a otros en la Escuela Dominical, se crían profesando una religión sin saber por qué y sin haber pensado seriamente en ella. Y entonces, cuando la realidad de la vida adulta empieza a presionarlos, a menudo sorprenden a todos cuando abandonan toda su fe evangélica y se pierden en el mundo. ¿Y por qué? Nunca comprendieron totalmente los sacrificios que implica ser cristiano. Nunca les enseñaron a "calcular el costo".

Estas son verdades serias y dolorosas. Pero al fin de cuentas, son verdad. Todas ayudan a mostrar la importancia inmensa del tema que estoy considerando. Todas destacan la necesidad absoluta de insistir sobre este tema a todos los que anhelan santidad y de exclamar en todas las iglesias: "¡Calculen el costo!"

lunes, 28 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 Los que necesitan ser exhortados a "calcular el costo"

Pero existe una clase de personas en especial, a la que quiero hablar sobre esta parte de mi tema. Es una clase numerosa, que va en aumento y que en estos días está en inminente peligro. Diré algunas palabras para tratar de describirla. Merece nuestra cuidadosa atención.

Las personas a las que me refiero no son indiferentes a la religión: Piensan mucho en ella. No son ignorantes en cuanto a la religión, la conocen bastante bien. Pero su gran defecto es que no están "arraigados y afirmados" en su fe. Sucede con demasiada frecuencia que han adquirido su conocimiento de segunda mano, ya sea de sus familiares o porque les enseñaron religión, pero nunca se han ocupado de su propia experiencia interior. Sucede con demasiada frecuencia que han hecho una profesión de fe presionados por las circunstancias, por la emoción de sus sentimientos, por un entusiasmo animal o por un deseo fortuito de hacer lo mismo que hacen los demás, sin que hay una obra fehaciente de la gracia en sus corazones. Las personas así se encuentran en una posición inmensamente peligrosa. Son precisamente ellas, si es que valen de algo los ejemplos bíblicos, las que necesitan la exhortación a "calcular el costo".

Por no "calcular el costo", incontables hijos de Israel murieron miserablemente en el desierto entre Egipto y Canaán. Dejaron Egipto llenos de entusiasmo y fervor, como si nada pudiera detenerlos. Sin embargo, cuando encontraron peligros y dificultades en el camino, su aparente valentía pronto desapareció. Nunca se detuvieron a pensar en las dificultades. Pensaron que llegarían a la tierra prometida en unos pocos días. Pero cuando los enemigos, las privaciones, el hambre y la sed empezaron a probarlos, murmuraron contra Moisés, contra Dios y hubieran preferido volver a Egipto. En una palabra, no habían "calculado el costo" por lo que perdieron todo y murieron en sus pecados.

Por no "calcular el costo", muchos de los oyentes de nuestro Señor Jesucristo después de un tiempo se apartaron y "ya no andaban con él" (Jn. 6:66). Cuando al principio veían sus milagros y escuchaban su predicación, pensaban que "el reino de Dios aparecería inmediatamente". Se sumaron a sus apóstoles y lo siguieron sin pensar en las consecuencias. Pero cuando descubrieron que había doctrinas difíciles que creer, trabajo difícil que hacer y persecuciones que sufrir, su aparente fe desapareció inmediatamente y quedó en la nada. En una palabra, no habían "calculado el costo" y, consecuentemente, "naufragaron en cuanto a la fe algunos" (1 Ti. 1:19).

Por no "calcular el costo", el Rey Herodes volvió a sus antiguos pecados y destruyó su alma. Le gustaba oír predicar a Juan el Bautista. Lo "observaba" y honraba como un hombre justo y santo. Hasta hacía "muchas cosas" que eran correctas y buenas. Pero cuando se vio obligado a enfrentar el hecho de tener que renunciar a su querida Herodías, apostató de la fe. No había contado con esto. No había "calculado el costo" (Mr. 6:20).

Por no "calcular el costo", Demas dejó a Pablo, dejó el evangelio, dejó a Cristo y renunció al cielo. Por mucho tiempo viajó con el gran apóstol de los gentiles y, de hecho, fue su "colaborador". Pero cuando descubrió que no podía ser amigo de este mundo y al mismo tiempo ser amigo de Dios, renunció a su cristianismo y se dio al mundo. "Demas me ha desamparado", dijo Pablo "amando este mundo" (2 Ti. 4:10). Obviamente, no había "calculado el costo".

domingo, 27 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. La importancia de "calcular el costo"

Quiero ahora, en segundo lugar, explicar por qué "calcular el costo" es de tanta importancia para el alma del hombre. Podría fácilmente resolver esta cuestión enunciando el principio de que ningún deber ordenado por Cristo puede alguna vez ser descuidado sin sufrir algún daño. Podría mostrar cuántos cierran los ojos durante toda la vida a la naturaleza de la fe que salva y se niegan a considerar lo que realmente cuesta ser cristiano. Podría describir esas escenas en las que, al final, cuando ya se les está escapando la vida, despiertan y hacen unos pocos esfuerzos espasmódicos por volver a Dios. Podría decir cuántos, para su sorpresa, descubren que el arrepentimiento y la conversión no son asuntos tan fáciles como suponían, y que cuesta "una gran suma" ser un verdadero cristiano. ¡Descubren que el hábito del orgullo, la indulgencia pecaminosa, el amor por lo que resulta fácil y la mundanalidad no son tan fáciles de abandonar como habían imaginado! ¡Y entonces, después de un esfuerzo débil, se dan por vencidos y parten del mundo sin esperanza, sin la gracia y sin ser aptos para encontrarse con Dios! Viven engañados toda la vida pensando que la fe cristiana sería algo fácil cuando se decidieran a tomarla en serio. Pero se les abren los ojos demasiado tarde y descubren, por primera vez, que están arruinados porque nunca "calcularon el costo".

Los que necesitan ser exhortados a "calcular el costo"

Pero existe una clase de personas en especial, a la que quiero hablar sobre esta parte de mi tema. Es una clase numerosa, que va en aumento y que en estos días está en inminente peligro. Diré algunas palabras para tratar de describirla. Merece nuestra cuidadosa atención.

Las personas a las que me refiero no son indiferentes a la religión: Piensan mucho en ella. No son ignorantes en cuanto a la religión, la conocen bastante bien. Pero su gran defecto es que no están "arraigados y afirmados" en su fe. Sucede con demasiada frecuencia que han adquirido su conocimiento de segunda mano, ya sea de sus familiares o porque les enseñaron religión, pero nunca se han ocupado de su propia experiencia interior. Sucede con demasiada frecuencia que han hecho una profesión de fe presionados por las circunstancias, por la emoción de sus sentimientos, por un entusiasmo animal o por un deseo fortuito de hacer lo mismo que hacen los demás, sin que hay una obra fehaciente de la gracia en sus corazones. Las personas así se encuentran en una posición inmensamente peligrosa. Son precisamente ellas, si es que valen de algo los ejemplos bíblicos, las que necesitan la exhortación a "calcular el costo".

