II. Origen y raíz del pecado
En cuanto al origen y la raíz de esta vasta enfermedad moral llamada "pecado", tengo que decir algo: Me temo que los conceptos de muchos cristianos profesantes son, tristemente, defectuosos y equivocados. No puedo pasarlo por alto. Fijemos, pues, en nuestra mente que lo pecaminoso del hombre no empieza desde afuera, sino desde adentro. No es el resultado de una mala formación durante la niñez.
No es que se aprenda de las malas compañías ni por los malos ejemplos, como les gusta afirmar a algunos cristianos débiles. ¡No! Es una enfermedad congénita, que todos heredamos de nuestros primeros padres Adán y Eva, y con la cual nacimos. "Creados a la imagen y semejanza de Dios", inocentes y justos al principio, nuestros padres cayeron de la justicia original y llegaron a ser pecadores y corruptos. Y desde aquel día hasta hoy, todos los hombres y mujeres han nacido a la imagen de Adán y Eva caídos y heredan un corazón y una naturaleza con inclinación hacia el mal, "por un hombre entró el pecado al mundo". "Lo que es nacido de la carne, carne es". "[Somos] por naturaleza hijos de ira". "La mente carnal es enemistad contra Dios". "Porque de dentro, del corazón de los hombres, [naturalmente como de una fuente] salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los homicidios" y cosas similares. (Jn. 3:6; Ef. 2:3; Ro. 5:12; 8:7; Mr. 7:21).
El infante más hermoso que haya nacido este año y viene a ser el rayito de sol de una familia, no es, como su madre quizá cariñosamente lo llame, un "angelito", ni un bebito "inocente", sino un pequeño "pecador". ¡Ay! ¡Acostado sonriendo y balbuceando en su cuna, esta tierna criaturita tiene en su corazón las semillas de todo tipo de maldades! Basta con observarlo cuidadosamente mientras crece en estatura y su mente se desarrolla, para detectar una incesante tendencia hacia lo egoísta y lo malo, y un alejamiento de aquello que sea bueno. Verá en él los brotes y gérmenes del engaño, del mal carácter, egoísmo, egocentrismo, obstinación, codicia, envidia, celo, pasión, los cuales si se les deja expresar, crecerán con lamentable rapidez. ¿Quién enseñó al niño estas cosas? ¿Dónde las aprendió? ¡Sólo la Biblia puede contestar estas preguntas!
De todas las cosas necias que los padres suelen decir acerca de sus hijos, no hay otra peor que el dicho común: "En el fondo, mi hijo tiene un buen corazón. No es lo que debiera ser; pero es que ha caído en malas manos. Las escuelas públicas son lugares malos. Los tutores descuidan a los niños. No obstante, en el fondo, él tiene un buen corazón". Desgraciadamente, la verdad es exactamente lo contrario. La primera causa de todo pecado radica en la corrupción natural del corazón del niño, no en la escuela.