III. La promesa
En último lugar, enfoquemos la promesa ofrecida a todo aquel que acude a Cristo. "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" (Jn. 7:38).
El tema de las promesas bíblicas es inmenso y sumamente interesante. Dudo que reciba la atención que merece en la actualidad. El libro Scripture Promises (Promesas Bíblicas) por Clarke, es un viejo libro que se estudia mucho menos ahora que en la época de nuestros padres. Pocos cristianos conocen la cantidad, amplitud, anchura, profundidad, altura y variedad de promesas preciosas en la Biblia para el beneficio y aliento especial de todos los que quieren aprovecharlas.
No obstante, las promesas constituyen la base de casi todas las transacciones entre los hombres. La gran mayoría de los hijos de Adán en todo país civilizado actúa todos los días con fe en promesas. El obrero trabaja desde el lunes en la mañana hasta el sábado por la noche porque cree que al final de la semana recibirá el jornal prometido. El soldado se alista en el ejército y el marino se enrola en la marina, con la confianza total de que sus superiores le darán el sueldo prometido. La trabajadora doméstica más humilde en una casa de familia cumple día a día sus deberes creyendo que su patrona le pagará lo que le prometió. En el mundo de los negocios en las grandes ciudades, entre comerciantes, banqueros y vendedores, nada podría realizarse sin una fe continua en las respectivas promesas. Todo el mundo sabe que los cheques, las facturas y los pagarés son el único medio por el cual la inmensa mayoría del mundo comercial puede desarrollarse. Los hombres de negocios se ven obligados a actuar por fe y no por vista. Creen las promesas y esperan que los demás crean las de ellos. De hecho, las promesas y la fe en que se cumplirán y las acciones realizadas por fe en promesas, son la espina dorsal de nueve de cada diez transacciones del hombre con su homólogo en todo el mundo cristiano.
De la misma manera, las promesas en la Biblia, son un recurso grandioso que usa Dios para acercarse al alma del hombre. El estudioso serio de las Escrituras no puede dejar de observar que Dios continuamente apela al hombre que lo escuche, obedezca, sirva y realice grandes cosas, y que, escuchándolo, crea. En suma, como dice Pedro: "Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas" (2 P. 1:4). Aquel que en su misericordia causó que se escribieran las Sagradas Escrituras para nuestro beneficio, ha demostrado su conocimiento perfecto de la naturaleza humana al incluir, a través de todas sus páginas, una riqueza inconmensurable de promesas adecuadas para cada experiencia y cada circunstancia de la vida. Parece decir: "¿Quieres saber lo que pienso hacer para ti? ¿Te gustaría escuchar mis condiciones? Toma tu Biblia y lee". Pero hay una gran diferencia entre las promesas de los hijos de Adán y las promesas de Dios, que nunca debemos olvidar. Las promesas del hombre no necesariamente se cumplen. Aun con las mejores intenciones, no siempre puede uno cumplir su palabra. Puede suceder una enfermedad o una muerte inesperada puede llevarse de este mundo al que prometió algo. Guerras, pestilencias, hambrunas, cosechas que fallan o huracanes pueden dejarlo a uno en la miseria imposibilitándolo para cumplir sus compromisos.
Por el contrario, las promesas de Dios se cumplen sin fallar. Él es todopoderoso, nada puede impedirle hacer lo que dijo que haría. Nunca cambia, "si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?" y con él no hay "mudanza, ni sombra de variación" (Job 23:13; Stg. 1:17). Siempre cumplirá su palabra. Hay una cosa que Dios no puede hacer, como le dijo cierta vez una niñita a su maestra: "Es imposible que Dios mienta" (He. 6:18). Aun las cosas más insólitas e improbables que Dios dijo que haría, siempre las ha hecho. ¿Quién hubiera imaginado eventos tan improbables como la destrucción del mundo por un diluvio y la preservación de Noé en el arca, el nacimiento de Isaac, la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto, la entronización de David, el nacimiento milagroso de Cristo, la resurrección de Cristo, la dispersión de los judíos por todo el mundo y su continua preservación como un pueblo singular? No obstante, Dios dijo que todas estas cosas sucederían y a su tiempo sucedieron. En verdad, para Dios es tan fácil hacer una cosa como lo es decirla. <lo que promete, ciertamente hará.
En cuanto a la variedad y riqueza de las promesas bíblicas, hay mucho más que considerar de lo que se puede decir en una breve exposición como esta. Son miles. El tema es casi inagotable. No hay ni una etapa en la vida humana, desde la niñez hasta la vejez, ninguna posición en que se puede encontrar una persona para la cual la Biblia no brinda aliento a todo el que quiera hacer lo correcto a los ojos de Dios. Hay promesas en el erario de Dios para cada condición. Las promesas que Dios hace por su misericordia y compasión infinita, incluyen su prontitud en recibir a todo el que se arrepiente y cree, su buena disposición de perdonar y absolver al peor de los pecadores. Sus promesas conllevan su poder de cambiar los corazones y transformar nuestra naturaleza corrupta, los incentivos para orar, escuchar el evangelio y acercarnos al trono de la gracia, y las fuerzas para cumplir nuestros deberes. Consuelan en las aflicciones, dan dirección en la perplejidad, ayuda en las enfermedades, consolación en la muerte, fortaleza cuando hemos perdido a un ser querido, felicidad más allá de la tumba y recompensa en la gloria. Para todo esto existe un suministro abundante de promesas en la Palabra. Nadie puede formarse una idea de su abundancia, a menos que analice con cuidado las Escrituras, manteniendo constantemente su atención en el tema. Si alguien lo duda, solo puedo decir: "Ven y ve". Al igual que la reina de Saba en la corte de Salomón, no tardaría en decir: "Yo no lo creía hasta que he venido y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad" (1R. 10:7).
La promesa de nuestro Señor Jesucristo, que encabeza este artículo, es un tanto peculiar. Es singularmente rica en estímulo a todos los que tienen sed espiritual y vienen a él para satisfacerla. Por lo tanto, merece que le demos especial atención.