Por no "calcular el costo", incontables hijos de Israel murieron miserablemente en el desierto entre Egipto y Canaán. Dejaron Egipto llenos de entusiasmo y fervor, como si nada pudiera detenerlos. Sin embargo, cuando encontraron peligros y dificultades en el camino, su aparente valentía pronto desapareció. Nunca se detuvieron a pensar en las dificultades. Pensaron que llegarían a la tierra prometida en unos pocos días. Pero cuando los enemigos, las privaciones, el hambre y la sed empezaron a probarlos, murmuraron contra Moisés, contra Dios y hubieran preferido volver a Egipto. En una palabra, no habían "calculado el costo" por lo que perdieron todo y murieron en sus pecados.

Por no "calcular el costo", muchos de los oyentes de nuestro Señor Jesucristo después de un tiempo se apartaron y "ya no andaban con él" (Jn. 6:66). Cuando al principio veían sus milagros y escuchaban su predicación, pensaban que "el reino de Dios aparecería inmediatamente". Se sumaron a sus apóstoles y lo siguieron sin pensar en las consecuencias. Pero cuando descubrieron que había doctrinas difíciles que creer, trabajo difícil que hacer y persecuciones que sufrir, su aparente fe desapareció inmediatamente y quedó en la nada. En una palabra, no habían "calculado el costo" y, consecuentemente, "naufragaron en cuanto a la fe algunos" (1 Ti. 1:19).

sábado, 26 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(4) Por último, le costará al hombre la amistad con el mundo. Si quiere agradar a Dios tiene que estar contento, aunque los demás piensen mal de él. No debe extrañarse que se burlen de él, que lo ridiculicen, lo calumnien, lo persigan y, aun, lo aborrezcan. No tiene que sorprenderse de encontrar que sus opiniones y sus prácticas religiosas son despreciadas y motivo de burlas. Tiene que aceptar que muchos lo crean tonto, exagerado y fanático -que perviertan sus palabras y malinterpreten sus acciones-. De hecho, no tiene que sorprenderse si algunos lo llaman loco. El Maestro dijo: "Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra" (Jn. 15:20).

Me atrevo a decir que esto también suena difícil. Por naturaleza nos desagradan los tratos injustos y las acusaciones falsas, y nos es muy difícil ser acusados sin causa. No seríamos de carne y hueso si no deseáramos que nuestros prójimos tuvieran una buena opinión de nosotros. Es siempre desagradable que hablen en nuestra contra y nos abandones, que mientan acerca de nosotros y que tengamos que estar solos. Pero esto no se puede evitar. La copa que nuestro Maestro bebió tiene que ser bebida por sus discípulos.  Tienen que ser "despreciado y desechado entre los hombres" (Is. 53:3). Anotemos este cuarto costo a nuestra cuenta. Ser cristiano le costará al hombre la amistad con el mundo.

Todo eso es lo que cuesta ser un verdadero cristiano. Admito que la lista es pesada. ¿Dónde hay un elemento de los anteriores que puede ser quitado? Audaz es el hombre que se atreve a decir que podemos conservar nuestra pretendida superioridad, nuestros pecados, nuestra pereza y nuestro amor por el mundo, ¡y aun así, ser salvos!

Admito que cuesta mucho ser un verdadero cristiano. ¿Pero quién en sus cabales puede dudar de que cualquier costo vale la pena para salvar su alma? Cuando un barco está en peligro de hundirse, a los tripulantes no les importa tirar por la borda su valioso cargamento. Cuando un brazo o una pierna está infectada, el hombre se somete a cirugía y, aun, a una amputación si hacerlo significa salvarle la vida. Igualmente, el cristiano debe estar dispuesto a renunciar a lo que sea que se interpone entre él y el cielo. ¡La vida espiritual que nada cuesta, nada vale! Un cristianismo barato, sin una cruz, probará ser al final, un cristianismo inútil, sin ninguna corona.

viernes, 25 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(2) En segundo lugar, le costará al hombre sus pecados. Tiene que estar dispuesto a renunciar a cada hábito y práctica que es desagradable a los ojos de Dios. Tiene que darle la espalda al pecado, discutir con él, romper con él, luchar contra él, crucificarlo y esforzarse para vencerlo, no importa lo que diga o piense el mundo. Tiene que hacerlo sincera y totalmente. No puede hacer las paces por separado con ningún pecado especial que ama. Tiene que considerar a todos sus pecados como sus enemigos mortales y aborrecer cada mal camino. Sean pequeñas o grandes, sean públicas o secretas, tiene que renunciar totalmente a todas sus transgresiones. Significará una batalla diaria y, a veces, casi lograrán enseñorearse sobre él. Pero nunca debe ceder. Tiene que mantener una guerra perpetua contra sus pecados. Escrito está: "Echad de vosotros todas vuestras transgresiones"; "tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades"; "dejad de hacer lo malo" (Ez. 18:31; Dn. 4:27; Is. 1:16). 

Esto suena difícil. No me extraña. A menudo queremos tanto a nuestros pecados como si fueran nuestros hijos: Los amamos, los abrazamos, nos aferramos a ellos y nos deleitamos en ellos. Separarnos de ellos es tan difícil como amputarse la mano derecha o sacarse el ojo derecho. Pero hay que hacerlo. Hay que despedirse de ellos. Aunque la maldad "endulzó en su boca, si lo ocultaba debajo de su lengua, si le parecía bien y no lo dejaba, sino que lo detenía en su paladar", hay que renunciar a ellos (nuestros pecados), si queremos ser salvos (Job 20:12-13). El hombre y su pecado tienen que enemistarse si él y Dios han de ser amigos. Cristo está dispuesto a recibir a cualquier pecador. Pero no lo recibe si este se aferra a sus pecados. Anotemos este segundo precio a nuestra cuenta. Ser cristiano le costará al hombre sus pecados.

(3) Además, le costará al hombre su amor por lo que resulta fácil. Tiene que experimentar dolor y luchar si quiere desarrollar una carrera victoriosa al cielo. Tiene que velar y mantenerse en guardia cada día, como el soldado en el campo enemigo. Tiene que cuidar su comportamiento cada hora del día, con cada compañía y en cada lugar, en público, al igual que en privado, entre extraños, al igual que con los de casa. Tiene que vigilar su tiempo, su lengua, su carácter, sus pensamientos, su imaginación, sus motivaciones y su conducta en cada relación de su vida. Tiene que ser diligente en orar, leer la Biblia, en lo que hace los domingos, con todos sus medios de gracia. Al prestar atención a estas cosas puede distar de alcanzar la perfección, pero no puede descuidar ninguna. "El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada" (Pr. 13:4).

