- No de la sangre, los padres no se la pueden pasar a sus hijos.
- Tampoco de la voluntad de la carne, el hombre por él mismo no la puede producir.
- Ni de voluntad de hombre, los pastores no la pueden dar con el bautismo.
La santidad procede de Cristo. Es el resultado de la unión vital con él. Es el fruto de ser una rama viviente de la Vid verdadera. Acuda entonces a Cristo y diga: "Señor, no sólo sálvame de la culpa de pecado y de su poder. También envíame el Espíritu que has prometido. Hazme santo. Enséñame a hacer tu voluntad".
¿Quiere seguir siendo santo? Entonces permanezca en Cristo. Él mismo dice: "Permaneced en mí, y yo en vosotros... el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto" (Jn. 15:4-5). Le plugo al Padre que en él morara toda plenitud, la satisfacción total para todas las necesidades del creyente. Él es el Médico a quien tiene que acudir cada día, él lo mantendrá sano. Él es el Maná que debe comer cada día y la Roca de la cual debe beber cada día. Su brazo es el brazo sobre el cual tiene que apoyarse cada día al salir del desierto de este mundo. Usted, no sólo tiene que echar raíces, también tiene que edificarse en él. Pablo fue ciertamente un hombre de Dios, un hombre santo, un creyente que crecía y prosperaba. ¿Y cuál era su secreto? Era alguien para quien Cristo era "todo en todo". Tenía siempre "puestos los ojos en Jesús". El apóstol decía: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece". "Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios" (He. 12:2; Fil. 4:13; Gá. 2:20). Vayamos y hagamos lo mismo.
Dios quiera que todos los que leen estas páginas, conozcan estas cosas por experiencia y no únicamente por haberlas oído. ¡Que todos sintamos la importancia de la santidad mucho más de lo que la hemos sentido hasta ahora! ¡Que nuestros años sean años santos para nuestras almas; si lo son, serán años felices! ¡Si vivimos, vivamos para el Señor, o si morimos, muramos para el Señor; si viene por nosotros, que nos encuentre en paz, sin mancha ni culpa!