Versículo para hoy:

domingo, 13 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 (3) Es una batalla perpetuamente necesaria. No admite ni respiro, ni armisticio, ni tregua. En los días entre semana, al igual que los domingos, en privado, al igual que en público, en la intimidad del hogar, al igual que en la calle, en las cosas pequeñas como cuidar la lengua y el carácter, al igual que los grandes en el gobierno de los países, la guerra del cristiano debe  seguir obligadamente sin detenerse. El enemigo con quien contendemos no festeja días feriados, nunca descansa y nunca duerme. Mientras nos quede un hálito de aliento tenemos que vestir nuestra armadura y recordar que estamos en campo enemigo. "Aun en la orilla del Jordán", dijo un santo moribundo, "encuentro a Satanás mordiéndome los talones". Tenemos que luchar hasta morir.

Consideremos bien estas propuestas. Cuidemos que nuestra propia fe personal sea real, auténtica y verdadera. El síntoma más triste de muchos supuestos cristianos es la ausencia absoluta de todo lo que se parezca a un conflicto o una lucha en su vida cristiana. Comen, beben. Se visten, se entretienen, ganan dinero, gastan dinero, asisten a una escasa rueda de cultos religiosos formales una o dos veces por semana. Pero de la gran guerra espiritual, de velar y orar, de sus agonías y ansiedades, sus batallas y luchas, no parecen saber absolutamente nada. Cuidémonos de que éste no sea nuestro caso. El peor estado del alma es "cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee" y cuando lleva a hombres y mujeres "cautivos a voluntad de él" sin que estos ofrezcan resistencia. Las peores cadenas son las que el prisionero no siente ni ve (Lc. 11:21, 2 Ti. 2:26).

Podemos consolarnos en cuanto a nuestras almas si sabemos algo de batallas y conflictos interiores. Son los compañeros invariables de la santidad cristiana auténtica. Sé que no es todo, pero es parte. ¿Notamos en el fondo de nuestros corazones una lucha espiritual? ¿Sentimos algo de la carne luchando contra el espíritu y al espíritu contra la carne de modo que no podemos hacer las cosas que debiéramos (Gá. 5:17? ¿Tenemos conciencia de dos principios que luchan dentro de nosotros por dominarnos? ¿Sentimos algo de lucha en nuestro hombre interior? ¡Demos gracias a Dios por esto! Es una buena señal. Es muy probable que sea evidencia de la gran obra de santificación. Todos los santos auténticos son soldados. Cualquier cosa es mejor que la apatía, el estancamiento, la vaciedad y la indiferencia. Estamos en mejor estado que muchos. Es evidente que no somos amigos de Satanás. Como los reyes de este mundo, él no batalla contra sus propios súbditos. El mero hecho de que nos asalta, debiera llenarnos de esperanza. Lo repito, animémonos. El hijo de Dios lleva dos grandes señales y de estas dos, aquí tenemos una. Lo podemos identificar por su guerra interior, al igual que por su paz interior.