Esto también suena duro. No hay nada que por naturaleza nos desagrade tanto como tener "problemas" relacionados con nuestra religión. Nos desagradan los conflictos. Deseamos secretamente tener un cristianismo "vicario", lograr todo por medio del esfuerzo de terceros que hicieran todo en nuestro lugar. Cualquier cosa que requiera esfuerzo y trabajo, es contraria a nuestra naturaleza. Pero para el alma "no hay ganancias sin sacrificios". Anotemos este tercer costo a nuestra cuenta. Ser cristiano le costará al hombre su amor por lo que resulta fácil.

jueves, 24 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

I. Lo que cuesta ser un verdadero cristiano

Primero, tengo que mostrar lo que cuesta ser un verdadero cristiano. No nos equivoquemos en el significado de lo que estoy diciendo. No estoy examinando el costo de salvar el alma de un cristiano. Sé muy bien que costó, nada menos que la sangre del Hijo de Dios, expiar los pecados y redimir al hombre del infierno. El precio pagado por nuestra redención fue demasiado alto: La muerte de Jesucristo en el Calvario. Hemos sido "comprados por precio"; Jesús "se dio a sí mismo en rescate por todos" (1 Co. 6:20; 1 Ti. 2:6). Pero nada de esto tiene que ver con la pregunta inicial. El punto que quiero considerar es otro completamente diferente. Se trata de a lo que el hombre tiene que estar dispuesto a renunciar si quiere ser salvo. Es la cantidad de sacrificio que el hombre tiene que hacer si su intención es servir a Cristo. Es en este sentido que hago la pregunta: "¿Cuánto cuesta?" Y creo firmemente que es una cuestión muy importante.

Admito sin problema que cuesta poco ser meramente un cristiano en lo exterior. Uno no tiene más que asistir a una iglesia dos veces los domingos y ser tolerablemente moral durante la semana para ser todo lo religioso que son miles de personas a su alrededor. Todo esto es barato y no requiere gran esfuerzo: No requiere nada de negarse a sí mismo ni sacrificarse. Si este es el cristianismo salvador que nos llevará al cielo cuando muramos, tenemos que cambiar la descripción que hace la Biblia del camino de la vida y escribir: "¡Ancha es la puerta y amplio el camino que lleva al cielo!"

Pero de hecho, algo le cuesta al verdadero cristiano, según las normas de la Biblia. Hay enemigos que vencer, batallas que librar, sacrificios que hacer, un Egipto que dejar atrás, un desierto que cruzar, una cruz que cargar y una carrera que correr. La conversión no se trata de poner al convertido en un cómodo sillón y llevarlo sentado al cielo. Es el comienzo de una tremenda batalla, en la cual cuesta mucho obtener la victoria. De allí, la enorme importancia de "calcular el costo".

Trataré de mostrar, precisa y particularmente, lo que cuesta ser un verdadero cristiano. Supongamos que alguien tiene la disposición de servir a Cristo, se siente atraído por él y tiene una inclinación a seguirle. Supongamos que alguna enfermedad, una muerte súbita o un sermón ha conmovido su conciencia haciéndole sentir el valor de su alma y el deseo de ser un verdadero cristiano. Sin lugar a dudas, hay múltiples motivos que animarían a ese alguien a ser un verdadero cristiano. Sus pecados pueden ser gratuitamente perdonados, sin importar cuántos sean o lo grandes que sean. Su corazón puede haber cambiado completamente, no importa lo frio y duro que era. Cristo y el Espíritu Santo, la misericordia y la gracia de Dios están listos para recibirlo. Pero aun así, debiera calcular el costo. Veamos detalladamente, una por una, las cosas que le costará.

(1) Para empezar, le costará su pretendida superioridad moral. Tiene que despojarse de todo orgullo y soberbia, y de creerse bueno. Tiene que contentarse con ir al cielo como un pobre pecador salvo solo por gracia, dándole el mérito y la justicia a otro. Al decir las palabras del Libro de Oraciones, tiene que sentir que ha "errado y se ha apartado como una oveja perdida" y que ha "dejado sin hacer las cosas que debiera haber hecho y hace las cosas que no debiera haber hecho". Tiene que estar dispuesto a renunciar a la confianza que tiene en su propia moralidad y respetabilidad, a sus oraciones, lecturas bíblicas, su asistencia a la iglesia, a recibir los sacramentos y confiar exclusivamente en Jesucristo.

Esto puede parecerles difícil a algunos. No me sorprendería. "Señor", le dijo el piadoso labriego al conocido James Hervey de Weston Favelle: "Es más difícil renunciar al yo orgulloso que al yo pecaminoso. Pero es absolutamente necesario hacerlo". Pongamos este costo como el primero y más importante. Para ser un verdadero cristiano, al hombre le costará crucificar su pretendida superioridad moral.

miércoles, 23 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

5. El costo

"¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se
sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo
que necesita para acabarla?" Lucas 14:28

Este versículo es de gran importancia. Son pocas las personas que no se sienten obligadas a preguntarse a menudo: "¿Cuánto cuesta?"

Al comprar una propiedad, construir un edificio, amueblar los cuartos, trazar planes, cambiar de casa, educar a los hijos, es sabio y prudente anticipar su costo. Muchos se ahorrarían gran dolor y sufrimiento si se acordaran de hacerse la pregunta: "¿Cuánto cuesta?"

Y hay una cuestión donde tiene especial importancia "calcular cuánto cuesta". Esa cuestión es la salvación de nuestras almas. ¿Qué cuesta ser un verdadero cristiano? ¿Qué cuesta ser realmente un hombre santo? Esta, al fin y a cabo, es la gran pregunta. Por no darle ninguna consideración a esto, miles de personas, después de que parece que han empezado bien, se vuelven del camino al cielo y se pierden para siempre en el infierno. Compartiré algunas palabras que pueden arrojar luz sobre el asunto.

I. Mostraré, en primer lugar, lo que cuesta ser un verdadero cristiano.

II. En segundo lugar, explicaré por qué es tan importante calcular el costo.

III. Por último, daré algunas pautas que pueden ayudar a calcular el costo correctamente.

Vivimos en tiempos extraños. Los sucesos van pasando con singular rapidez. Nunca sabemos lo que nos depara un nuevo día; ¡mucho menos sabemos lo que puede suceder dentro de un año! Vivimos en una época en la que hay mucha religiosidad. Centenares de cristianos activos en todas partes están expresando un anhelo por más santidad y una vida espiritual más elevada. No obstante, es más común ver a la gente recibir la Palabra con gozo y después de dos otres años apartarse y volver a sus pecados. No consideraron "lo que cuesta" ser realmente un creyente congruente y un cristiano santo. Sin duda, estos son tiempos cuando deberíamos sentarnos con frecuencia a "calcular el costo" y considerar el estado de nuestras almas. Tiene que importarnos lo que somos. Si anhelamos ser realmente santos, es buena señal. Podemos dar gracias a Dios por poner ese anhelo en nuestros corazones. Pero aun así, hay que calcular el costo. No hay duda de que el camino de Cristo a la vida eterna, lleva a la felicidad. Pero es una necedad ignorar el hecho de que el camino de Cristo es angosto y que la cruz viene antes que la corona.

martes, 22 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(2) Puede ser que ya sepa usted algo de la guerra cristiana y ya haya dado pruebas de ser un soldado. Si este es su caso, acepte una palabra de consejo y aliento de un soldado hermano. Me hablaré a mí mismo tanto como a usted.

