I. Naturaleza de la santificación
En primer lugar, tenemos que considerar la naturaleza de la santificación. ¿Qué quiere decir la Biblia cuando habla del hombre "santificado"?
La santificación es la obra espiritual interior que el Señor Jesucristo lleva a cabo en el hombre por medio del Espíritu Santo, cuando lo llama a ser un verdadero creyente. No sólo 1) lo limpia de sus pecados con su propia sangre, sino que también 2) lo separa de su amor natural por el pecado y el mundo, 3) pone un principio nuevo en su corazón y 4) lo hace practicar la piedad en su vida. El instrumento por el cual el Espíritu hace esto es, generalmente, la Palabra de Dios, aunque a veces usa aflicciones y visitaciones providenciales que son "sin palabra" (1 P. 3:1). El sujeto de esta obra de Cristo por su Espíritu es llamado en las Escrituras hombre "santificado".
El que supone que Jesucristo sólo vivió, murió y resucitó a fin de proveer justificación y perdón de pecado a su pueblo, tiene todavía mucho que aprender. Aunque lo sepa o no, está deshonrando a nuestro bendito Señor y convirtiéndolo en apenas un Salvador a medias.
El Señor Jesús se ha hecho cargo de todo lo que las almas de los suyos requieren; no sólo para librarlos de la culpa de sus pecados por medio de su muerte expiatoria, sino también del dominio de sus pecados, colocando al Espíritu Santo en sus corazones, no únicamente para justificarlos, sino también para santificarlos. Es él, de este modo, no sólo la "justicia" del creyente, sino su "santificación" (1 Co. 1:30). Prestemos atención a lo que dice la Biblia: "Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados", "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado", "Jesucristo... se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras", Cristo "llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia", "Os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él" (Jn. 17:19; Ef. 5:25,26; Tito 2:14; 1 P. 2:24; Col. 1:21, 22). Consideremos con cuidado el significado de estos cinco textos. Si algo significan esas palabras, es que Cristo lleva a cabo la santificación, tal como lo hace en el caso de la justificación de su pueblo creyente. Se hace provisión para ambas igualmente "en ese pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y... guardado" del cual el Mediador es Cristo. De hecho, Cristo es llamado en otro lugar: "El que santifica" y a su pueblo se le llama: "Los que son santificados" (He. 2:11).
El tema que tenemos ante nosotros es tan profundo y de tanta importancia que requiere protegerlo, vigilarlo, aclararlo y delinearlo por todos sus costados. Una doctrina que es indispensable para la salvación, nunca puede ser desarrollada con demasiada precisión ni ser esclarecida totalmente. Aclarar la confusión entre unas doctrinas y otras, lo cual es lamentablemente común entre los cristianos, y trazar una relación precisa entre unas verdades y otras en la fe, es una manera de arribar a un acierto total en nuestra teología. Por lo tanto, no vacilo en exponer a mis lectores a una serie de proposiciones o declaraciones conectadas, tomadas de las Escrituras, que creo encontrarán útiles para definir la naturaleza exacta de la santificación.