Versículo para hoy:

martes, 22 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(2) Puede ser que ya sepa usted algo de la guerra cristiana y ya haya dado pruebas de ser un soldado. Si este es su caso, acepte una palabra de consejo y aliento de un soldado hermano. Me hablaré a mí mismo tanto como a usted.

(a) Recordemos que si queremos pelear exitosamente tenemos que ponernos toda la armadura de Dios y no quitárnosla hasta morir. No podemos prescindir ni siquiera de una pieza de ella. El cinto de la verdad, la coraza de justicia, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, la espada del Espíritu, todos estos pertrechos son absolutamente necesarios (Ef. 6:10-18). No podemos quitarnos ninguna parte de la armadura ni siquiera un día. Dijo bien aquel veterano del ejército de Cristo que murió hace 200 años: "Apareceremos en el cielo, no con nuestra armadura puesta, sino vestidos con mantos de gloria. Pero mientras estemos aquí tenemos que usar nuestras armas día y noche. Tenemos que caminar, trabajar y dormir en ellas, si no, no somos verdaderos soldados de Cristo" (Christian Armour [Armadura Cristiana], por Gurnall).

(b) Recordemos las palabras de un guerrero inspirado que fue a su descanso hace 1.800 años: "Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado" (2 Ti. 2:4). ¡No olvidemos nunca sus palabras!

(c) Recordemos que algunos parecían buenos soldados por un corto tiempo y hablaban mucho de lo que harían, pero se han retirado vergonzosamente en el día de batalla.

(d) Nunca olvidemos a Balaam, Judas, Demas y la esposa de Lot. Sea lo que seamos y por débiles que estemos, seamos reales, auténticos, verdaderos y sinceros.

(e) Recordemos que la mirada de nuestro amante Salvador está sobre nosotros de mañana, al mediodía y en la noche. Nunca nos dejará ser tentados más de lo que podamos resistir. Él puede sentir lo que sentimos en nuestras debilidades, pues él mismo fue tentado. Sabe cuáles son nuestras batallas y conflictos porque él mismo fue atacado por el Príncipe de este mundo. Teniendo semejante Sumo Sacerdote, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en nuestra profesión (He. 4:14).

(f) Recordemos que miles de soldados ya han peleado la misma batalla que estamos peleando nosotros y que fueron victoriosos por medio de Aquel que los amó, vencieron por la sangre del Cordero, y nosotros también podemos hacerlo. El brazo de Cristo es tan fuerte como siempre. El que salvó a hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros, es el que nunca cambia. "Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios". Entonces, librémonos de nuestras dudas y temores. Seamos "imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas" y sumémonos a ellos (He. 7:25; 6:12).

(g) Por último, recordemos que el tiempo es corto y se acerca la venida del Señor. Unas cuantas batallas más, sonará la trompeta y el Príncipe vendrá para reinar en una tierra transformada. Unas pocas batallas y luchas más, y nos despediremos eternamente de la guerra, del pecado, del dolor y de la muerte. Luchemos hasta el fin y nunca nos demos por vencidos. Esto dice el Capitán de nuestra salvación: "El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo" (Ap. 21:7).

Concluiré con las palabras de John Bunyan en una de las partes más hermosas de El progreso del peregrino (Segunda parte). Está describiendo el final de uno de los mejores y más santos de los peregrinos:

"Luego se extendió el rumor de que Valiente-por-la-verdad había recibido un llamamiento por el mismo correo, y prenda de que el aviso era verdad, su cántaro se quebró junto a la fuente (Ec. 12:6). Comprendiendo esto, participólo a sus amigos. «Ahora», dijo, «voy a casa de mi Padre, y aunque con mucha dificultad he llegado hasta aquí, ya no son los trabajos y molestias que el viaje me ha ocasionado. Dejo mi espada a aquel que me sucediere en la peregrinación, y mi valor y pericia a quien pueda lograrlos. Llevaré conmigo mis huellas y cicatrices para dar testimonio de que he peleado la batalla de Aquel que será ahora mi galardón».

El día de su partida muchos le acompañaron a la ribera. Entrando en el río, exclamó: "¡Oh muerte! ¿Dónde está tu aguijón?" Y luego, sumergiéndose en las aguas: "¡Oh sepulcro! ¿Dónde está tu victoria? Con estos acentos de triunfo alcanzó la otra orilla, y fue recibido a son de trompeta".

¡Sea nuestro final este mismo! ¡No olvidemos nunca que sin luchar no puede haber santidad mientras vivamos, ni corona de gloria cuando muramos!