(a) Recordemos que si queremos pelear exitosamente tenemos que ponernos toda la armadura de Dios y no quitárnosla hasta morir. No podemos prescindir ni siquiera de una pieza de ella. El cinto de la verdad, la coraza de justicia, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, la espada del Espíritu, todos estos pertrechos son absolutamente necesarios (Ef. 6:10-18). No podemos quitarnos ninguna parte de la armadura ni siquiera un día. Dijo bien aquel veterano del ejército de Cristo que murió hace 200 años: "Apareceremos en el cielo, no con nuestra armadura puesta, sino vestidos con mantos de gloria. Pero mientras estemos aquí tenemos que usar nuestras armas día y noche. Tenemos que caminar, trabajar y dormir en ellas, si no, no somos verdaderos soldados de Cristo" (Christian Armour [Armadura Cristiana], por Gurnall).

(b) Recordemos las palabras de un guerrero inspirado que fue a su descanso hace 1.800 años: "Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado" (2 Ti. 2:4). ¡No olvidemos nunca sus palabras!

(c) Recordemos que algunos parecían buenos soldados por un corto tiempo y hablaban mucho de lo que harían, pero se han retirado vergonzosamente en el día de batalla.

(d) Nunca olvidemos a Balaam, Judas, Demas y la esposa de Lot. Sea lo que seamos y por débiles que estemos, seamos reales, auténticos, verdaderos y sinceros.

(e) Recordemos que la mirada de nuestro amante Salvador está sobre nosotros de mañana, al mediodía y en la noche. Nunca nos dejará ser tentados más de lo que podamos resistir. Él puede sentir lo que sentimos en nuestras debilidades, pues él mismo fue tentado. Sabe cuáles son nuestras batallas y conflictos porque él mismo fue atacado por el Príncipe de este mundo. Teniendo semejante Sumo Sacerdote, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en nuestra profesión (He. 4:14).

(f) Recordemos que miles de soldados ya han peleado la misma batalla que estamos peleando nosotros y que fueron victoriosos por medio de Aquel que los amó, vencieron por la sangre del Cordero, y nosotros también podemos hacerlo. El brazo de Cristo es tan fuerte como siempre. El que salvó a hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros, es el que nunca cambia. "Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios". Entonces, librémonos de nuestras dudas y temores. Seamos "imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas" y sumémonos a ellos (He. 7:25; 6:12).

(g) Por último, recordemos que el tiempo es corto y se acerca la venida del Señor. Unas cuantas batallas más, sonará la trompeta y el Príncipe vendrá para reinar en una tierra transformada. Unas pocas batallas y luchas más, y nos despediremos eternamente de la guerra, del pecado, del dolor y de la muerte. Luchemos hasta el fin y nunca nos demos por vencidos. Esto dice el Capitán de nuestra salvación: "El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo" (Ap. 21:7).

Concluiré con las palabras de John Bunyan en una de las partes más hermosas de El progreso del peregrino (Segunda parte). Está describiendo el final de uno de los mejores y más santos de los peregrinos:

"Luego se extendió el rumor de que Valiente-por-la-verdad había recibido un llamamiento por el mismo correo, y prenda de que el aviso era verdad, su cántaro se quebró junto a la fuente (Ec. 12:6). Comprendiendo esto, participólo a sus amigos. «Ahora», dijo, «voy a casa de mi Padre, y aunque con mucha dificultad he llegado hasta aquí, ya no son los trabajos y molestias que el viaje me ha ocasionado. Dejo mi espada a aquel que me sucediere en la peregrinación, y mi valor y pericia a quien pueda lograrlos. Llevaré conmigo mis huellas y cicatrices para dar testimonio de que he peleado la batalla de Aquel que será ahora mi galardón».

El día de su partida muchos le acompañaron a la ribera. Entrando en el río, exclamó: "¡Oh muerte! ¿Dónde está tu aguijón?" Y luego, sumergiéndose en las aguas: "¡Oh sepulcro! ¿Dónde está tu victoria? Con estos acentos de triunfo alcanzó la otra orilla, y fue recibido a son de trompeta".

¡Sea nuestro final este mismo! ¡No olvidemos nunca que sin luchar no puede haber santidad mientras vivamos, ni corona de gloria cuando muramos!

lunes, 21 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicación práctica

Ahora concluyo mi tema con unas pocas palabras de aplicación práctica. Nos toca vivir en una época cuando el mundo parece estar pensando solamente en batallas y en pelear.

La guerra entre humanos está entrando en el alma de más de una nación y, consecuentemente, la alegría ha desaparecido de muchas regiones. En tiempos como estos, el pastor puede, con conocimiento de causa, llamar a los creyentes a recordar su guerra espiritual. Agregaré unas pocas palabras finales acerca de la gran batalla del alma.

(1) Puede ser que usted esté luchando duro por recibir las recompensas de este mundo.

Quizá esté dando todas sus fuerzas a obtener dinero, o una posición, o poder o placer. Si ese es su caso, tenga cuidado. Su siembra dará como fruto una cosecha de amarga desilusión. A menos que preste atención a lo que está haciendo, le pasará lo que dice el profeta: "en dolor seréis sepultados" (Is. 50:11).

Miles de personas han andado por la misma senda en la que está andando usted y han despertado demasiado tarde a la realidad de que su final era una ruina lamentable y eterna. Han luchado duro para obtener riquezas, honra, una posición y alguna promoción, y le han dado la espalda a Dios, a Cristo y al cielo en el mundo venidero. ¿Y cuál ha sido su final? Con frecuencia, de hecho con demasiada frecuencia, han descubierto que toda su vida fue un gran error. Han aprendido por amarga experiencia los sentimientos del estadista moribundo que exclamó en sus últimas horas: "La batalla ha sido librada. La batalla ha sido librada: Pero no se ha conquistado la victoria".

Para su propia felicidad, decida hoy ponerse del lado del Señor. Líbrese de su indiferencia e incredulidad del pasado. Deje los caminos de un mundo insensato e irracional. Tome la cruz y conviértase en un buen soldado de Cristo. "Pelee la buena batalla de la fe" para poder ser feliz, además de vivir seguro.

Piense lo que los hijos de este mundo hacen a menudo para tener libertad, aun sin ningún principio religioso. Recuerde cómo los griegos, romanos, suizos y tiroleses prefirieron perder todo, aun la vida misma, en lugar de someterse a un yugo extranjero. Sea este ejemplo de inspiración para imitarlos. Si los hombres pueden hacer tanto por una corona corruptible, ¡cuánto más debiéramos hacer nosotros por una incorruptible! Despertemos a un sentido de la desgracia de ser esclavo. Levantémonos y luchemos para tener vida, felicidad y libertad.

No tema empezar y ponerse bajo el estandarte de Cristo. El gran Capitán de nuestra salvación no rechaza a nadie que viene a él. Como David en la cueva de Adulán, él está listo para recibir a todos los que acudan a él, no importa lo indigno que se sientan. Nadie, si se arrepiente y cree, es demasiado malo para ser rechazado en el ejército de Cristo. Todos los que acuden a él por fe son aceptados, vestidos, armados, capacitados y, por último, conducidos a una victoria total. No tema empezar hoy mismo. Todavía hay lugar para usted.

