(g) Por último, la batalla del cristiano es buena porque termina en una recompensa gloriosa para todos los que la libran. ¿Quién puede decir cuánto pagará Cristo a todo su pueblo fiel? ¿Quién puede calcular las cosas buenas que nuestro Capitán divino tiene reservadas para aquellos que lo confiesan ante los hombres? Una nación agradecida puede darle a sus guerreros victoriosos medallas, pensiones, reconocimientos, honores y títulos. Pero no puede darles nada que dure para siempre, nada que puedan llevar más allá de la tumba. Aun los más excelsos palacios pueden ser disfrutados sólo por algunos años. Los generales y soldados más valientes tendrán que descender un día para presentarse ante el rey de los terrores. Mejor, mucho mejor es la posición del que pelea bajo el estandarte de Cristo contra el pecado, el mundo y el diablo. Puede ser que no reciba elogios en vida y quizás algunos pocos al ser sepultado, pero tendrá algo que es mucho mejor, mucho más durable. Tendrá "la corona incorruptible de gloria" (1 P. 5:4). ¡Esto sí que es bueno!
Grabemos en nuestra mente que la batalla cristiana es una lucha buena, verdaderamente buena, totalmente buena y enfáticamente buena. Ahora la vemos sólo en parte. Vemos batallas, pero no es el final; vemos la campaña, pero no la recompensa; vemos la cruz, pero no la corona. Vemos unos pocos humildes, quebrantados de corazón y penitentes soportando sufrimientos y despreciados por el mundo, pero no vemos la mano de Dios sobre ellos, el rostro de Dios sonriéndoles, el reino de gloria preparado para ellos. Estas cosas todavía tienen que ser reveladas. No juzguemos por las apariencias. Hay muchas más cosas buenas como resultado de la guerra cristiana que las que podemos ver.