No tenga miedo de luchar, una vez que se recluta. Cuando más entregado y sincero de corazón sea como soldado, más tranquilo peleará en su guerra espiritual. Sin duda, tendrá problemas, cansancios y duras luchas antes de terminar su guerra. Pero no deje que ninguna de estas cosas lo sacudan. Más grande es el que está de su lado que los que están en su contra. La libertad eterna o cautividad eterna son las alternativas que tiene. Escoja la libertad y luche hasta el fin.

domingo, 20 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(f) La batalla del cristiano es buena porque le hace bien al mundo. El resto de las guerras tienen efectos devastadores, son horrorosas y perjudiciales. La marcha de un ejército por un país es un flagelo terrible para los habitantes. Dondequiera que va empobrece, debilita y causa daño.  La acompañan invariablemente daños a personas, propiedades, sentimientos y a los valores morales. Muy distintos son los efectos producidos por la batalla de soldados cristianos. Dondequiera que ellos vivan son de bendición. Elevan el nivel de la fe cristiana y la moralidad. Invariablemente mantienen bajo control al alcoholismo, la falta de respeto al Día del Señor, el libertinaje y la deshonestidad. Aun sus enemigos se ven obligados a respetarlos. Dondequiera que uno vaya, raramente verá que los cuarteles y acantonamientos militares le hacen bien al vecindario. Pero dondequiera que sea, ¡encontrará que la presencia de algunos pocos cristianos es una bendición! ¡Esto sí que es bueno!

(g) Por último, la batalla del cristiano es buena porque termina en una recompensa gloriosa para todos los que la libran. ¿Quién puede decir cuánto pagará Cristo a todo su pueblo fiel? ¿Quién puede calcular las cosas buenas que nuestro Capitán divino tiene reservadas para aquellos que lo confiesan ante los hombres? Una nación agradecida puede darle a sus guerreros victoriosos medallas, pensiones, reconocimientos, honores y títulos. Pero no puede darles nada que dure para siempre, nada que puedan llevar más allá de la tumba. Aun los más excelsos palacios pueden ser disfrutados sólo por algunos años. Los generales y soldados más valientes tendrán que descender un día para presentarse ante el rey de los terrores. Mejor, mucho mejor es la posición del que pelea bajo el estandarte de Cristo contra el pecado, el mundo y el diablo. Puede ser que no reciba elogios en vida y quizás algunos pocos al ser sepultado, pero tendrá algo que es mucho mejor, mucho más durable. Tendrá "la corona incorruptible de gloria" (1 P. 5:4). ¡Esto sí que es bueno!

Grabemos en nuestra mente que la batalla cristiana es una lucha buena, verdaderamente buena, totalmente buena y enfáticamente buena. Ahora la vemos sólo en parte. Vemos batallas, pero no es el final; vemos la campaña, pero no la recompensa; vemos la cruz, pero no la corona. Vemos unos pocos humildes, quebrantados de corazón y penitentes soportando sufrimientos y despreciados por el mundo, pero no vemos la mano de Dios sobre ellos, el rostro de Dios sonriéndoles, el reino de gloria preparado para ellos. Estas cosas todavía tienen que ser reveladas. No juzguemos por las apariencias. Hay muchas más cosas buenas como resultado de la guerra cristiana que las que podemos ver.

sábado, 19 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(d) La batalla del cristiano es buena porque se libra con el mejor de los desenlaces y resultados. Es, indudablemente, una guerra en la que hay tremendas batallas y angustiosos conflictos, heridas, moretones, desvelos, ayunos y fatigas. Aun así, todos los creyentes, sin excepción, pueden decir: "Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro. 8:37). Ningún soldado cristiano jamás se pierde, desaparece ni es dejado por muerto en el campo de batalla. No habrá que llorar por él, ni se derramará nunca una sola lágrima por el soldado raso ni por un oficial del ejército de Cristo. Cuando llegue la noche, el mismo llamado a presentar armas será exactamente igual al que se hizo en la mañana. Las fuerzas inglesas marcharon desde Londres a la campaña de Crimea como un cuerpo magnífico de hombres; pero muchos valientes perdieron su vida y nunca volvieron a ver la ciudad de Londres. Muy distinta será la llegada del ejército cristiano a "la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (He. 11:10). No faltará ni uno. Las palabras de nuestro gran Capitán darán prueba de ser ciertas: "De los que me diste, no perdí ninguno" (Jn. 18:9). ¡Esto sí que es bueno!

(e) La batalla del cristiano es buena porque le hace bien al alma del que la libra. Todas las demás guerras tienen una tendencia mala, degradante y desmoralizadora. Exteriorizan las peores pasiones de la mente humana. Endurecen la conciencia y carcomen los fundamentos de la fe cristiana y la moralidad. Sólo la guerra cristiana tiende a recurrir a las mejores características que le quedan al hombre. Promueve humildad y caridad, reduce el egoísmo y la mundanalidad e induce a los hombres a poner sus afectos en las cosas de arriba. Nunca se ha oído de ancianos, enfermos y moribundos que se arrepintieran de librar las batallas de Cristo contra el pecado, el mundo y el diablo. Sólo se lamentan de no haber empezado a servir a Cristo mucho antes. La experiencia de aquel destacado santo, Philip Henry, no es la única. En sus últimos días le dijo a su familia: "Quiero que todos ustedes hagan constar que la vida vivida al servicio de Cristo es la vida más feliz que el hombre puede tener en el mundo". ¡Esto sí que es bueno!

viernes, 18 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(b) La batalla del cristiano es buena porque se libra con la mejor de las ayudas. Por más débil que sea el creyente, el Espíritu Santo mora en él y su cuerpo es el templo del Espíritu Santo. Escogido por Dios el Padre, lavado en la sangre del Hijo, renovado por el Espíritu, no va a la batalla bajo su propia responsabilidad y nunca está solo. Dios el Espíritu Santo le enseña, dirige, guía y conduce cada día. Dios el Padre lo guarda con su poder divino. Dios el Hijo intercede por él a cada momento, como Moisés en el monte, mientras estaba peleando en el valle. ¡Una cuerda triple como esta nunca puede romperse! Sus provisiones y pertrechos diarios nunca fallan. Su comisariado nunca es defectuoso. Su pan y su agua son cosas seguras. ¡Por más débil que parezca y aunque se considere a sí mismo como un gusano, es fuerte en el Señor para hacer grandes cosas! ¡Esto sí que es bueno!

(c) La batalla del cristiano es buena porque se libra con la mejor de las promesas. Cada creyente cuenta con grandísimas y preciosas promesas -todas Sí y Amén en Cristo-, promesas que serán cumplidas indefectiblemente porque el que prometió no puede mentir y tiene el poder, al igual que la voluntad, de cumplir su palabra. "El pecado no se enseñoreará de vosotros". "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies". "El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo". "Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán". "No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano". "Al que a mí viene, no le echo fuera". "No te desampararé, ni te dejaré". "Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida,...ni lo presente, ni lo porvenir,... nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 6:14; 16:20; Fil. 1:6; Is. 43:2; Jn. 10:28; 6:37; He. 13:5; Ro. 8:38-39). ¡Palabras como éstas valen su peso en oro! ¿Quién no sabe que la promesa de que vendrían refuerzos alegró a los defensores de ciudades sitiadas, como Lucknow, y dio fuerzas más allá de las normales? ¿Acaso no hemos oído que la promesa de "refuerzos antes del anochecer" tuvo mucho que ver con la poderosa victoria de Waterloo? No obstante, promesas como éstas no son nada comparadas con el rico tesoro del creyente: Las promesas eternas de Dios. ¡Esto sí que es bueno!

jueves, 17 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

III. El verdadero cristianismo es una buena batalla

Lo último que tengo que decir es esto: El verdadero cristianismo es una buena batalla.

"Buena" es un adjetivo inapropiado para calificar cualquier guerra. Toda guerra del mundo es mala en mayor o menor grado. Sin duda que, en algunos casos, la guerra es una necesidad absoluta -lograr la libertad de las naciones, impedir que el débil sea arrasado por el fuerte-, pero aun así, es mala. Conlleva mucho derramamiento de sangre y sufrimiento. Apresura a la eternidad miríadas de gentes que no están preparadas en absoluto para el cambio. Suscita las peores pasiones del hombre. Causa enormes pérdidas y la destrucción de propiedades. Llena a hogares pacíficos de viudas y huérfanos. Extiende por doquier la pobreza, las cargas y el sufrimiento nacional. Altera todo el orden en la sociedad. Interrumpe la obra del evangelio y el crecimiento de la obra misionera cristiana. En suma, las guerras son un mal inmenso e incalculable, y todo el que ora debiera clamar noche y día: "Danos paz en nuestro tiempo". Pero hay una guerra que es enfáticamente "buena", una batalla en la que no hay ningún mal. Esa guerra es la guerra cristiana. Esa batalla es la batalla del alma.

Ahora bien, ¿por qué razones es la lucha cristiana una "buena batalla"? Examinemos este tema y hagámoslo en orden. No me atrevo a pasar por alto este tema e ignorarlo. No quiero que nadie comience la vida del soldado cristiano sin calcular el costo. No dejaría de decirle a nadie que quiere ser santo y ver al Señor, que tiene que luchar y que la lucha cristiana, aunque es espiritual, es real e inexorable. Requiere valentía, audacia y perseverancia. Pero quiero que mis lectores sepan que hay aliento abundante, con tal de que comiencen la batalla. Las Escrituras no llaman a la lucha cristiana "una buena batalla" sin razón y causa. Trataré de mostrar lo que quiero significar.

(a) La batalla del cristiano es buena porque se libra bajo el mejor de los generales. El Líder y Comandante de todos los creyentes es nuestro divino Salvador, el Señor Jesucristo, un Salvador que tiene sabiduría perfecta, amor infinito y omnipotencia. El Capitán de nuestra salvación nunca falla en llevar a sus soldados a la victoria. En ningún momento usa estrategias inútiles, nunca se equivoca en sus criterios y jamás comete un error. Sus ojos están sobre todos sus seguidores, desde el más grande hasta el más pequeño. No olvida al más humilde siervo de su ejército. Cuida, recuerda y guarda para salvación al más débil. Las almas que ha comprado y redimido con su propia sangre son demasiado preciosas para ser malgastadas y descartadas. ¡Esto sí que es bueno!

miércoles, 16 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Demos vuelta las páginas a la historia primitiva de la iglesia. Veamos cómo los cristianos primitivos se aferraban a su fe aun hasta la muerte y no flaqueaban ante las más feroces persecuciones de los emperadores paganos. Durante siglos no faltaron hombres como Policarpo e Ignacio, prontos a morir en lugar de negar a Cristo. Multas y cárceles, torturas, hogueras y espadas no podían quebrantar el espíritu del noble ejército de mártires. ¡Ni todo el poder del imperio romano, el amante del mundo, pudo erradicar la fe cristiana que comenzó con unos pocos pescadores y publicanos en Palestina! Entonces, recordemos que creer en un Jesús invisible era la fuerza de la Iglesia. Ganaron su victoria por fe.

Examinemos la historia de la Reforma Protestante. Estudiemos la vida de sus principales campeones: Wycliffe, Huss, Lutero, Ridley, Latimer y Hooper. Notemos cómo estos soldados valientes de Cristo se mantuvieron firmes contra un ejército de adversarios y estuvieron prontos para morir por sus principios. ¡Qué batallas libraron! ¡Cuántas controversias enfrentaron! ¡Cuántas contradicciones soportaron! ¡Qué tenacidad tuvieron contra un mundo en armas! Y luego, recordemos que creer en un Jesús invisible fue el secreto de su fortaleza. Vencieron por fe. 

Consideremos a los hombres que dejaron las marcas más grandes en los avivamientos del siglo XVIII en Inglaterra y Noerteamérica. Observemos de qué modo hombres como Wesley, Whitefield, Venn y Romaine, lucharon solos en su época y generación, y avivaron la fe cristiana auténtica, a pesar de la oposición de hombres con posiciones elevadas y frente a calumnias, burlas y persecuciones de nueve de cada diez que profesaban ser cristianos en nuestro país. Observemos cómo hombres como William Wilberforce y Havelock y Hedley Vicars han testificado de Cristo en situaciones extremadamente difíciles y mantenido en alto el estandarte de Cristo en los regimientos y en la Cámara Baja. Notemos cómo estos testigos nobles no vacilaron y se mantuvieron firmes hasta el fin, ganándose el respeto, aun de sus peores adversarios. Por lo tanto, recordemos que creer en un Cristo invisible es la clave de la conducta de todos ellos. Por fe vivieron, anduvieron, se mantuvieron firmes y vencieron.

¿Quiere alguno vivir la vida del soldado cristiano? Entonces ore con fe. Es el don de Dios y un don que aquellos que lo piden nunca lo piden en vano. Hay que creer antes de pedirlo. Si los hombres no hacen nada religioso, es porque no creen. La fe es el primer paso hacia el cielo.

¿Quiere alguno pelear la batalla del soldado cristiano exitosa y prósperamente? Ore pidiendo un continuo aumento de fe. Permanezca en Cristo, acérquese más a Cristo y aférrese más a Cristo cada día de su vida. Ore cotidianamente como oraban sus discípulos: "Señor, auméntanos la fe" (Lc. 17:5). Vigile celosamente su fe, si es que la tiene. Éste es el baluarte del carácter cristiano de la cual depende la seguridad de toda la fortaleza. Es el punto que a Satanás le encanta asaltar. Todo queda a los pies del enemigo si no hay fe. En esto, si amamos la vida, tenemos que mantenernos en guardia de una manera especial.

martes, 15 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 (2) Fe en la Persona, Obra y Oficio del Señor Jesucristo

Una fe especial en la persona, obra y el oficio de nuestro Señor Jesucristo es la vida, el corazón y el móvil del carácter cristiano.

Una persona ve por fe a un Salvador invisible quien lo ama, dio su vida por él, pagó sus deudas, cargó con sus pecados, llevó sus transgresiones, resucitó por él y aparece en el cielo para él como su Abogado sentado a la diestra de Dios. Ve a Jesús y se aferra a él. Viendo a este Salvador y confiando en él, siente paz y esperanza, y con gusto batalla contra los enemigos de su alma.

Ve sus muchos pecados, su corazón débil, un mundo tentador, un diablo activo y, si mirara sólo a estos, se desesperaría. Pero ve también a un Salvador poderoso, un Salvador intercesor, un Salvador comprensivo -su sangre, su justicia, su sacerdocio eterno- y cree que todo esto es para él. Ve a Jesús y pone sobre él todo su peso. Viéndolo a él sigue luchando alegremente, con la confianza de que los que creemos en él "somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro. 8:37).

(3) Fe en la presencia de Cristo y su pronta disposición para ayudar

Una fe viva habitual en la presencia de Cristo y su pronta disposición para ayudar es el secreto de la lucha victoriosa del soldado cristiano.

Nunca olvidemos que hay grados de fe. No todos los hombres creen igual y aun, una misma persona, tiene altibajos de fe y cree con más convicción en un momento que en otro. Según el grado de su fe, el cristiano pelea bien o mal, gana victorias o sufre reveses ocasionales, termina triunfante o pierde una batalla. El que tiene más fe siempre será el soldado más feliz y el que se sentirá más seguro. Nada le quita mejor al soldado las ansiedades de la guerra que la seguridad del amor y la protección continua de Cristo. Nada lo capacita para aguantar el cansancio de velar, luchar y contender contra el pecado como la confianza interior de que Cristo está de su lado y, por ende, el éxito es seguro. Es el "escudo de la fe" el que apaga todos los dardos de fuego del maligno. El hombre que puede decir: "Yo sé en quién he creído", es el que puede decir en el momento de sufrimiento: "No me avergüenzo".

El que escribió: "No desmayamos" y "porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria", es el que escribió con la misma pluma: "No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas". Es el hombre que dijo: "Vivo en la fe del Hijo de Dios" y dijo en la misma epístola: "El mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo". Es el hombre que dijo: "He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación" y en la misma epístola: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece". ¡Cuanto más grande es la fe, más contundente es la victoria! ¡Cuanto mayor es la fe, más enriquecedora es la paz interior! (Ef. 6:16; 2 Ti. 1:12; 2 Co. 4:16-18; Gá. 2:20; 6:14; Fil. 1:21; 4:11, 13).

Las victorias de los soldados cristianos fieles

Creo que es imposible sobreestimar el valor y la importancia de la fe. Bien pudo llamarla el Apóstol Pedro "preciosa" (2 P. 1:1). No me alcanzaría el tiempo si tratara de mencionar una centésima parte de las victorias que los soldados cristianos han obtenido por fe.

Tomemos nuestra Biblia y leamos con atención el capítulo once de la Epístola a los Hebreos. Subrayemos la larga lista de nombres de los hombres de fe que allí se registran, desde Abel hasta Moisés, aun antes de que naciera Cristo de la virgen María, trayendo la plenitud de vida y la inmortalidad a la luz por el evangelio Notemos bien las batallas que ganaron contra el mundo, la carne y el diablo. Y luego recordemos que creer fue lo que lo hizo todo. Estos hombres esperaban con anticipación al Mesías prometido. Vieron a Aquel que es invisible. "Por ella [la fe] alcanzaron buen testimonio los antiguos" (He.11:2, 27).

lunes, 14 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. El verdadero cristianismo es la batalla de la fe

Paso a lo segundo que quiero decir al tratar mi tema: El verdadero cristianismo es la batalla de la fe.

En este sentido la guerra cristiana es totalmente diferente de los conflictos de este mundo. No depende del brazo fuerte, del ojo avizor ni de los pies rápidos. No se libra con armas carnales, sino con las espirituales. La fe es el engranaje con el cual gira la victoria. El éxito depende enteramente de la fe.

(1) Fe en la verdad de la Palabra escrita de Dios

Una fe general en la verdad de la Palabra escrita de Dios es el primer fundamento del carácter del soldado cristiano. Es lo que es, hace lo que hace, piensa lo que piensa, actúa como actúa, tiene la esperanza que tiene y se comporta como se comporta por una sencilla razón: Cree en ciertas premisas reveladas y explicadas en las Sagradas Escrituras. "Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (He. 11:6).

Una religión sin doctrina o dogma es algo de lo que a muchos les gusta hablar en la actualidad. Al principio parece bien. Se ve muy lindo a la distancia. Pero en el momento en que nos sentamos para examinarla una y otra vez, encontramos que es sencillamente imposible que tenga sustentabilidad. Es igual que hablar de un cuerpo sin huesos ni nervios. Nadie puede ser o hacer algo en la religión si no cree en algo. Aun los que profesan los miserables e incómodos conceptos de los deístas tienen que confesar que creen algo. Con todas sus burlas amargas contra la teología dogmática y la credulidad cristiana, como ellos la llaman, ellos mismos tienen algún tipo de fe.

En cuanto al verdadero cristiano, la fe es la columna vertebral de su existencia espiritual. Nadie lucha nunca con seriedad contra el mundo, la carne y el diablo, a menos que haya grabado en su corazón ciertos grandes principios en los que cree. Quizá casi ni sabe de qué se tratan y, de hecho, no  podría dar una definición ni escribirlas. Pero allí están y, consciente o inconscientemente, forman las raíces de su fe cristiana. Dondequiera que veamos a un hombre, rico o pobre, letrado o iletrado, batallando virilmente con el pecado y tratando de vencerlo, podemos estar seguros de que hay ciertos principios en los que ese hombre cree. El poeta que escribió las famosas líneas:

                                        "De los muchos y distintos aspectos de la fe
                                        dejad que discutan los fanáticos errados,
                                        pues los que con su vida muestran estar
                                        en lo correcto no pueden estar equivocados",

fue un hombre sagaz, pero mal teólogo. No hay tal cosa como estar en lo correcto, viviendo sin fe y sin algo en que creer.

domingo, 13 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 (3) Es una batalla perpetuamente necesaria. No admite ni respiro, ni armisticio, ni tregua. En los días entre semana, al igual que los domingos, en privado, al igual que en público, en la intimidad del hogar, al igual que en la calle, en las cosas pequeñas como cuidar la lengua y el carácter, al igual que los grandes en el gobierno de los países, la guerra del cristiano debe  seguir obligadamente sin detenerse. El enemigo con quien contendemos no festeja días feriados, nunca descansa y nunca duerme. Mientras nos quede un hálito de aliento tenemos que vestir nuestra armadura y recordar que estamos en campo enemigo. "Aun en la orilla del Jordán", dijo un santo moribundo, "encuentro a Satanás mordiéndome los talones". Tenemos que luchar hasta morir.

Consideremos bien estas propuestas. Cuidemos que nuestra propia fe personal sea real, auténtica y verdadera. El síntoma más triste de muchos supuestos cristianos es la ausencia absoluta de todo lo que se parezca a un conflicto o una lucha en su vida cristiana. Comen, beben. Se visten, se entretienen, ganan dinero, gastan dinero, asisten a una escasa rueda de cultos religiosos formales una o dos veces por semana. Pero de la gran guerra espiritual, de velar y orar, de sus agonías y ansiedades, sus batallas y luchas, no parecen saber absolutamente nada. Cuidémonos de que éste no sea nuestro caso. El peor estado del alma es "cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee" y cuando lleva a hombres y mujeres "cautivos a voluntad de él" sin que estos ofrezcan resistencia. Las peores cadenas son las que el prisionero no siente ni ve (Lc. 11:21, 2 Ti. 2:26).

Podemos consolarnos en cuanto a nuestras almas si sabemos algo de batallas y conflictos interiores. Son los compañeros invariables de la santidad cristiana auténtica. Sé que no es todo, pero es parte. ¿Notamos en el fondo de nuestros corazones una lucha espiritual? ¿Sentimos algo de la carne luchando contra el espíritu y al espíritu contra la carne de modo que no podemos hacer las cosas que debiéramos (Gá. 5:17? ¿Tenemos conciencia de dos principios que luchan dentro de nosotros por dominarnos? ¿Sentimos algo de lucha en nuestro hombre interior? ¡Demos gracias a Dios por esto! Es una buena señal. Es muy probable que sea evidencia de la gran obra de santificación. Todos los santos auténticos son soldados. Cualquier cosa es mejor que la apatía, el estancamiento, la vaciedad y la indiferencia. Estamos en mejor estado que muchos. Es evidente que no somos amigos de Satanás. Como los reyes de este mundo, él no batalla contra sus propios súbditos. El mero hecho de que nos asalta, debiera llenarnos de esperanza. Lo repito, animémonos. El hijo de Dios lleva dos grandes señales y de estas dos, aquí tenemos una. Lo podemos identificar por su guerra interior, al igual que por su paz interior.

sábado, 12 de octubre de 2024

La defensa de la mujer en la Reforma: una “excelentísima” obra de Dios - Steven Wedgeworth

En la antigüedad, muchos vieron a la mujer como un “hombre deformado”. Sin embargo, los reformadores celebraron a la mujer como “una obra excelentísima” de Dios, afirmando también el diseño original del liderazgo masculino.

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

La importancia de la batalla cristiana

Seamos miembros de la iglesia o no, una cosa es cierta, esta guerra cristiana es una enorme realidad y un tema de suma importancia. No es un tema como el gobierno y las ceremonias de la iglesia, en que los hombres pueden discrepar y, aun así, al final llegar al cielo. La necesidad se nos impone. No hay promesas en las Epístolas del Señor Jesucristo a las Siete Iglesias, excepto a aquellas que "venzan". Donde hay gracia habrá conflicto. El creyente es un soldado. No hay santidad sin batalla. Las almas salvadas siempre serán los que han peleado una batalla.

(1) Es una batalla absolutamente necesaria. No creamos que en esta guerra podemos permanecer neutrales y mantenernos pasivos. En los conflictos entre naciones puede ser posible, pero es totalmente imposible en el conflicto que concierne al alma. La presumida política de no intervención, la "inactividad magistral" que agrada a tantos políticos, el plan de no hacer nada y dejar las cosas como están, nunca dará resultado en la guerra cristiana. Aquí nadie puede escapar alegando ser "un hombre de paz". Estar en paz con el mundo, la carne y el diablo es estar enemistado con Dios y transitar por el camino ancho que lleva a la destrucción. No tenemos una alternativa ni una opción. Tenemos que luchar o estamos perdidos.

(2) Es una batalla universalmente necesaria. Ningún rango, ni clase ni edad tiene excusa para dejar de pelear. Pastores y laicos, predicadores y oyentes, ancianos y jóvenes, altos y bajos, ricos y pobres, encumbrados y humildes, reyes y súbditos, terratenientes e inquilinos, letrados e iletrados, todos deben portar armas e ir a la guerra. Todos tienen por naturaleza un corazón lleno de orgullo, incredulidad pereza, mundanalidad y pecado. Todos vivimos en un mundo lleno de trampas, engaños y escollos para el alma. Todos tenemos cerca a un diablo ocupado, inquieto y malicioso. Todos, desde el rey en su palacio hasta el mendigo más pobre, todos debemos luchar si hemos de ser salvos.

viernes, 11 de octubre de 2024

¿Por qué se les llama PROTESTANTES a los seguidores de la REFORMA? | BITE


SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

La seriedad de la batalla del cristiano

Algunos pueden pensar que estas afirmaciones son demasiado fuertes. A ustedes les puede parecer que estoy exagerando y que me estoy excediendo con lo que digo. Se dice por allí que los hombres y las mujeres, de hecho, podrán llegar al cielo sin todas estas dificultades, guerras y luchas. Préstenme atención por unos minutos y les mostraré lo que tengo que decir en nombre de Dios. Recuerden la máxima del general más sabio que jamás hubo en Inglaterra: "En tiempo de guerra el peor error es subestimar al enemigo, y tratar de librar una guerra pequeña". La guerra cristiana no es algo de poca importancia. Denme su atención y consideren lo que digo.

¿Qué dicen las Escrituras? (1) "Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna". (2) "Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo". (3) "Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes". (4) "Esforzaos a entrar por la puerta angosta". (5) "Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece". (6) "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada". (7) "El que no tiene espada, venda su capa y compre una". (8) "Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos". (9) "Te encargo que... milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena conciencia". (1 Ti. 6:12; 2 Ti. 2:3; Ef. 6:11-13; Lc. 13:24; Jn. 6:27; Mt. 10:34; Lc. 22:36; 1 Co. 16:13; 1 Ti. 1:18, 19).

Palabras como éstas me parecen muy claras, sencillas e inequívocas. Todas enseñan una y la misma gran lección, siempre y cuando estemos dispuestos a aprenderla. Esa lección es que el verdadero cristianismo es una lucha, una pelea y una guerra. Me parece a mí que el que pretenda condenar la "guerra espiritual" y enseñe que hemos de estar quietos y "someternos a Dios", entiende mal su Biblia y comete un grave error.

¿Qué dice el Servicio Bautismal de la Iglesia Anglicana? Aunque a ese servicio le falta inspiración y que, al igual que cualquier composición que no es inspirada, tiene sus defectos; para los millones de miembros de la Iglesia Anglicana alrededor del mundo se usan las siguientes palabras: "Te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", "Marco a este niño con la señal de la cruz, como una muestra de que de aquí en adelante no se avergonzará de confesar la fe de Cristo crucificado; y peleará varonilmente bajo su estandarte contra el pecado, el mundo y el diablo y que seguirá siendo un soldado y siervo fiel de Cristo hasta el final de su vida".

Por supuesto que todos sabemos que en incontables casos el bautismo no es más que una formalidad y que los padres de familia traen a sus hijos a la fuente bautismal sin tener fe, ni orar ni reflexionar. El que suponga que el bautismo en estos casos actúa mecánicamente, como un medicamento, y que tanto progenitores piadosos como impíos, que oran o no oran, obtienen el mismo beneficio para sus hijos debe estar en un extraño estado mental.

Pero de cualquier manera, una cosa es muy cierta. Cada miembro de la Iglesia bautizado, es a partir de su profesión de fe, un "soldado de Jesucristo" y asume el compromiso de pelear "bajo su estandarte contra el pecado, el mundo y el diablo". El que lo duda, que tome su Libro de Oraciones, lo lea, lo subraye y aprenda su contenido. Lo peor de todo es que muchos miembros muy celosos de la Iglesia Anglicana ignoran totalmente lo que contiene su propio Libro de Oraciones.